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2024

La fachada mudéjar del edificio de la cuesta del Alcázar (1916)

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Abc.es 
La subida desde Zocodover al Alcázar, formalmente llamada de Carlos V, siempre fue una vía de tránsito de vecinos y viajeros de toda condición, aunque en ella no arraigaron ruidosas posadas, sino selectas «fondas». Antes de 1840 se cita la de Europa; en 1850 la de Ruano (renombrada después como Imperial) y, en 1885, el hotel Norte. Este último estaba en la acera derecha, esquina a la estrecha travesía de Barrio Rey que, tras ser reformado en 1915, estrenó una singular fachada mudéjar protegida , desde 1998, en el Plan Especial del Casco Histórico de Toledo. A pesar de su original alzado ha permanecido ignorada la autoría de sus trazas que ya sabemos son de Álvaro González Saz (1883-1936), arquitecto del Servicio del Catastro de la Riqueza Urbana en la Delegación de Hacienda de Toledo desde 1911 y, brevemente, arquitecto municipal (1929-1931), cuyo legado revisaremos en otra ocasión. Eladio Ortiz Ancos , alcalde de Toledo en 1885, regentó la citada Fonda del Norte hasta su muerte en 1900. La dueña del inmueble, Ildefonsa Gómez Palomo, lo vendió en 1903, por 15.000 pesetas, a Marcelino Fernández Martín, jefe de cocina del Colegio María Cristina para anunciarlo ahora como Hotel Toledano. Seguro que éste lo compró gracias a las 42.000 pesetas del tercer premio de lotería del sorteo de Navidad, de 1901, que dejó 200.000 en el centro. Desde 1906, el agraciado ya figuró entre los mayores contribuyentes. Debió invertir más fondos en mejorar la fonda y modernizar el servicio de restaurante. En 1907 Marcelino vendió la casa por 22.000 pesetas a Eugenio Ortiz Pedraza , propietario y tenaz concejal romanonista, con el que pactó seguir como inquilino del negocio hasta 1912. Ortiz, dueño de pleno derecho, lo arrendó luego a «Salvador Vila y Hermano», renombrándose como Hotel París. Allí se alojaron, entre otros, el aviador Lacombe, políticos, populares toreros y continuos agentes comerciales. La gran actividad de la Academia Militar y el creado Museo del Greco (1910) fomentaban los hospedajes. Enfrente seguía activo el Hotel Imperial y, casi haciendo medianería con el París, en 1911, otro empresario abría el Hotel Granullaque en la plaza de Barrio Rey. Todo ello debió motivar que Eugenio Ortiz remozara la casa-fonda en 1915. Sin embargo, la función hotelera acabó en 1918. Además de convertirlo en su domicilio, parte del inmueble lo alquiló a Telégrafos tras cerrar su oficina en la calle Alfonso XII. En 1933 ese servicio se llevó a la Casa de Correos en la calle de la Plata y la hija de Ortiz arrendó la finca a la Delegación Provincial de Trabajo. Siguió luego una cadena de traspasos y usos varios que detalla el estudio de Bienvenido Maquedano (2023). En 1993, REPALSA, dueña del edificio, inició una total reforma interior. En 1907, la antigua vivienda-fonda contaba en la planta baja con un patio, pozo, comedor, cocina, varias dependencias y una antigua cuadra con salida a la travesía de Barrio Rey . El primer piso era la vivienda principal, repartiéndose en los otros dos los cuartos destinados a los viajeros. En 1913 se cita un sótano y, en la planta baja, el patio ya acristalado, la cocina, un fregadero y un dormitorio. En el primer piso dos habitaciones para clientes, en el segundo doce, y quince en el tercero bajo la azotea. En septiembre de 1915, Eugenio Ortiz solicitó licencia de obras para «modificar la fachada de su casa», de la cuesta del Alcázar, esquina a la travesía de Barrio Rey. Presentó los planos y la memoria -por desgracia hoy perdidos-, sin que en las actas municipales se mencione el nombre del técnico. En diciembre se le autorizó elevar una planta. En marzo de 1916, ante la estrechez de la fachada y el «estilo mudéjar» de la misma, se aceptó que colocase gárgolas junto al tejaroz del ático en lugar de canalones. Aquello originó un debate al contravenir las ordenanzas, si bien alguna opinión pedía premiar «a los dueños y arquitectos» que construían «con estilos determinados», como también había hecho, en 1914, Florentino Serrano en su casa asomada a las Cuatro Calles. En abril de 1916, El Eco Toledano recogía la muerte del maestro albañil Pablo Ruiz Alconchel , muy valorado por su «copia de la construcción antigua», sin ver concluida la nueva fachada del Hotel París, cuya apertura aconteció el 22 de junio siguiente. No obstante, la obra ya había despertado interés en febrero de 1916. La revista Toledo publicó un poema del periodista Javier Soravilla dedicado a «mi apreciable Álvaro» [González Saz]. Lo consideró «sastre de edificios y constructor de fachadas o Arquitecto, que es lo mismo y saber hacer lo antiguo como lo moderno». Elogió su atención a la tradición en lugar de las «bellezas del modernismo» en Zocodover , ajenas al «arte toledano». Pero la relación oficial del arquitecto con el caserón hotelero se remonta a 1913 como técnico del Catastro al inspeccionar esa finca y sus escrituras. En 1915, Eugenio Ortiz debió contratar con él la reforma del inmueble, y es El Eco Toledano quien nos confirma la autoría al reseñar el discurso de entrada de González Saz en la Real Academia de Bellas Artes y Ciencias Históricas de Toledo el 30 de junio de 1918. El diario señala el trabajo del arquitecto en «notables fachadas y edificios, entre ellos el antiguo Hotel París», ya convertido en «casa de Telégrafos». En la cuesta del Alcázar, sin emplear mampostería, González Saz recurrió al ladrillo como material único para los muros, los huecos y ciertos detalles quizá tomados de la mezquita del Cristo de la Luz . En el cuerpo central, rematado por un tejaroz, siguió el esquema compositivo de dos fachadas históricas: la Posada de la Hermandad y el mal llamado «Palacio del Rey don Pedro». Coetánea a la obra del hotel era la llamativa estación de ferrocarril planeada por Clavería en 1911. Ambos proyectos, más el Hotel Castilla (Joaquín Kramer, 1890) y otros ejemplos de varias ciudades fueron destacados por el arquitecto y teórico Luis María Cabello Lapiedra en su libro La casa española (1917). Defendía los modelos «hispánicos» frente a los influjos foráneos, lo que compartían Lampérez, Rucabado y Repullés entre otros colegas o la Sociedad Española de Amigos del Arte (1910). Aquella «arquitectura nacional», crecida tras la crisis noventayochista, avivó los estilos platerescos, renacimiento y barroco que acabaron en los años treinta en modelos con visibles matices regionalistas. Un ejemplo de aquella evolución en Toledo es el Casino, edificio cercano a la cuesta del Alcázar, proyecto de Felipe Trigo (1922) que reúne dispares detalles castizos, aunque no fueron especialmente fieles a la tradición local.



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