En un diagnóstico tan nocivo como insuficiente, suele afirmarse que el hiperestimulado escenario en el que hoy vivimos ha terminado por despojarnos de nuestra atención. El constante ruido, la cultura de la imagen rápida e incisiva, los tiempos acelerados y la inmediatez, la exigencia de la ininterrumpida disponibilidad, el imperio de las tecnologías digitales , las permanentes notificaciones y la tiranía de 'stories', 'reels' y 'tiktoks' –aseguran– han atrofiado definitivamente nuestra capacidad atencional, de tal manera que un proceso de reconquista cognitiva, a estas alturas, resultaría ya imposible. «Hay que adaptarse», dicen unos con orgullosa resignación, impregnados del melifluo y grosero espíritu acomodaticio de los gurús de la autoayuda. «El problema no son las pantallas, sino cómo las usamos», declaran...
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