Calderón viendo el telediario
«Es una obra actual porque la vamos a representar ahora y porque, junto a Calderón de la Barca, hemos intervenido 30 creadores poniendo en discusión, enfrentamiento y conflicto nuestras propias ideas sobre el texto». Así ha zanjado José Luis Alonso de Santos, en la presentación de este nuevo montaje de «El alcalde de Zalamea», el sempiterno y estéril debate sobre lo que es o no es teatro contemporáneo y sobre el papel cultural que pueden o deben seguir desempeñando los clásicos en la sociedad de hoy.
Y advierte el veterano dramaturgo y director sobre la complejidad y la inagotable riqueza intelectual que encierra la función: «Me gustaría contarlo y explicarlo todo sobre “El alcalde de Zalamea”, pero no se puede. El teatro y el arte en general empiezan precisamente donde hay algo que no se puede explicar. Nosotros hemos tratado de hacer visible lo invisible, a partir de un desarrollo conjunto de ideas, para mostrar un pensamiento múltiple, no único».
Como muchos ya sabrán, el argumento de la obra se ubica en el pueblo extremeño al que el título hace referencia. Allí hacen parada las tropas españolas en su camino a Portugal. Cuando el capitán don Álvaro se siente atraído por la hermosa hija de Pedro Crespo –un próspero labrador que le ha dado alojamiento– decide secuestrarla y violarla. Tras llevar a cabo su plan, Pedro Crespo exige a don Álvaro que se case con su hija para reparar de algún modo lo que ha hecho, pero él se niega. Una vez que es elegido alcalde, el labrador no dudará en buscar justicia enfrentándose incluso al poder militar: mandará apresar al capitán y lo condenará a muerte.
Pero la función, según Alonso de Santos, «habla de muchas más cosas que las que cuenta su argumento, como le sucede a todas las grandes obras». «Además de la tensión política que se respira entre líneas, de su poesía y de la perfecta construcción formal de sus personajes, el mayor valor que atesora –dice– es que otorga al espectador el papel de jurado ante las diferentes formas de conducta que se establecen dentro de una sociedad. Y, al hacerlo, le introduce en el importantísimo debate sobre los derechos humanos que, antes y ahora, tiene cada ciudadano, y en la responsabilidad ante los hechos que ocurren en la sociedad que habitamos». Y se aventura el director a suponer, a partir de la obra, lo que Calderón pensaría de algunas cuestiones fundamentales en el presente: «Si él viese este gobierno y esta justicia nos diría que no se puede hacer abuso de poder. El poder es el territorio para impedir los abusos, no para abusar; el territorio para hacer que se ejecute la justicia, no para impedirla; el territorio para buscar la dignidad humana, no para derruirla; y el territorio para recordar que el honor, la conciencia y la verdad son importantes. Y en esta obra se debaten muchos de estos valores. ¿Cómo no va a ser actual? No hay más que ver un telediario o leer un periódico para comprobar que lo es».
Echando un vistazo al programa de mano, no parece exagerar Alonso de Santos cuando alude al abultado número de «creadores» que han participado en el proyecto. Si atendemos únicamente al elenco, encontramos en él quince intérpretes –cifra poco habitual en los tiempos que corren–; y, entre ellos, algunos de sobrado bagaje y reconocido prestigio: Daniel Albadalejo (don Lope de Figueroa), Javier Lara (don Álvaro), Isabel Rodes (Chispa), Jorge Basanta (Rebolledo)... o Arturo Querejeta (Pedro Crespo), a quien el director califica abiertamente como «el mejor actor de teatro clásico de España».
- Dónde: Teatros del Canal, Madrid. Cuándo: hasta el 13 de octubre. Cuánto: desde 9 euros.