A lo largo de la
Segunda Guerra Mundial, las tropas italianas no demostraron ser especialmente valerosas. Inmersos en una contienda con la que no se sentían identificados, y dirigidos por mandos ineficaces, los soldados transalpinos eran víctimas fáciles de la desmoralización, por lo que fueron habituales las rendiciones masivas en cuanto venían mal dadas.
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