Si es verdad que la venganza es un plato que se sirve frío, Irán debería dejar pasar un tiempo antes de la represalia contra Israel por el reciente asesinato en Teherán del líder de Hamás. Pero el persa es por naturaleza altivo y se siente forzado a actuar rápido . Aunque su enemigo , como es el caso, esté con la guardia alta y preparado para esquivar otro golpe como el del pasado mes de abril. La defensa antiaérea israelí -la Cúpula de Hierro- logró entonces interceptar los 300 misiles y drones lanzados por Irán contra su territorio. Esta vez el golpe puede ser mayor, según los analistas, tanto en materia de armamento utilizado, objetivos dentro de Israel -militares y civiles-, y origen del ataque coordinado. Se afirma que Teherán está planificando la acción con sus milicias aliadas de Líbano, Siria, Irak y Yemen . Un escenario nada tranquilizador para Estados Unidos y para otros gobiernos occidentales cercanos a Tel Aviv, que han desplegado junto a sus costas navíos y aviones de guerra para ayudar en la defensa. ¿Habrá guerra total en la región si la represalia iraní provoca una escalada de respuestas y contra respuestas? Es la gran pregunta, y el gran temor, que lleva a los responsables diplomáticos occidentales y árabes a multiplicar los contactos para pedir 'contención'. Sobre el papel, un conflicto a gran escala no interesa en estos momentos a ninguno de los dos grandes rivales de Oriente Próximo. Irán sigue sufriendo los efectos de las sanciones internacionales en su economía, en particular en el comercio del petróleo, y está sometido al estrés de tener que apoyar a muchos -demasiados- movimientos rebeldes en la región. Acaba de subir al poder un nuevo presidente, y es lógico pensar que la resistencia social interna a la Sharía, la ley islámica -en particular por parte de las mujeres- quiera tomarle las medidas para confirmar si es tan reformista como predica. Israel sigue laminando la Franja de Gaza, a un ritmo más pausado, en un conflicto que parece no tener fin porque el primer ministro, Netanyahu, se guarda mucho de decir cuándo considerará «aniquilado» al movimiento yihadista Hamás. Abrir nuevos frentes de guerra, los más temibles los que puedan enfrentarle con Irán o forzarle a invadir el Líbano, es la peor de las pesadillas para el alto mando del Ejército israelí. Algunos analistas apuntan, con una pizca de cinismo, que para el Gobierno de Netanyahu la perspectiva de un conflicto mayor puede tener ventajas políticas innegables. El choque frontal con Irán forzaría a los Estados Unidos a implicarse en la causa hebrea, dejando atrás los escrúpulos y mohínes que ha mostrado la Administración Biden a la hora de suministrar cierto tipo de armas. Además, retrasaría el final político de Netanyahu, que tendría como estrambote varios juicios por presunta corrupción ahora congelados. Sin olvidar el ajuste de cuentas de la sociedad y la política por la responsabilidad del jefe de Gobierno en el ataque de Hamás del 7 de Octubre, desencadenante de todo este calvario, por el desinterés que habría mostrado Netanyahu hacia los informes de Inteligencia que lo advertían. A esta tesis un tanto conspirativa contribuye la decisión de asesinar al líder de Hamás, Haniyeh, en el enclave más fortificado de Teherán, cuando Israel había recuperado reputación internacional tras sufrir el ataque de Hizbolá en los Altos del Golán. ¿Qué necesidad tenía Netanyahu de dar luz verde a esa acción, y provocar la cólera de palestinos e iraníes, cuando eran los chiíes libaneses los responsables del último ataque? La torpeza, voluntaria o involuntaria, del jefe del Gobierno israelí, ha hecho un flaco servicio a la paz en la región. Su estancia en el poder habrá ganado un tiempo añadido, pero sus decisiones militares han devuelto a Oriente Próximo su condición de polvorín mundial.