El próximo sábado se cumplirán ya las cuatro semanas del 0-4 del
Barça en el
Bernabéu. En
Madrid se ha corrido un tupido velo sobre lo acontecido en lo deportivo. Parece que esa exhibición pasó hace cuatro meses, no cuatro semanas. Pero si poco se ha hablado del baño futbolístico de los de
Flick, más de puntillas todavía se ha pasado sobre los insultos racistas dirigidos a
Lamine Yamal, Raphinha y Ansu Fati. El problema de fondo no es que mediáticamente el hecho durase 48 horas, lo grave es que la
Comisión Antiviolencia sigue mirando para el otro lado, de una forma tan inusual y vergonzante que, prácticamente, la convierte en cómplice del ataque a los tres delanteros del
Barça. Tras tres reuniones de
Antiviolencia, sin tomar decisión alguna al respecto hacia los aficionados concretos, sobre el fondo norte o sobre el Club local, uno empieza a pensar que a esta
Comisión les interpela más el color de la camiseta que el color de la piel de los futbolistas. A los jugadores del
Barça les llamaron “hijo de puta” repetidamente, “menas”, “monos” y les mandaron a vender pañuelos a un semáforo. Y a pesar de que el
Real Madrid y las cámaras de la
Liga tienen identificados a los cuatro aficionados que profirieron tales gritos racistas, no hay sanción de ningún tipo hacia los socios, a la grada concreta o al
Real Madrid. Insólito e inimaginable viendo los precedentes que existen con los insultos a
Vinicius en
Mestalla o a
Nico Williams en el Metropolitano.
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