Lo vi por última vez en 2017. Resultaba verdaderamente emotivo y conmovedor contemplar a Bill Viola sentado junto a Blake, su hijo mayor, admirando uno a uno sus trabajos incluidos en la gran retrospectiva que le dedicaba el Guggenheim de Bilbao en su vigésimo aniversario al célebre videoartista norteamericano. Bien podría ser la escena de uno de sus vídeos. Intensas emociones superpuestas: los relatos que narran esos vídeos, la propia historia del artista... En una sala contigua, su esposa y eterna colaboradora, Kira Perov, directora del Bill Viola Studio , era entrevistada por una televisión. Desde hacía un tiempo era ella, la mejor conocedora de su trabajo, quien hablaba por él. Viola pasaba ya entonces por un delicado estado de salud: el alzhéimer estaba minando la privilegiada mente de uno de los grandes artistas contemporáneos. Neoyorquino de Queens, Bill Viola (1951) se debatía entre la pintura y la música electrónica. Paradójicamente, este artista silencioso e íntimo tocaba la batería en una banda de rock. Iba para publicitario, pero en la Universidad de Siracusa descubrió un programa artístico de estudios experimentales. Pronto le atrajo el vídeo. Fundó el grupo Synapse. Asistente de Nam June Paik , éste fue su maestro, junto a Peter Campus y David Tudor. Confeso admirador de la poesía de Rumi, la mística de San Juan de la Cruz (le gustaba su lección de vida: a pesar del dolor, hay esperanza), la filosofía... Su obra se ha codeado con el mismísimo Miguel Ángel en la Galería de la Academia de Florencia y en la Royal Academy de Londres. Medirse con el gran Buonarroti es un privilegio solo al alcance de muy pocos artistas. Para él, Miguel Ángel, Rafael, Masaccio, Durero o Masolino «eran los jóvenes radicales de su tiempo», los que pintaban, como siglos después haría él con sus vídeos, las cosas invisibles. «La base de mi trabajo es la duda, el desconocimiento, la pérdida del yo, las preguntas, no las respuestas», decía. Viejo conocido de España, adoraba nuestro país , a sus artistas, sus iglesias románicas, el Prado, a Goya... Hemos visto sus hipnóticos y siempre elegantes trabajos, de una factura impecable, en el Reina Sofía, la Fundación La Caixa, la Academia de Bellas Artes, el Guggenheim de Bilbao (por partida doble) o repartidas por la ciudad de Cuenca. También, como escenografía del ' Tristán e Isolda' de Peter Sellars en el Teatro Real . Tras su paso por la Pedrera de Barcelona, donde sus vídeos se midieron con la arquitectura de Gaudí, llegó a la sede de la Fundación Telefónica en Madrid. En 2004 expuso en el Guggenheim de Bilbao, adonde regresó en 2019 para repàsar cuatro décadas de trayectoria a través de 27 proyectos (de 'Cuatro canciones', de 1976, a 'Nacimiento invertido', de 2014), en una gran exposición. «He llegado a comprender que el lugar más importante en el que mi obra existe no es el espacio museístico, ni la sala de proyección, ni la televisión, y ni siquiera la misma pantalla de vídeo, sino la mente del espectador que la ha contemplado», comentaba el artista. Curioso e inquieto hasta la saciedad , estudió muchas de las religiones y culturas del mundo, que ha conocido viajando por todo el planeta. Para saber cómo funcionaba su privilegiada cabeza resultan muy interesantes sus cuadernos. Era su laboratorio, su mapa de ideas. Algo así como el «storyboard» de sus vídeos. No dejaba nada al azar y la improvisación. Metódico y disciplinado hasta el extremo, humanista y virtuoso del vídeo , abordaba, siempre con exquisita sensibilidad , asuntos como la belleza, la trascendencia, la memoria, la vida, la muerte... De lo espiritual en el arte, que diría Kandinsky en su célebre ensayo publicado en 1911. Conocía como pocos la Historia del Arte. Admiraba la obra de Pontormo, Giotto, Masaccio, Durero, Zurbarán, Masolino... Artistas que pintaban cosas invisibles. Él siempre quiso hacer lo mismo con el vídeo. Y lo consiguió. Bill Viola pasó 18 meses en Florencia , visitando iglesias, catedrales, no con un cuaderno de notas, sino grabando el sonido (y el silencio) de los templos medievales. Años después iría a Japón, Bali, Java, Fiji... Estudió filosofía e historia de las religiones : el budismo zen, la mística cristiana, el Corán... Descubrió que existía una conexión, una tradición muy profunda, entre todos esos lugares. El agua era uno de los ejes de su trabajo, entendido como metáfora del renacer. Para entender esa obsesión hay que recurrir a su biografía. A punto estuvo Bill Viola de morir ahogado a los 6 años . Lo sacó del agua «in extremis» su tío. Un hecho que le marcaría de por vida. El agua se repite en otras muchas videoinstalaciones. Como 'Nacimiento invertido' (2014), espectacular vídeo que representa el ciclo vital, a través del flujo de fluidos, del nacimiento a la muerte, pero a la inversa: tierra, sangre, leche, agua y aire. La pieza más compleja y de mayor envergadura de su carrera, 'Avanzando cada día' (2002), consta de cinco proyecciones simultáneas: 'El nacimiento del fuego', 'La senda', 'El diluvio', 'El viaje' y 'La primera luz'. La producción duró seis meses: necesitó un director de fotografía, especialistas en efectos especiales, estilistas, iluminadores, 150 extras... Coordinó el proyecto el productor de Hollywood S. Tobin Kirk. Viola usó por primera vez las nuevas cámaras de alta definición. Era un encargo del Deutsche Guggenheim de Berlín. Se presentó en el Guggenheim de Nueva York en 2002. Hay homenajes a Giotto. A Viola le impresionaron los frescos italianos de Giotto en la Capilla de los Scrovegni de Padua y los de Luca Signorelli en San Brizio (Orvietto). Una de sus piezas más hermosas es 'Tres mujeres' (2008), de la serie 'Transfiguraciones'. Las protagonistas atraviesan un velo de agua, pasando de la oscuridad a la vida. Es de una gran complejidad técnica: un ingeniero tuvo que unir cámaras en color y en blanco y negro. En la temporada 2004-2005, Gérard Mortier encargó para la Ópera de París un montaje de 'Tristán e Isolda' a Peter Sellars, Esa-Pekka Salonen y Bill Viola, que después se vería en el Teatro Real de Madrid. Viola reeditó algunas imágenes como piezas autónomas, a las que incluyó sonido. Es el caso de 'La ascensión de Tristán' y 'Mujer fuego'. E n febrero de 1991 murió la madre de Bill Viola . Nueve meses después nacía su segundo hijo, Andrei. En 1992 crea 'Cielo y tierra', donde celebra el ciclo de la vida: el nacimiento y la muerte. La pieza está formada por un pilar de madera y dos pequeños monitores enfrentados con las imágenes de su madre ya agonizante y su hijo pocos días después de nacer. La muerte de su padre en 1999 fue otro varapalo emocional para Viola y el origen de una de sus series más hermosas: 'Las Pasiones' . Destacan piezas como 'La habitación de Catalina' -cuatro vídeos basados en 'Santa Catalina de Siena rezando', de Andrea di Bartolo Cini, que recuerdan abiertamente pinturas de Vermeer -, 'Rendición' -una versión del mito de Narciso revisitado en una doble pantalla- y 'Cuatro manos' -las de tres generaciones (hijo, padres y abuela), que evocan los estudios anatómicos del Renacimiento-. Y más referencias a la Historia del Arte. 'El saludo' (1995) está inspirado en 'La Visitación', de Pontormo. Es una de las obras que Viola realizó para el pabellón de Estados Unidos en la 46 Bienal de Venecia . Otra es 'Velos': proyecciones sobre finas capas paralelas de tela traslúcida suspendidas en el centro de una sala oscura. Otras obras importantes en su producción son 'Mártires (tierra, aire, fuego, agua)', de 2014, instalada de forma permanente en la catedral de San Pablo de Londres -en 2016 se unió una segunda pieza, 'María'-, 'Aparición', basada en la 'Piedad' de Masolino ; o 'El quinteto de los estupefactos', inspirado en 'La coronación de espinas', del Bosco . Lo adquirió el Metropolitan de Nueva York, primera videoinstalación de su colección.