Aprendices intrépidos impulsan vertiginoso crecimiento de la industria eólica en Estados Unidos
Tucumcari. Encaramado a unos 90 metros de altura sobre las planicies de Nuevo México, sujeto apenas por un arnés al techo de una turbina eólica, Terrill Stowe está en su elemento.
“No he visto a nadie caerse en 14 años. Espero que hoy no sea la primera vez”, bromeó el instructor al equipo de la AFP que subió con dificultad los 260 peldaños de la escalera. Un solitario y gigantesco aerogenerador se alza de forma imponente sobre la diminuta ciudad de Tucumcari, a media hora de carretera de la frontera con Texas.
Construida en 2008 en el campus de la Universidad Comunitaria de Mesalands, es una de las pocas turbinas en funcionamiento en Estados Unidos donde los nuevos técnicos pueden practicar para entrar a la creciente industria eólica.
El sector florece: Estados Unidos tiene unas 75.000 turbinas que producen suficiente electricidad para abastecer a unos 40 millones de hogares. La capacidad nacional eólica se ha más que duplicado en la última década, una expansión que deja a la industria en aprietos para entrenar al mismo ritmo a los trabajadores necesarios para mantener sus aspas en movimiento.
“Instalan más campos eólicos y no tienen los técnicos necesarios para ir a la par”, dijo Stowe. Él entrena entre 10 y 20 estudiantes por semestre.
Primero practican en un hangar, en el suelo, con una réplica del aerogenerador y una caja de engranajes, antes de graduarse y poder subir a la “nacelle”, nombre técnico para el compartimiento donde se encuentra el motor y la maquinaria de la torre, localizado en el centro de las tres gigantescas aspas.
Stowe les advierte a los estudiantes que no es una carrera para los temerosos. “Les digo que si tienen miedo de las alturas, no quieren esto”, comentó. Cuando hay viento, estar arriba en la torre “se siente como ir en un bote, para adelante y para atrás, (pero) a 100 metros de altura”, agregó Stowe.
‘Teorías conspirativas’
El crecimiento de la industria eólica se ha visto propulsado por la caída de los costos tecnológicos, la mejora de la eficiencia de la generación e incentivos gubernamentales, como la Ley de la Reducción de Inflación del presidente Joe Biden.
Nathaniel Alexander y Kevin Blea son dos de los estudiantes entrenados por Stowe. Los jóvenes de Tucumcari regresaron a su universidad tras la práctica para trabajar como instructores. “Estoy totalmente a favor de la energía limpia”, dijo Alexander, quien se inscribió apenas salió de la secundaria.
Pero lo que más motivaba a Alexander, de 28 años, era “hacer un trabajo de hombres” y buenos salarios. Un título de dos años cuesta entre $6.000 y $10.000, y abre el camino para trabajos que pueden pagar entre $50.000 y $90.000 por año.
En esta zona rural del este de Nuevo México, una región conservadora en el estado demócrata, muchos se niegan a darle crédito al partido de Biden por el crecimiento de la industria. Los últimos años fueron “una especie de tendencia al alza”, explicó Stowe.
“Pero en realidad, cuando (el expresidente Donald) Trump estaba en el poder, teníamos más tendencia al alza que con Biden”, añadió este republicano. Alexander sostuvo que los incentivos fiscales “definitivamente ayudaron” a la industria, pero admite que no le “apasionan demasiado” las credenciales ecológicas de su sector.
En cambio, se entretiene leyendo publicaciones en Facebook “con teorías conspirativas sobre cuánto combustible es necesario para impulsar” una turbina de viento. “Es totalmente falso, pero me parece gracioso”.
Viento, hielo, rayos
Las condiciones de seguridad cambiaron de forma dramática en las últimas décadas en el sector. Antes de volverse un instructor, Stowe trabajó en haciendas eólicas y recuerda tener que arrastrarse sobre una “placa de hielo” encima de las turbinas, resistiendo vientos de 144 kilómetros por hora.
Rayos golpean frecuentemente a las torres, con frecuencia obligando a los técnicos a escalarlas para arreglarlas. “En aquella época, cuando comencé a subir, no importaba cómo estaba el clima”, recordó con nostalgia. Hoy en día, “si hace mal tiempo, ellos no suben”.
Blea comentó que incluso con precauciones, en un entrenamiento reciente, el viento sacudió tanto la turbina que un estudiante “vomitó en su casco”. “Fue asqueroso”, dijo riendo el joven de 27 años. Pero riesgos del oficio aparte, este trabajo es muy diferente de uno de oficina.
“Ser el primero en esa torre, y ver el panorama en la mañana es simplemente increíble”, contó Alexander. “Es una buena manera de despertarse”.