Sylvia Plath fue una gran poeta estadounidense, primera en ganar un Pulitzer de poesía a título póstumo (1982) , sin embargo fue su única novela autobiográfica publicada con el pseudónimo de Victoria Lucas, La Campana de Cristal , su obra más icónica, cuyo título fue la metáfora de una depresión , la suya, allí donde el aire era más denso y viciado o más respirable y ligero según subiera o bajara el transparente atrapador, lugar donde habitó, fermentándose, como ella misma describió, hasta morir, con treinta años, en que decidió reposar de todo ese dolor , abriendo el gas del horno donde previamente había colocado su preciosa- era muy bella- cabeza. «Reposa, reposa, y estarás como una rosa». En España la poeta viviría uno de los momentos más felices de su vida, el de su luna de miel en Benidorm , con el poeta británico Ted Hughes , que fue su marido, padre de sus dos hijos y quien la abandonó para irse con otra poeta , una mujer casada, que curiosamente murió de la misma forma que Sylvia, por suicidio por asfixia de gas, sólo que ésta se llevó a la hija de ambos con ella, Ted ya tenía otra amante. ¿Justicia divina o marido maltratador? Fuera la una, la otra, ambas u otras, el caso es que la novela de Plath, publicada en 1963, un mes antes de morir, se convirtió en un icono contra el machismo , la desigualdad y el maltrato a la mujer cuyos ecos siguen hoy totalmente vigentes. Sylvia ya era Sylvia antes de conocer a Ted , (había intentado suicidarse con somníferos tras ser rechazada para un curso de escritura en Harvard). En exceso exigente consigo misma y con lo que la rodeaba, perfeccionista, brillante, proyectando altas metas que con frecuencia la llevaban al desencanto, con poca tolerancia a la frustración, además de melancólica, rebelde, introvertida, ambiciosa y muy crítica , era mella continua de la insatisfacción. Así que, según Ted, en uno de los poemas que publicó en su libro Cartas de Cumpleaños (1998) antes de morir (él de muerte natural) dedicado a su relación cronológica con Plath, España tampoco cumplió las expectativas de la poeta: «España te asustaba/ la luz sanguinolenta/los perfiles negroafricanos / la mueca fúnebre de Goya/los toros aturdidos masacrados/el torero de cara gris vomitando miedo». Lo que no impidió que disfrutara de su amor:» Te recuerdo a la luz de la luna/paseando por el muelle vacío de Alicante/ y pienso que sigues en tu luna de miel/ con toda la vida por delante/ y todos los poemas por hallar». Sylvia Plath era una mujer ambiciosa no sumisa en un sistema muy exigente para el sexo femenino, en el que se sintió presa y alienada por la imposición asimilada en ella como una necesidad: para ser aceptada y feliz había de ser una buena esposa y una buena madre y asumir todos y cada uno de los papeles que ello conllevaba, mientras el hombre, liberado, se lanzaba al éxito profesional y podía tenerlo todo: fama, familia, carrera e hijos. Pero su idea de la felicidad estaba muy lejos del matrimonio: «odio la idea de servir a los hombres en todos los sentidos», «quiero un marido, un hogar, ser una poeta famosa, una profesora brillante, una fantástica editora, viajar y muchas otras cosas», «no soporto la idea de que una mujer deba llevar una vida pura mientras el hombre puede llevar dos», « el matrimonio es un estado totalitario privado, un lavado de cerebro al que vas atontada », «hay hombres que odian a las mujeres y se comportan como dioses invulnerables henchidos de poder que descienden y luego desaparecen». Eran los 50 en EEUU y en Inglaterra, pero en Europa hoy en día, todavía arrastramos con sus más y sus menos este papel «natural» en la mujer que no lo es, que nos viene dado social y culturalmente. Y en España todavía hay mujeres que piden una excedencia para cuidar de sus hijos mientras el padre no lo hace , las mujeres representan el 85% del total de excedencias tramitadas por la Seguridad Social. Si lo hacen con gusto, vale, pero Sylvia aspiraba al mismo status profesional que su laureado marido y eso la mató. Sylvia no deseaba escribir entre plancha y cambio de pañal, deseaba escribir todo el tiempo , tener éxito, alcanzar la fama, ganar premios y dinero, ser reconocida y respetada, ella lo quería todo: «quiero cambio y emociones, salir disparada en todas las direcciones». Y lo consiguió, es una de las poetas más admirada del planeta, pero tuvo que suicidarse para ello dejando en manos de su marido un legado que él destruyó parcialmente en lo que le tocaba, la última parte de los Diarios Completos (1982), con el equivocado pretexto de no dañar a sus hijos (el pequeño Nicolás también se suicidaría). Ted Hughes publicaría en ese poemario de autosanación que dedicó a su primera esposa el poema Ouija, la contestación del vaso a la pregunta que le formularon sobre Sylvia, ¿alcanzarás la fama?: «Vendrá la Fama / especialmente para ti/ la fama no puede evitarse y cuando llegue/ lo habrás pagado con tu felicidad, con tu marido y con tu propia vida». Sylvia lloró y no quiso seguir con el juego. Tras abandonar a Sylvia con sus hijos, muertos de hambre y frío en su casa de Londres, Ted se largó con una mujer casada, también poeta, Assia Wewill. Fue el detonante de la muerte de Sylvia . Tras su muerte, Assia cuidó de los hijos de Ted y este le impuso sus normas: «Assia debe jugar, educar y remendar la ropa de los niños, Assia debe levantarse pronto, cocinar y hornear el pan en casa, Assia debe mejorar sus modales, no andar en bata y no hablar de su marido, a cambio Ted ayudará media hora en el hogar». Parece que tras cargar sobre sus espaldas todo el tedioso trabajo de llevar una casa y unos hijos, dejaron de parecerle atractivas y a las dos las abandonó desocupándose del mantenimiento de sus hijos, desvalidas, aplastadas por la deslealtad y la ingratitud, sin tener en cuenta su entrega, su devoción y su amor (Quiero el éxito profesional y quiero una familia, pero de la familia que se encargue esta y si me hace las veces de ayudante y secretaria mucho mejor). Se sabe por una nota que Assia se suicidó del mismo modo que Sylvia por el peso de la culpa de su traición, las parejas eran amigas. No es extraño en la actualidad que cada vez más madres elijan ser madres en solitario , mediante inseminación artificial. Que no es lo ideal, vale, pero una mujer solo debe parir y dar de mamar, lo demás es cosa de dos y si no quieres los problemas y el trabajo que dan los hijos no se los endoses a tu pareja, no los tengas. A tu pareja, a tu hermana, a tu madre o a tu suegra. Cuando Sylvia se quedó sola nadie la ayudó, cuando Ted tuvo que encargarse de sus hijos al morir la madre, toda la órbita de mujeres a su alrededor se mostró dispuesta a cuidarles. Ted silbó, se frotó las manos y se alejó descuidado, ya era libre. Es cierto que Sylvia padeció una depresión clínica toda su vida y si el sistema hipermachista de la época no la beneficiaba en sus aspiraciones, los abusos terapéuticos del momento impartidos por psiquiatras mayormente masculinos tampoco la ayudaron en su enfermedad. Cuando los somníferos dejaron de hacerle efecto, cuando no podía leer ni comer y todo le resultaba absurdo, la enviaron a la consulta del Doctor Gordon , un psiquiatra que presumía de posición con foto de familia feliz en su despacho, que tuvo actitud libidinosa recordándole el buen plantel de chicas de su Universidad y que le envió a su hospital privado a que le diesen electrochoques «mientras miraba mi abrigo de piel para calcular sus honorarios». Aquellas descargas fueron traumáticas: «sentí que los huesos se me rompían y me abandonaba la vida y me pregunté qué horrible crimen había cometido para merecer aquello». En otro hospital le inyectaban insulina tres veces al día para provocarle convulsiones, era otro de los tratamientos del momento junto a la lobotomía (seccionar nervios del cerebro mediante un orificio en el cráneo). Luego comprendería por qué, sorprendentemente, los locos de los manicomios deambulaban como inocentes «pajaritos». Sylvia Plath ha sido considerada como una poeta maldita por su visceralidad. La novela acaba con ella esperando el alta del equipo médico reunido en una sala del último hospital. Tras el alta, pensó en su madre proponiéndole seguir en su mundo como si aquello hubiese sido sólo una pesadilla, « pero para quien está en la campana de cristal, vacía e inerte como un bebé muerto, el mundo es la pesadilla », se dijo. Un mes después de publicarse la novela (1963) acabó con su vida. Le debemos haber sabido identificar «las trampas de un sistema que sólo la concebía amputada» (Aixa de la Cruz). Algo inédito hasta entonces.