El mundo del deporte profesional se mide hoy en día en millones de dólares, o de euros, en función del continente en el que se manejen los protagonistas. Los enormes contratos que se firman en los deportes de equipo y los premios que se ganan en los individuales hacen que los aficionados ya se hayan acostumbrado a medir los éxitos por las cuentas bancarias. Y si quienes están en el candelero son las grandes estrellas, la atención se multiplica. En el golf se produjo un cataclismo hace tres años, cuando el Fondo de Inversión Pública de Arabia Saudí entró a saco en el 'statu quo' establecido hasta entonces: un circuito americano (PGA Tour) que lo dominaba todo, uno europeo (European Tour) que se asoció con él en plena pandemia para evitar su desaparición, y otra serie de organizaciones menores (asiática, japonesa, sudafricana...) que organizaban sus torneos con patrocinadores y golfistas de menor calado. De repente, de la mano de Greg Norman, los saudíes quisieron tomar una parte del pastel. En un principio como colaboradores de las organizaciones existentes (a lo que los estadounidenses y europeos, en un gesto de soberbia, se negaron) y, en vista de ello, como un circuito más. Esto conllevaba graves dificultades, la principal de todas hacerse con un elenco de jugadores que fuera capaz de atraer a los aficionados. Y así, a golpe de talonario y de romper con lo establecido (decidieron hacer sus torneos más dinámicos y modernos, con música, tres días de juego, pantalones cortos y un formato pensado para redes sociales), se establecieron en el calendario. Los tours originales reaccionaron prohibiendo retornar a los golfistas que se fueran al LIV, algo que dio miedo a muchas de las figuras. Otras, decidieron quedarse donde estaban por principios deportivos, como Rory McIlroy o Jon Rahm . También es cierto que el PGA, ante el ataque árabe, multiplicó las dotaciones de sus torneos hasta hacerlos equiparables a los de sus nuevos rivales. Así tenía satisfechas a sus estrellas y les quitaba la tentación del cambio. A finales del año pasado, sin embargo, se volvió a remover todo el mundillo cuando Rahm anunció que se cambiaba de bando por unos 550 millones de dólares, el mayor fichaje de la historia del deporte. Y así, con su salario ya cobrado por adelantado, el español sólo debía limitarse a quedar lo más alto en los catorce torneos de su exiguo calendario para acumular más petrodólares en su bolsillo. La posibilidad de convertirse en el golfista más rico la tenía en su mano, sobre todo si mantenía su nivel de juego en una liga mucho menos exigente que la que abandonaba. Sin embargo, las cosas se le torcieron desde el principio. Sus actuaciones no terminaban de cuadrar y las ansiadas victorias se retrasaban. Para colmo de males, en el Open USA se le infectó una herida en un pie y tuvo que estar de baja un tiempo, lo que terminó de hundirle. Hasta julio no llegó su primer éxito (Reino Unido) y tuvo que ser en este final de temporada (segundo en Greenbrier y primero en Chicago) cuando se reivindicó. En esta última cita del calendario se hizo además con el premio adicional de 18 millones de dólares para el ganador del ranking, hasta sumar un total de más de 45 millones de euros, lo que vino a compensarle de su ajetreada temporada. Eso sí, con quien no pudo competir en la distancia fue con Scottie Scheffler , que a su condición de número uno mundial añadió un rendimiento excepcional (ocho torneos cosechados), algo que no se veía desde los mejores tiempos de Tiger Woods. «Ha sido una buena campaña y seguro que la voy a disfrutar con mi familia como corresponde. Sólo trato de dar buenos golpes cada vez que estoy ante la bola y este año he podido dar muchos», señaló el de Nueva Jersey, un hombre poco dado a la efusividad. Y eso que ha vivido un curso de lo más agitado, con un triunfo en un grande (Masters de Augusta), un arresto policial en el PGA Championship y el nacimiento de su primer hijo. Todo esto le sirvió para recaudar unos 65 millones de euros, tanto en premios como en bonos por quedar el primero de la FedEx Cup y el mejor de la lista de los más activos en internet. Curiosamente, en el afán comentado de tener contentas a las figuras, se premia también a los más activos en las redes sociales. Una conclusión a vuelapluma de la comparación entre ambos es que el primero del LIV Golf se ha quedado muy por detrás del líder del PGA Tour. Y como los datos son evidentes (Rahm ha disputado trece pruebas en su circuito por diecinueve de su rival) está claro que el español tiene menos ocasiones de ingresar que el estadounidense. Incluso si se sumasen los tres grandes en los que ha participado el español (Masters, PGA y Open Británico), tampoco se acercaría ni de lejos (apenas sumó medio millón de euros en los tres). La pregunta, pues, es fácil y absurda: ¿está perdiendo dinero Rahm en el LIV Golf? No lo parece en cuanto se le aplique la parte proporcional de su megacontrato de cinco temporadas, pero no deja de ser curioso que en el día a día no le cunda. Y eso que él reconoce no pensar en el dinero sino en «lo bien que he jugado y cómo he sido capaz de ganar cuando tenía la obligación de hacerlo. Estoy muy orgulloso de ello», reconoció.