Imagino el sonido de las pezuñas arañando los adoquines, el olor a tiniebla y campo de los toros, la adrenalina de los corredores ante el vértigo del peligro. Me gustan los Sanfermines, por eso nunca he visitado Pamplona en fiestas. Supongo que, al ver la realidad, la idealización quedaría desactivada: la camaradería es un botellón colectivo y el olor a dehesa debe de estar eclipsado por orines de alcohol. Prefiero quedarme con el imaginario intacto, sin que la verdad lo distorsione. Muchas veces he soñado con toros que corren por calles y se cuelan en las casas subiendo hasta las azoteas. Así es la materia absurda de los sueños. Y leyendo las «Cartas de España», de Blanco White, descubrí que...
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