La Hispania romana y la visigótica: precursoras de España
En anteriores capítulos nos hemos acercado a lo que reconocidos historiadores y pensadores como Julián Marías, Menéndez Pidal, Menéndez y Pelayo y Sánchez Albornoz, entre otros, han escrito respecto a la Identidad nacional e histórica de España. Siguiendo al Presidente de Francia Charles de Gaulle, que consideraba como necesario para cualquier persona que aspirara a dirigir su país, tener una «idea de Francia», desarrollamos la «Idea de España», que esos ilustres españoles expresaron como la correspondiente a nuestro país. Así ya vimos cómo la «Idea Católica» es la que unánimemente acredita una investigación rigurosa de los acontecimientos que, a lo largo del tiempo, han conformado lo que conocemos como España. Al fin, «todas las actividades culturales, diplomáticas, militares y económicas de la ciudad terrenal forman parte −cada una a su nivel y a su manera− del plan soberano de Dios acerca del mundo», como escribió Georges Huber en su reconocida obra «El brazo de Dios, una visión cristiana de la Historia». Ciertamente no hemos de ser indiscretos intentando leer detalle por detalle lo que Dios pretende al permitir o determinar un acontecimiento o una serie de ellos, o al concertar una coincidencia. Pero no obstante, por la fe conocemos el sentido de la totalidad. Y así, siguiendo a san Agustín −quién estableció el «sentido cristiano de la Historia» , fundamento de su Teología−, podemos afirmar que «la Providencia es la que confiere a cada pueblo su razón de ser, asegura su papel e ilumina su ‘destino’».
Siguiendo entre otros a Menéndez Pidal y Julián Marías, se puede afirmar que ya en la Hispania romana veremos prefigurada la realidad hispánica como antecedente histórico de España. Y es preciso destacar que desde los albores del cristianismo, la Hispania romana aparece vinculada a él. No fue fácil la conquista romana, lo que le llevó a decir a Tito Livio: «España es la primera provincia que se atacó y la última que se venció». La dominación romana de Hispania duró más de seis siglos y toda ella quedó profundamente romanizada; la lengua, la cultura, las leyes, las costumbres y la religión de Roma, se impusieron tan hondamente que sus huellas aún perduran. El imperio romano fue vehículo de expansión del cristianismo. Según la tradición, los apóstoles Santiago y san Pablo estuvieron misionando en Hispania pese a que apenas existen documentos históricos que lo recojan debido principalmente a las persecuciones de Diocleciano (301), que se propuso «extirpar hasta el nombre de cristiano». Pero no obstante, no existen argumentos en contra de la secular y arraigada tradición que «obliguen a un espíritu imparcial a negar la veracidad de la tradición».
Un hecho muy relevante al efecto es la tradición muy consolidada, según la cual el 2 de enero del año 40 de nuestra era, la Virgen vino en carne mortal a Zaragoza a confirmar y fortalecer en la misión evangelizadora al apóstol Santiago, que será el futuro santo patrón de España. Tradición Pilarista que el propio Vittorio Messori destaca como llena de historicidad, al igual que lo fue la restitución de la pierna de Miguel Juan Pellicer −el cojo de Calanda−, del que ya tuvimos ocasión de escribir en otro capítulo de esta serie. Con esta referencia podemos ver la íntima relación que ya desde el comienzo de nuestra realidad histórica tuvimos con el cristianismo y la catolicidad. Este compromiso está jalonado de numerosos hitos en esta etapa de nuestra Historia, pudiendo destacar, entre otros muchos, algunos vinculados a la futura Cataluña hispana a la que ya nos referimos. A mitad del siglo III, en el 259, en la capital de la Tarraconense tuvo lugar el martirio de su Obispo Fructuoso y de sus diáconos Augurio y Eulogio. Llegados al anfiteatro para morir en la hoguera, Fructuoso exclamó: «Llevó dentro de mí a la Iglesia Católica de oriente a occidente». Los tres mártires son considerados los primeros de los que hay constancia documental en las actas martiriales de la Historia Cristiana de España, y por los que san Agustín sentía una particular devoción. Otro ejemplo en la misma línea tuvo lugar a mediados del siglo IV en Barcelona, donde regía la diócesis el obispo san Paciano. Se enfrentó a la herejía de los novacianos, muy presentes en la Tarraconense, definiendo la catolicidad de la Iglesia cristiana y explicando que esta encerraba dentro de sí tanto la idea de unidad, como de universalidad. Dejó una frase para la Historia: «Mi nombre es Cristo, mi apellido Católico».
Durante ese mismo siglo, antes de la invasión de la Hispania romana por los pueblos del norte, surgirán personas decisivas para acontecimientos trascendentales del cristianismo. En concreto, la conversión del emperador Constantino y el Concilio de Nicea. En ambos, Osio, Obispo de Cordoba, fue determinante. Otro hecho fue la proclamación del Cristianismo como religión oficial del Imperio, que lo efectuará el hispano Teodosio el Grande. No fue una «mera coincidencia»: en ese momento el Papa era san Dámaso, otro español.
La España Visigótica en el siglo V, tras caer el Imperio romano, llega el arrianismo por medio de los suevos y los visigodos, y ya en el siglo VI se ha conseguido la unificación que Menéndez Pidal definirá como «la España gótica» . La población hispanorromana se estima que era de unos 7 millones, y la de los invasores apenas unos 200.000, por lo que el choque entre unos y otros no fue violento. La población hispanorromana influyó poderosamente con su cultura e idiosincrasia sobre los invasores, y de esta conjunción nacerá uno de los estados de más vigorosa personalidad en el tránsito de la Edad Antigua a la Edad Media. Los visigodos fueron integrándose en la sociedad hispanorromana aceptando su lengua −el latín−, su religión −la católica−, así como sus leyes, usos y costumbres. Esta simbiosis produjo un cierto entusiasmo nacional a juzgar por el Canto a Hispania de san Isidoro. El reino godo, la España gótica arriana, pasará a recuperar su catolicidad con la conversión de Recaredo, el 8 de mayo de 589, durante el tercer Concilio de Toledo. Ese día se forjó la nacionalidad española con sello católico. Abjurando del arrianismo, junto con el rey retornan todos sus súbditos a la Catolicidad, anticipándose en el tiempo a la conocida fórmula de la Paz de Augsburgo del siglo XVI: Cuius regio, eius religio (cada reino con la religión del rey). Quedaba constituida la unidad religiosa de España, que será la base de su unidad política y civil. La monarquía visigoda culminaba la construcción del estado y de la nación con el Liber Juidiciorum de Recesvinto elaborado en los Concilios de Toledo. Aquel Tercer Concilio de Toledo, con las figuras de Recaredo y Leovigildo tendrá tal trascendencia histórica para España, para Europa y para la Iglesia, que el mismo Cardenal Ratzinger, futuro Benedicto XVI, lo destacó. Lo definió como «un dato histórico, eclesiástico y europeo de primer orden», y como «una fase de la historia de España y de Europa». En ese proceso las figuras de Recaredo, san Leandro, san Hermenegildo y san Isidoro destacarán con luz propia, acreditando la especial unión existente entre el Cristianismo y el desarrollo de la nación española desde el primer momento de nuestra historia. En «Memoria e identidad» san Juan Pablo II nos dirá que la nación «es la comunidad que posee una historia que supera la historia del individuo y la familia» y que «la nación es el suelo sobre el que se construye el Estado».
¿Cómo no ver el eco de estas palabras en el proceso de los siglos que median desde aquel año 40 hasta el siglo VI cuando bajo el cetro de Recaredo nace políticamente la nación española? Desde esa fecha de 589 hasta la invasión musulmana del año 711, la potestad del monarca de Toledo era clara. La desunión vino por fuerza mayor y habrá un permanente anhelo de los viejos reinos godos en recuperar la unidad católica y nacional perdida. «Será un caso único en la historia de los pueblos europeos», como lo definirá Claudio Sánchez Albornoz. Será la Reconquista, un concepto que el laicismo radical, la cultura woke y la «alianza de civilizaciones» pretenden negar. Hablaremos de ella.