Orgullosos y apasionados por la ligereza
Comedia romántica leve y colorida, que presume de su ilustre origen literario, la telenovela brasileña Orgullo y pasión se enorgullece, por lo menos en sus primeros capítulos, de acercarse a la obra de la escritora inglesa Jane Austen (1775-1817), aunque, a medida que avanzan los capítulos de una trama escrita por Marcos Bernstein, verificamos el abandono paulatino de los presupuestos narrativos inherentes a varias novelas de Austen (que menciono más adelante), en pos de una farsa dominada por la extravagancia de algunos personajes, sobre todo los definitivamente malvados, mientras se conserva, eso así, un deslumbrante despliegue de vestuarios, maquillaje, peluquería, y una dirección de arte a todo trapo, amén de una fotografía clara, luminosa, para embellecer ese ficticio Valle del Café, del interior de São Paulo, a principios del siglo XX.
Típica telenovela concebida para ser transmitida por O Globo a las seis de la tarde, un horario para toda la familia y por tanto henchida de productos «sinflictivos», rosados, de narrativa muy ágil y hasta frívolos, Orgullo y pasión puede ser acusada de escasa fidelidad al relato austeniano en cuanto al cambio de género en el trasvase de la literatura a la pequeña pantalla, en cuanto al diseño de personajes y el tono imperante, y tampoco puede tomársela en ningún caso como paradigma de reconstrucción histórica sobre la burguesía cafetalera brasileña de principios de siglo, pero habrá que reconocerle su capacidad didáctica, y la sana inteligencia, para impugnar los antivalores del sistema machista-patriarcal, y las exigencias absurdas que se le imponían (me place por razones obvias usar el término en pasado) tanto a la masculinidad como a la feminidad.
Quizá, a lo mejor, tal vez, la telenovela que estamos viendo haya operado como estímulo para que alguien lea los relatos originales de Jane Austen, y entre en contacto con aquellas exploraciones en la dependencia famenina del matrimonio para lograr un lugar digno en la sociedad, porque según lo estamos viendo en esta versión brasileña aquellas jóvenes ingeniosas, asertivas y solo a veces reprimidas, aquellos hombres víctimas de prejuicios sexuales y clasistas, se colocan en medio de una narrativa no solo farsesca y desprovista por completo de sutilezas, sino deudora de las peripecias y la velocidad que distinguen los relatos cinematográficos y televisivos de acción y aventuras. Semejante experimento de carnavalización evidentemente obedece al propósito de ganar espectadores, de modo que no sé si perder el tiempo cuestionándolo, porque, como ya se sabe, la telenovela también debe satisfacer el vicio de espectacularidad y diversión de esas mayorías que jamás se han leído un libro de Austen ni piensan hacerlo.
De modo que el guionista Marcos Bernstein (que contó con la colaboración de un equipo de mujeres guionistas que integraron Juliana Peres, Giovana Moraes y Flávia Bessone) y el director Fred Mayrink (comandante de varios directores de diferentes unidades y segmentos como Alexandre Klemperer, João Paulo Jabur, Bia Coelho y Hugo de Sousa) lograron una versión televisiva más entretenida y ágil que las novelas originales, pero en la derivada obligatoria hacia la complacencia del público masivo perdieron profundidad, sutileza y capacidad de ilustración, porque cada uno de los personajes procede de una distinta novela y aquí se presenta una especie de mezcla no siempre coherente que toma los personajes protagónicos (Elizabeta y Darcy) de Orgullo y prejuicio (1813); Mariana y Cecilia Benedito proceden de Sentido y sensibilidad (1811) y de La Abadía de Northranger (1818), respectivamente; Ema Cavalcante es demasiado parecida a Emma (1815), novela homónima; y un personaje muy similar al de Susana Vernon fue ideado por Austen para Lady Susan (1871).
La mixtura entre varios originales de Austen y el imperativo de combinar el melodrama ligero con la farsa y la aventura condujo al equipo de guionistas y directores a incorporar en un estilo de ajiaco y de Frankenstein demasiadas subtramas y personajes, algunos procedentes del universo Austen y otros completamente inventados por los guionistas, pero totalmente superfluos. Porque pocas veces hemos visto una telenovela que presente tantos romances al unísono entre por lo menos un quinteto de damitas jóvenes y sus respectivos galanes. Poco aporta al tono general de comedia romántica el enredo de la muchacha que lee libros góticos y supone que el vecino asesinó a su esposa, o la trama en torno al enmascarado y justiciero Coronel Brandão (interpretado con su habitual aplomo por Malvino Salvador).
Tampoco había visto una telenovela con tantas malvadas. Están, entre otras, Susana Vernon (Alessandra Negrini) y su fiel escudera Petúlia (Grace Gianoukas), y ambas actrices le proveen una comcupiscencia tal a sus actos, gestos y apariencias que convierten a sus personajes en caricatura, y como la telenovela acepta de buen grado la comedia, pues ambas lograron naturalizar sus estrambóticas presencias en una trama llena de acontecimientos extremos y no siempre lógicos. Después, llega la poderosa Lady Margareth, interpretada por Natália do Vale, en una de sus mejores actuaciones: el papel de una británica que odia Brasil, una malvada de esas que todos los públicos adoran odiar de todo corazón. Pero ya se sabe que los matices y el sentido común suelen estar reñidos con el diseño, sobre todo, de los personajes negativos. Son odiosos porque sí y hacen daño porque les gusta, y por lo regular no vale la pena preguntarse por otras motivaciones.
Entonces, pasemos a las virtudes indiscutibles de la telenovela, sobre todo en el aspecto histriónico. Nathalia Dill aprovecha su natural delicadeza y elegancia para interpretar óptimamente una Elizabeta firme, adelantada a su tiempo, con intereses atípicos en una joven de esa época, pero a veces se vuelve una pesada altisonante, que dispara discursos a diestra y siniestra sobre la igualdad de la mujer. Vera Holtz nos entrega una composición memorable (porque respeta al dedillo la composición de Austen y la traslada a la idiosincrasia brasileña), una madre simplona y vulgar, pero amorosa y entregada a la tremenda tarea de casar a sus cinco hijas.
En el grupo de los personajes e intérpretes siempre carismáticos, pero nunca apasionantes o extraordinarios, quedaron Thiago Lacerda (Darcy Williamson), Pâmela Tomé (Jane Benedito), Rodrigo Simas (Ernesto Pricelli) y Gabriela Duarte, que además del glamur y la fotogenia le concedió a su Julieta Bittencourt la posibilidad de eludir al mínimo el maniqueísmo rampante, en tanto parece, al principio, pertenecer al abultado equipo de las malvadas, pero luego se conocen y comprenden las razones de su despotismo y arrogancia.
Con todas sus virtudes, esta telenovela tal vez quede en la historia del audiovisual brasileño, a juzgar por las decenas de páginas web que dan cuenta de ello, como la primera del horario de las seis en mostrar un beso entre hombres, lo cual generó una gran repercusión, positiva y negativa, en los medios y en las redes sociales, porque al final la pareja fue aceptada por muchos, gracias al refinamiento notable con que se narra la pasión prohibida y la seducción, tratando de evitar al máximo el pecado que en el tratamiento de otros temas caracteriza a esta telenovela: imponerle al retrato de principios del siglo XX una perspectiva modernísima, contemporánea, de manera que el público puede malentender lo que ha sido la evolución de las ideas respecto a la igualdad femenina, el patriarcado y la violencia clasista.
Confiemos en que nadie asuma Orgullo y pasión como un fragmento de la historia brasileña, sino como un pasatiempo bastante fino y agradable; confiemos en que muchos espectadores corran en busca de los originales de Jane Austen para deleitarse con lo muy placentero de sus narraciones, y puestos a confiar, confiemos también en la capacidad de O Globo para seguir produciendo telenovelas entretenidas, a veces progresistas, y siempre orgullosas de confirmarse entre lo mejor de la contemporaneidad audiovisual latinoamericana.