M. Night Shyamalan aborda el fenómeno Taylor Swift en 'La trampa': "No soy un cincuentón intentando entenderla"
El director de ‘El sexto sentido’ firma un adictivo 'thriller' donde un asesino en serie (Josh Harnett) ha de escapar de una original encerrona de las autoridades
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Quizá fuera el sentido del humor lo que salvó la carrera de M. Night Shyamalan hace nueve años. El director indoestadounidense había encadenado con After Earth y Airbender, el último guerrero dos mayúsculos fracasos de crítica y público, hundiendo del todo la consideración ambivalente que ya arrastraba años después de sus fulgurantes inicios. “Todo empezó con La visita, cuando empecé a dejarme llevar”, cuenta ahora Shyamalan, recordando esa asociación con Blumhouse —estudio de cine especializado en terror y conocido por lo parco de sus presupuestos— que le devolvió el favor del público. “En la industria me dijeron que no iba a funcionar, que no creían que la comedia y la oscuridad pudieran combinar bien”.
“Y es cierto que a veces puede volverse exagerado, de una forma que no dé miedo en absoluto”, reconoce Shyamalan, que sin embargo supo dar con un equilibrio valioso: el mismo que tiempo después cuidaría de cara al guion de La trampa. Esta historia, según reconoció en Twitter, ha sido la que ha tardado menos tiempo en escribir de toda su carrera, apenas cinco meses. Y cada día de esos cinco meses lo pasó riendo. “Hay que ser realmente preciso, porque solo hay una forma de conseguir la risa sin que decaiga la tensión”, cuenta en un encuentro reducido con varios medios durante su visita a Madrid para presentar la película. “Y esa es la risa nerviosa. Es la que emana de un personaje como Cooper”. Shyamalan se refiere al protagonista de La trampa, que interpreta Josh Hartnett.
Cooper es un asesino en serie, apodado “el Carnicero” por la prensa. La trampa alude a un ingenioso plan que la policía ha elaborado para atraparle, y la película describe los esfuerzos de Cooper para escapar. “Cuando las cosas se ponen difíciles, él inevitablemente empieza a divertirse”. El protagonista ha de improvisar continuamente para esquivar a las fuerzas del orden, radicando su mayor dificultad en que no está solo: le acompaña su hija Riley (Ariel Donoghue), que desconoce la verdadera ocupación de su padre. Cooper ha de evitar que se entere, algo sumamente difícil puesto que la trampa se la han tendido en un concierto al que ha acudido para acompañarla. “La intención no era tanto construir una relación padre-hija, como tensarla a medida que le añadiéramos thriller”, explica Shyamalan.
“¿Está siendo solo un padre raro en un concierto donde no se sabe las canciones? ¿O es otra cosa?”. Hay muchísima comedia, por tanto, en la forma en que Cooper ha de disimular que todo va bien con Riley, y en cómo trata de incorporarla a su plan de escape sin que ella note nada extraño. Que el concierto al que asisten, por lo demás, recuerde tanto a Taylor Swift y The Eras Tour, solo redobla las opciones hilarantes de La trampa.
Padres e hijas
Resulta especialmente refrescante, de La trampa, cómo Shyamalan se acerca al fenómeno de las estrellas pop y los fandoms femeninos-adolescentes. En un tiempo donde el éxito de Taylor Swift no solo se ha extendido a través de los conciertos, sino también por los mismos ambientes donde trabaja Shyamalan —las salas de cine, que el público ocupó ingentemente por el estreno del docuconcierto de The Eras Tour en 2023—, la mirada del director es comprensiva y afable, incluso admirativa por el poder colectivo que estos fenómenos llegan a invocar. Shyamalan razona esta postura por el hecho de que la cantante de La trampa no sea otra que su hija Saleka, interpretando a la ficticia Lady Raven (nombre que además da título al disco que Saleka ha publicado a finales de julio).
Saleka, en el mundo real, es una artista de r'n'b cuyos videoclips suele dirigir Ishana Shyamalan: otra hija del autor de Señales quien, de hecho, estrenó hace un par de meses su debut como directora de terror en Los vigilantes. De la experiencia de La trampa Shyamalan padre destaca, así las cosas, lo agradable que fue trabajar junto a Saleka. “En esta película no tienes a un cincuentón intentando entender The Eras Tour, sino únicamente a mi hija y a mí haciendo una película juntos. Es imposible que haya cinismo alguno por mi parte porque ella es una artista increíble”, asegura Shyamalan. Las canciones de Lady Raven que suenan en el concierto son, asimismo, composiciones expresas de Saleka para la película. Todo en este show, grabado en el FirstOntario Centre de Canadá, está medido al detalle.
Durante el concierto incluso se da una colaboración con otro artista cercano a Lady Raven, al que interpreta el rapero Kid Cudi. “Todo lo que montamos en el concierto es real, pensado en cada aspecto”, explica Shyamalan. “La música era muy importante para mí y así quería transmitirlo. También la dinámica de estas estrellas de pop y cómo se comunican con la audiencia, que es algo realmente mágico y precioso, y significa algo muy profundo para esas personas jóvenes, de lo que sus padres pueden ser testigos”. A la hora de acompañar a Saleka y emocionarse —entendemos que sinceramente, pese a ser un psicópata— viendo cómo disfruta su hija, Cooper bien podría oficiar de alter ego de Shyamalan.
La trampa es una película, en fin, sobre padres e hijas. A la hora de presumir del talento de Saleka y hacer que la película dependiera tanto de su música —buena parte del metraje del film se desarrolla, en efecto, durante el concierto—, la actitud de Shyamalan podría remitirnos incluso a la citada After Earth, mediada por la obstinación del actor protagonista (y productor) Will Smith por lanzar la carrera de su hijo Jaden. Cosa curiosa, el director asevera que colaborar tan estrechamente con Saleka no cambió demasiado su forma de encarar el proyecto. “Y eso es algo increíble de decir. Saleka es brillante, capaz de hacer cualquier cosa, y lo único que a veces tenía que decirle es que se relajara un poco”.
“Yo, como artista, tiendo a estar cómodo con el desorden, y le aconsejé que hiciera eso. Que dejara de escribir como Saleka para escribir como otra persona. Yo suelo hacerlo con mis guiones. No soy yo, pero soy yo. Estoy en esa relación padre-hija, pero la he escrito como el personaje de Hartnett”, prosigue. El vínculo de Saleka ha sido para este cineasta la clave de La trampa y lo que mejor recordará contemplando su carrera en retrospectiva, que él describe como una sucesión de “relaciones de dos años”. “Para mí eso es hacer películas, estar casado con una idea durante dos años, y luego otros dos y luego otros dos. En este caso la idea partía de una relación fantástica con mi hija y del deseo de escribir una película para ella”.
Las ventajas de vivir fuera de Hollywood
Esta actitud de Shyamalan define La trampa de cabo a rabo: por muy trabajada que esté la tensión —conectando más que nunca a Shyamalan con uno de sus maestros, el Hitchcock que en El hombre que sabía demasiado (1956) también exprimía todo el suspense posible de un concierto—, es una propuesta marcada por la ligereza y un sentido del humor constante, gracias tanto a la interpretación de Hartnett como a lo jugoso del planteamiento. Es inevitable no empatizar con el psicópata y, más aún, que no nos caiga bien: el amor por su hija, así como su ingenio a la hora de lidiar con la trampa titular, coloca al filme en unos escenarios felizmente alérgicos a la solemnidad de las primeras películas de Shyamalan.
Aquellas —El sexto sentido, El protegido, El bosque— que movieron a que los espectadores alumbraran una serie de expectativas concretas sobre el director y a que, más tarde, este les decepcionara en repetidas ocasiones. “Pero esa es una conversación que tuvo el público, yo no tuve nada que ver”, asegura Shyamalan sobre la forma en que el “giro final” de la película pareció momentáneamente inseparable de su obra. “Aquí lo de que Josh Hartnett sea el asesino no es un giro, es la premisa. Lo excitante es qué puede pasar a partir de ahí. Yo lo que hago son thrillers, intrigas donde los personajes aprenden cosas, eso es todo. Que mis películas se perciban como tramas muy estructuradas y calculadas… eso no va conmigo, no es como las quiero ver. Si lo hiciera me volvería loco”.
En La trama hay revelaciones y giros, por supuesto, pero todo se concentra en esa premisa y en cómo Shyamalan la desarrolla ajeno a cualquier imposición. En este sentido el director señala que su carrera sería muy distinta si trabajara desde dentro de Hollywood. Algo que no hace: por mucho que en esta fase tardía de su trayectoria cuente con el apoyo de majors como Universal y Warner —con la que distribuye La trampa casi 20 años después de La joven del agua—, Shyamalan va por libre. Sus últimas películas han sido baratas y han recaudado cantidades razonables, lo que le ha permitido seguir trabajando con regularidad. “Nunca he dejado de ser un forastero en Hollywood”, asegura el cineasta, residente en Filadelfia.
“Mis mejores amigos no están en la industria, mis hijas no van a los colegios de la gente de la industria, apenas tengo contacto con la industria. Quizá por eso tengo que moverme un poco más, pero me mantiene el ser de una ciudad pequeña y pensar de forma distinta a causa de eso. El público lo agradece, no se topa con ideas homogéneas”, explica Shyamalan, que describe La trampa como una “celebración del arte, la gente y el juego”. Una forma de pensar outsider que también le permite tener, por ejemplo, una aproximación más libre y desprejuiciada de lo habitual a cuestiones que ahora mismo apelan a Hollywood y la cinefilia.
El arraigo del streaming es una de esas cuestiones. Shyamalan se ha negado en múltiples ocasiones a trabajar para Netflix y otras plataformas. “Cuando un streamer viene a mí le pregunto ‘aparte de dinero, ¿qué puedes ofrecerme?’. Y solo puede ofrecerme dinero. No puede ofrecerme arte, no puede ofrecerme presencia, no puede ofrecerme conexión”, explica Shyamalan, confesándose como un absoluto romántico de la experiencia cinematográfica tradicional. “El cine es asombroso, increíble, por mucho que intenten matarlo no puede morir. El streaming no tiene nada de malo en principio, es una parte accesoria de nuestra vida, pero debe dejarnos conservar la conexión con el público, dejarles esa marca indeleble, para luego poder vivirla por otros medios, verla una y otra vez y mostrársela a nuestros hijos”.
“Pero no debe reducir la intensidad de esta relación y pensar que va a ser igual de importante. Eso es cosa mía”, proclama Shyamalan. “Eso es el arte. El arte no está en la película, sino en la reacción. La sinergia de audiencia y película. Las risas, los aplausos, los jadeos, el silencio al final. Cuando vemos una película, estamos atrapados”, concluye, remitiendo al rol de Hartnett en La trampa y a la posibilidad de leer la película en términos más profundos, relacionados con el cine en sí mismo: una trampa de la que no queremos escapar.