Fracaso compartido
En el último trimestre del gobierno de Andrés Manuel López Obrador, la derrota en lo que dijo definiría el éxito o fracaso de su presidencia es irreversible. No pudo pacificar el país y vivió el sexenio más sangriento de la historia. El crimen organizado ganó amplias franjas del territorio donde realiza funciones del Estado, como proveer seguridad, cobrar impuestos y gobernar. Los delincuentes mandan en ciudades como Acapulco y Fresnillo, dominan regiones como el Bajío, la Sierra Tarahumara y el Triángulo Dorado, y han profundizado su huella en el tejido social. El fiasco presidencial es inocultable.
La apuesta de López Obrador resultó un chasco. Pasó de querer desaparecer el Ejército durante los meses de la transición, a meterse en la cama con la cúpula militar y aumentarle sus privilegios. Comenzó con entregarles toda la seguridad pública destrozando la Policía Federal y creando la Guardia Nacional para revertir el desastre, dijo, que le habían dejado. Transferirá el poder a Claudia Sheinbaum en condiciones más precarias que hace seis años y un Estado diezmado. Pero, conociéndolo, no se va a quedar estático. Desde al martes ya no está buscando quién la hizo, sino quién se la pague: el Ejército.
López Obrador obligó al general Ricardo Trevilla, jefe del Estado Mayor Conjunto de la Defensa Nacional, el martes pasado, a admitir que la estrategia en Acapulco tras el huracán Otis había naufragado y que iban a formular una nueva desde ese mismo día. Acapulco fue el último ejemplo del naufragio de la Guardia Nacional, construida sobre la estructura del Ejército, que comenzó cuando, a mediados de marzo, desplazó a la Marina, que había contenido a los criminales en coordinación con la Secretaría de Seguridad y Protección Ciudadana.
El Presidente lo sabe, pero apoyó al Ejército cuando, con el poder real en Guerrero, el senador Félix Salgado Macedonio y su hija, la gobernadora Evelyn Salgado, como la operadora, movilizaron al Congreso para que destituyera a la fiscal general del estado, Sandra Valdovinos, teniente coronel del Ejército, que estaba trabajando estrechamente con la Marina y la Secretaría de Seguridad. El frágil equilibrio de contención de las principales organizaciones criminales que disputan la plaza, Los Rusos y el Cártel Independiente de Acapulco, se rompió, y militares, gobernadora y senador quedaron rebasados por su violencia.
Acapulco fue el último botón de muestra, pero la derrota más grande que han tenido el Ejército y la Guardia Nacional es Guanajuato, donde plantearon una estrategia integral que no ha servido para nada. Guanajuato es el estado con el mayor número de homicidios dolosos (23 mil 105, de acuerdo con el informe de ayer de la consultora TResearch) y ha mantenido ese lugar por la lucha entre los cárteles de Santa Rosa de Lima y Jalisco Nueva Generación por el negocio del combustible. A diferencia de Guerrero, el tercer lugar en homicidios dolosos (9 mil 101), ninguna otra dependencia participó en el combate contra los criminales que, a la vuelta de los meses, los ha derrotado.
Los cárteles penetraron a la Guardia Nacional en el estado, como recientemente se comprobó con la participación de varios de sus miembros en el asesinato de una familia en León, en coordinación con una de las bandas delincuenciales. Lo mismo hicieron en la frontera de Chiapas con Guatemala, donde los militares entregaron el territorio a la delincuencia organizada entre denuncias que apoyan a grupos que en otras partes del país combaten. Chiapas, como quizá ningún estado salvo Michoacán –donde el Ejército no juega un papel preponderante en la seguridad –, es donde controlan abiertamente la mayor superficie de territorio, que ha causado el desplazamiento de miles de personas de las comunidades que ahoga la violencia.
Otro fracaso de la Guardia Nacional ha sido en los corredores cuyas rutas criminales conectan con Guerrero, el Estado de México, la segunda entidad con el mayor número de asesinatos (12 mil 6), y Morelos, el estado número nueve en homicidios dolosos (6 mil 51), donde tampoco pudieron revertir la violencia y la inseguridad en las ciudades y las carreteras, que también están bajo su responsabilidad. Tamaulipas es el sexto estado donde el Ejército, a través de la Guardia Nacional, tuvo a su cargo la estrategia de seguridad, sin haber podido contener a las organizaciones criminales.
La Guardia Nacional tuvo como su primer comandante al general de brigada en retiro Luis Rodríguez Bucio, que le vendieron los militares al Presidente como un experto en inteligencia, que no lo era. López Obrador lo aguantó casi cuatro años en el cargo, al frente de elementos ineficientes en restablecer la paz, y prolíficos en violación de derechos humanos (más de 3 mil). Lo remplazó en enero del año pasado por otro general, David Córdova, que no ha dado resultados diferentes. Peor aún, los homicidios dolosos repuntaron este año, concentrándose casi la mitad en tres entidades donde el control total de la seguridad está en manos de la Guardia Nacional, Guanajuato, Estado de México y Morelos.
El desastre de la seguridad y la violencia en México ya le dio un lugar a López Obrador en la Historia como el presidente que más sangre ha permitido en el país, con un promedio en lo que va del sexenio de 95 muertos diarios, contrastando con los resultados de todo el sexenio de los expresidentes Enrique Peña Nieto (71 muertos diarios), Felipe Calderón (55) y Vicente Fox (55). López Obrador desapareció la Policía Federal que fueron construyendo durante 30 años y la remplazó con una institución militar, no civil, con niveles de corrupción que no se erradicaron y de ineficiencia no vista antes.
Los resultados no han hecho cambiar al Presidente de idea para que la Guardia Nacional se integre constitucionalmente a la Secretaría de la Defensa Nacional, lo que apoya completamente Sheinbaum. Lo único donde López Obrador empieza a moverse es para sacudirse la responsabilidad del fracaso y trasladársela al Ejército. Lo puede hacer. Después de todo, sí es cierto que les dio la plena responsabilidad de pacificar el país y no pudieron. Varios generales sabían que esta realidad podría alcanzarlos. Hoy, está muy cerca.