Todos los grandes partidos provocan algún desgarro en las relaciones entre adversarios. Algunos son en forma de heridas visibles, como las lesiones, y otros, golpes anímicos o reproches menos apreciables, como la malicia en los enfrentamientos verbales, que suelen dejar huella. Ocurrió también entre Arsenal y Liverpool, cuya creciente rivalidad por ser el club que pueda destronar al Manchester City se ha tensado mucho, hasta el extremo que, tras el partido del Emirates, lleno de tacticismo entre los técnicos, se prendió la chispa de las acusaciones.
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