No hay consuelo para Carolina Marín , que llora desconsolada en la pista del pabellón de Porte de la Chapelle. Una desesperación agonizante porque estaba a punto de ganar el partido: 21-14 y 10-6 cuando un mal gesto a la hora de alcanzar un volante en la red la deja clavada en el suelo. La rodilla derecha hace un mal gesto y aunque trata de continuar con una rodillera, la articulación no responde. Fin a la final, fin al oro , la maldita rodilla vuelve a dejar sin trono olímpico a Carolina Marín. La onubense había dirigido la semifinal con mano de hierro. Agresividad y ataque para evitar que He pudiera imponer su fuerza. Buen arreón inicial para ponerse 5-3, y ampliando la diferencia de calidad hasta el 11-7. Tras el minidescanso, todavía apretó más los dientes, que apenas se permitía algún pequeño fallo , con todo controlado, mientras iba cómo derribaba ladrillo a ladrillo la resistencia de la rival. Como la noche y el día, la española se animaba, celebraba los puntos, atosigaba a la china con latigazos al fondo y con sutiles dejadas que levantaban al personal la sorpresa , tan cerquita de la red . He, todo calma e inexpresividad, trataba de defender la muralla, buenos reflejos y sin alterarse por nada. Pero Carolina fue siempre por delante, colmillo sacado en cada golpe, sin desviarse de un plan que estaba funcionando de maravilla. 3-0 para empezar a dibujar una final. Porque a He le costaba cada vez más recuperarse de los puntos largos, de los latigazos potentes, de los cambios de ritmo y distancias. Dinámica y eufórica Marín, apagada y sin recursos He a la mitad del segundo set, con una diferencia insalvable. Si al principio del partido, los reflejos de la china le hacían ganar puntos , a los 34 minutos de partido, solo le servían para apartarse cuando el volante le llegaba al cuerpo. Y ni eso. 10-6 y todo de cara. Hasta el fundido en negro. El silencio. Los sudores fríos. Carolina avanza hacia un volante en la red y ahí, un mal gesto en la rodilla y el grito, la caída, la desesperación y las lágrimas. La rodilla derecha ha hecho un mal gesto y la jugadora no se puede levantar. La atienden de inmediato Thomsen y Fernando Rivas . Pero hay caras largas, demasiados minutos en el suelo y aceptación de la realidad, la dramática realidad: no habrá oro, ni siquiera final, tan cerca y tan lejos a la vez. La española se acerca al banquillo, se sienta, le entregan una rodillera y saca de donde no tiene, porque ella sabe lo que ya pasa por esa rodilla, para salir de nuevo a la pista. A intentarlo, a probar si es algo pasajero. Pero no puede apoyar, arrastra esa pierna derecha y He aprovecha. Dos puntos en su marcador antes de que el drama se confirme: Carolina Marín no puede continuar, cede el partido , la final, el oro. Ese que tanto se había trabajado. Ese que se difumina de nuevo por la rodilla, la maldita rodilla. Marín se lesionó esta misma rodilla en 2019 , rotura del ligamento anterior. Ocho meses de recuperación que quiso acortar y que fueron un tremendo bajón anímico. Pero se levantó, como siempre hace la onubense: más fuerte, más madura, mejor. Sin embargo, dos años después, justo en su mejor momento, a solo dos meses de los Juegos de Tokio, otro clac en un entrenamiento la dejaron sin la cita olímpica. La crueldad de una lesión multiplicada por la ilusión de pelear por otro oro olímpico. «Después de dos rodillas rotas, sientes que estás en un agujero muy negro y a veces te cuesta ver la luz», decía después de otro periodo de intensa recuperación física, mental, emocional. Pero también de esto se había levantado más fuerte, más completa, mejor. Quería recuperar el trono olímpico como fuera, que para eso había derribado el muro asiático en este deporte desde su Huelva natal. Una proeza extraordinaria porque compite contra cien millones de practicantes solo en China cuando en España no hay ni 10.000 licencias. Y estaba ahí, tan cerca, en otra revolución física y mental en este ciclo olímpico y con su llegada a por todas en este París 2024 al que acudía «en el mejor momento de su carrera». «No he venido a París ver la Torre Eiffel, he venido a por el oro», decía justo antes de la final. Y lo tenía tan cerca: cómoda fase de grupos, susto y reacción en octavos, el mejor partido en cuartos y en la semifinal, con todo hecho, la crueldad vuelve a envolverla . Con el marcador y las sensaciones tan a favor: 21-14 y 10-6, un mal giro en la rodilla derecha acaba con todo el sacrificio, con toda la ilusión, con la final, con el oro, en el desenlace más cruel.