Iba el agua de la dársena durmiéndose hacia la esclusa y sobre el lienzo verde trazaba el sol un destello de torero de plata. Por las tardes el río se pone alamares. Varios guiris estaban contemplando la estampa desde la calle Betis, mitad cegados por una luz desconocida para ellos, mitad asombrados por el estallido de colores. Yo pasaba por allí con prisa, a lomos del estrés de la rutina, y aquellos jóvenes viajeros me llamaron la atención tanto que me detuve para mirar lo que ellos miraban. Me di cuenta entonces de que hay una Sevilla que todavía no conozco, que es esa que habita en mi costumbre, en mi cotidianeidad, y siempre pasa de largo. Sin embargo, esa...
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