Si la devastación de Paiporta impresiona de día porque parece que ha pasado un tsunami, no una riada, de noche sobrecoge. Entre charcos de fango, emergen montañas de coches destrozados y pilas de escombros y basura que se amontonan por doquier desprendiendo un hedor a putrefacción y descomposición que echa para atrás incluso llevando una mascarilla. Una semana después de la catástrofe, la electricidad se ha restablecido en buena parte del pueblo, pero todavía quedan muchos edificios sin luz ni agua y el ambiente sigue siendo igual de fantasmagórico. Con los bajos de los edificios reventados , sus calles parecen una zona de guerra, sobre todo ahora que ha aumentado la presencia policial y del ejército. Con las sirenas de...
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