¿Socialismo de qué?
Ahora que, por fin, se pueden intentar estudiar los hechos históricos desde distintas perspectivas de género y bajo el patrón LGTBI, estaría bien que alguien se atreviera a romper el tabú de examinar las obras de Marx y Engels desde el punto de vista de esa especie de amistad criptogay que mantuvieron. El asunto da mucho de sí porque en su biografía hay por medio hijos secretos, poliamor, relaciones con las sirvientas y concubinas… Vamos, una mina. Y toda esa información biográfica está datada además por las cartas personales que sobrevivieron a la época.
Pero, más allá de su interesantísima época y costumbres, hay un elemento en la obra de Marx y Engels que me parece ha sido filosóficamente determinante para las épocas que les han seguido. Uno puede estar de acuerdo o en desacuerdo con las variadas hipótesis y teorías que les gustaba con delirio pergeñar para arreglar constantemente el mundo. Personalmente, me parece que eran unos analistas muy buenos para descubrir, describir y señalar los problemas, pero, cuando se ponían a proponer soluciones para esos problemas y profetizar los siguientes pasos, no daban una. Ahora bien, el marco fundamental sobre el que expusieron sus teorías y análisis fue el de que no es la conciencia lo que determina el ser social, sino al revés: es el ser social el que determina la conciencia. Marx expone ese convencimiento con todas las letras en su obra de 1859 titulada «Sobre la crítica de la economía política».
Me parece una propuesta capital porque abre el camino al concepto sociológico de las clases sociales, que hoy en día a nadie se le ocurriría negar. Y, tal como sucede siempre con los más agudos conceptos que iluminan la vida humana, tiene una vertiente de directa comprobación en la vida cotidiana, que presenciamos a nuestro alrededor día a día. Todos, observando a nuestros vecinos, nos damos cuenta de que cada individuo termina pensando el mundo en función de los intereses que comportan su manera de ganarse la vida. Tu conciencia del mundo no es la misma depende de cual sea tu manera de llevar el pan a tu mesa. Lo que está claro -y es inevitable- es que todo ser humano deberá encontrar a lo largo de su vida una manera de llevarlo. Muchas veces esas diversas maneras de conseguirlo entran en conflicto de intereses y juegos de poder y ya tenemos servida la inevitable lucha de clases. El socialismo de 1842 apareció como «una doctrina filantrópica y pacífica» para equilibrar esa lucha de clases, si hemos de atender a las palabras de Karl Von Stein cuando, en esas fechas, publicó sus primeros ensayos sobre el tema.
¿Por qué el socialismo español ya no menciona nunca a las clases sociales, puntal fundamental de lo que debería ser el supuesto edificio teórico de su proyecto? La tesis de que la conciencia está determinada por el ser social tiene de positivo que nos aleja de las supersticiones y creencias y nos obliga a manejarnos con la complejidad, a observarla, a definirla, y descubrir cuanto de autoorganización hay en cada realidad según sus ingresos. Nos obliga a reinterpretar como complejidad lo que antes nos parecía simple caos. Esa posibilidad, que sería actualmente muy útil para los integrantes del gobierno de Sánchez -dado el desorden en el que se encuentran sumidos- resulta que son incapaces de aplicarla. ¿Por qué?
Pues sencillamente porque poner en primer plano de nuevo ante las cámaras las clases sociales, pondría de relieve la hiperbólica importancia y poder que ha adquirido una nueva clase autónoma, que es la clase política. La tensión de la lucha de clases ha de redefinirse por ese gigantesco grano de arena que ha entrado en la maquinaria. Y hacer esa redefinición según las circunstancias actuales desmontaría de base todo el discurso socialista dejándolo como una simple falacia. Hemos observado estos días en Cataluña como la clase política se situaba por encima de la ley y de la policía. De una manera mucho más dramática, en lugares como México, sucede el mismo fenómeno. La clase política se ha hecho autónoma como clase social y la supervivencia de su propia maquinaria prevalece sobre el proyecto del beneficio colectivo.