El servicio doméstico fue durante siglos una de las profesiones más habituales para las capas bajas de la sociedad. La nobleza empleaba numerosísima servidumbre dentro de la cual se diferenciaba entre los de «escaleras arriba» y los de «escaleras abajo». En los palacios y grandes casas, el servicio podía estar formado por decenas de personas de ambos sexos. La servidumbre era un trabajo esencialmente urbano. A finales del siglo XVII se censaron en Madrid más de 280.000 criados, es decir, un 35% de la población total de la ciudad. Incluso otras fuentes apuntan que un 43% de la población de la capital se dedicaba a esta actividad. Madame de Aulnoy, dama francesa que ha pasado a la posteridad por sus cuentos de hadas, nos dejó uno de los testimonios más interesantes de finales del siglo XVII español en su 'Relación del viaje de España'. La escritora relata que nuestra alta nobleza desplegaba un gran lujo en su vida cotidiana , ya que para la duquesa de Osuna trabajaban trescientas dueñas. Por otro lado, el duque de Saint-Simon, que vino en calidad de embajador de Francia en 1721 para las negociaciones de unas bodas reales, cuenta en sus memorias que el duque de Medinaceli tenía setecientos servidores. Estos datos parecen bastante exagerados, pero no cabe duda de que constatan la realidad social del momento. Fray Luis de León en su obra 'La perfecta casada', escrita en 1583, habla de la obligación de los señores de dar trato digno a sus sirvientes y critica duramente a las mujeres que abusan exigiendo a sus criadas unas condiciones de trabajo duras y humillantes: «…y hay tan vanas algunas, que casi desconocen su carne, y piensan que la suya es carne de ángeles y las de sus sirvientas de perros». Un siglo más tarde, Juan de Zabaleta en El día de fiesta por la mañana y por la tarde se queja de las soberbias señoras que maltratan a sus criadas obligándoles a servirles de rodillas: «El hacerse servir de ellos de rodillas, no siendo no Dios ni rey, es soberbia muy desamedrentada» y continua «mejor plaza es la de perrito faldero en casa de una mujer poderosa que de criada valida». Aunque todos estos penosos episodios probablemente ocurrieran, no se debe pensar en absoluto que los amos se dedicaran a maltratar y a abusar de sus sirvientes. El señor tenía una serie de obligaciones para con ellos, de hecho no debía desatender sus necesidades como la dote, ropa para vestir, alojamiento y comida, incluso si habían nacido en la casa se les podía costear el aprendizaje de un oficio. Cuando un gran señor fallecía, sus hijos heredaban, por así decirlo, los criados. Una de las obras de caridad frecuentes en los testamentos era dotar a doncellas sin recursos para que estas pudieran contraer matrimonio. Concretamente en Sevilla la Casa de la Misericordia se ocupaba de casar a mujeres pobres entregándoles una sencilla dote que consistía en algo de ropa, enseres para la casa y una cantidad de dinero en efectivo. En el Archivo de Protocolos se pueden consultar estos documentos, que suelen seguir la misma fórmula solamente cambiando los nombres de los contrayentes. Hemos comprobado en diversos documentos de los siglos XVII y XVIII que algunos señores hacían entrega de la dote a criados y criadas para que pudieran casarse, esta era una práctica frecuente. Por ejemplo, en 1730 el sevillano don Pedro de Soto otorga una dote de 6.000 reales a un «trabajador del campo» que va a casarse con su sirvienta Ana María, el documento reza «a quien he criado en mi casa y servicio desde que la trajeron». En 1740 el conde de Gerena hizo lo mismo con dos de sus criados. En estos casos se trata de dotes bastante completas, pues en ellas se entrega una pequeña parte en dinero en efectivo y enseres para la casa tales como cama, colchones, sábanas, almohadas, ropa interior, ropa de vestir, mobiliario y cacharros de cocina. El conde entregó incluso joyas a la mujer de su «criado mayor», en concreto unos pendientes y una cruz de oro. Por otro lado el vestido principal está valorado en 900 reales, una cifra nada desdeñable. En Sevilla hubo durante siglos tráfico de esclavos, de hecho en 1700 un viajero extranjero cuenta que eran muy numerosos. Iban marcados en la cara o en la nariz y sus precios variaban. Las mujeres solían ser más costosas por su mayor capacidad de trabajo y longevidad. En algunos inventarios de bienes figuran los esclavos, normalmente se anotaba el nombre, color y edad, por ejemplo, «una negra de color atesado llamada Josefa que será de cuarenta y poca más o menos». Algunas personas dejaban en sus testamentos disposiciones para la manumisión de sus esclavos tras su fallecimiento. Diversos artistas tuvieron esclavos a su servicio, entre otros, Pacheco, Murillo o Velázquez. Este último inmortalizó a su esclavo morisco Juan de Pareja en un soberbio retrato que alcanzó una cifra récord cuando fue subastado en Christie´s en 1970. Velázquez retrató a su esclavo mirándonos de frente, luciendo el traje a la española y una rica valona guarnecida de encaje . Juan de Pareja consiguió ser un pintor independiente, aunque cuando falleció su maestro en 1660 siguió al servicio de su hija Francisca Velázquez, que estaba a su vez casada con otro pintor, Juan Bautista Martínez del Mazo. Por otro lado no debemos olvidar que en el teatro del Siglo de Oro, la figura del criado tiene un marcado protagonismo, ayudando a sus amos en sus citas, diatribas y amoríos y, en muchas ocasiones, poniendo humor y sentido común en el desarrollo de la trama, por lo tanto podemos concluir que, aunque cada cual estuviera en su esfera social, existía una familiaridad y una protección de unos para con otros y viceversa. Si te ha interesado el tema, sigue leyendo en la web Arte y demás historias : «La perfecta casa».