Laura Hojman, cineasta: "La Transición no se construyó sobre la memoria, olvidó conscientemente el pasado"
La sevillana presenta en el Festival de Huelva su nuevo documental, ‘Un hombre libre’, sobre la figura del escritor exiliado Agustín Gómez Arcos
Agustín Gómez Arcos, el escritor español que se estudia en los colegios franceses mientras aquí pocos lo conocen
Después de ocuparse de Rubén Darío en 'Tierras solares', de Antonio Machado en 'Los días azules' y de María Lejárraga en 'A las mujeres de España', la directora Laura Hojman (Sevilla, 1981) se había propuesto no hacer más documentales sobre escritores. “Quería cambiar de tema, pero una compañera, María Díaz Valderrama, periodista afincada en París, me habló de Agustín Gómez Arcos. Me hice con algunos libros suyos y el primero que leí, 'El cordero carnívoro', me voló la cabeza. Tuve la sensación de que nunca había leído nada así”. Ahora, varios años después de aquella revelación, lleva al Festival de Huelva de Cine Iberoamericano 'Un hombre libre, el largometraje' que ha dedicado a su figura y su obra.
“En Agustín está todo lo que me interesa: la memoria, las voces que han sido invisibilizadas, los silencios, cómo la Historia se construye también con ausencias”, añade Hojman. “Es evidente que en España tenemos un problema con la memoria. No es casual que no conozcamos a un autor como Gómez Arcos, o que no se le haya publicado desde 2006, como no sabíamos de María Lejárraga y de aquella generación de mujeres de su tiempo. Eso viene de un programa político del Franquismo que seguimos arrastrando en la Transición. En ese proceso democrático el país no se construyó sobre la memoria, olvidó conscientemente lo que tenía que ver con el pasado. Y mientras escribía el guion de 'Un hombre libre', me encuentro con que se censuran obras de teatro como las de Alberto Conejero o Paco Bezerra… Todavía hay cosas que no queremos ver y de las que no queremos hablar”.
Frente a ese olvido español, Hojman encontró abundante material sobre Gómez Arcos en la radio y la televisión francesas sobre ese novelista y dramaturgo nacido en Enix (Almería) en 1933, exiliado en 1966 tras ganar dos veces el premio Lope de Vega y retirársele el galardón. Primero en Londres y luego en París, su obra obtuvo una gran acogida, llegó a ser finalista del premio Goncourt e incluso lectura obligatoria en los liceos franceses con títulos como 'Ana no' o 'El niño pan', mientras en España era poco menos que un fantasma.
Agitador e irreverente
Para la directora, ese ninguneo “no tiene tanto que ver con la homofobia como en el hecho de que se trate de una obra incómoda, nada complaciente ni amable. Gómez Arcos es agitador, irreverente, no se casa con nadie. No pertenece a ninguna camarilla, ni está en ningún círculo de poder que pueda ayudarle. Es un outsider. Cuando, en la Transición, decide volver a España, cree que puede ser su momento, que va a poder escribir todo lo que no ha escrito, pero descubre que en plena Movida, en medio de todo ese ambiente de juerga, tampoco tenía lugar. Como señala Antonio Maestre en el documental, sus libros nos dejaban en muy mal lugar como país”.
Incluso la homosexualidad es reflejada en los libros de Agustín Gómez Arcos desde un prisma inusual. “Su relato nada tiene que ver con los cánones tradicionales. El tema gay se ha relatado tradicionalmente desde los cánones hetero, él rompe esos códigos y crea algo nuevo. Y muchos jóvenes se sienten hoy reconocidos en esa forma de relatar desde un lado no normativo. Sufrió en ese sentido una doble marginación, porque no se amoldó a lo que veladamente sí se permitía. Él era radical, no se callaba una y ponía en jaque al sistema”.
Por el filme desfilan nombres como los de Pedro Almodóvar, Bob Pop, Alberto Conejero, Marisa Paredes o Eric Vuillard, entre otros. Éste último recuerda que el de Gómez Arcos “no es un caso aislado”, en tanto que Francia y otros países de acogida se llenaron de creadores españoles que hubieron de hacerse un hueco para, apunta Hojman, “poder ser y existir”.
Devolver a la vida
Por otro lado, la muerte por sida de Gómez Arcos en 1998 es abordada con discreción. “No he querido hacer amarillismo de eso, ni meterme demasiado en la vida personal de alguien que era superreservado para sus asuntos privados. Habría sido poco respetuoso por mi parte meterme en cosas que no quiso contar en vida. No he querido hacer un biopic, quería contar algo más universal”, subraya la directora.
“Hay una diferencia entre un trabajo periodístico o académico y una película”, prosigue. “Yo soy una directora que quiere contar una historia, es un trabajo creativo, subjetivo. Siempre está la tentación de contar más cosas que las que quieres contar, pero es mi decisión consciente. Cuando me preguntan más por el personaje que por la película, a veces siento como si se borrara todo el rastro de cine en lo que he hecho. Una hace una película con una visión muy clara, dejando curiosidades y huecos. Creo que es un error tratar de contarlo todo en el cine documental: es más interesante dejar espacios abiertos para que cada cual los rellene. Esa curiosidad que hace que el espectador siga buscando es una buena señal”.
Cuando se le pregunta por el lugar en el que querría colocar a Gómez Arcos con este trabajo, no duda en responder: “Hay algo que me parece fantástico, casi mágico en quienes nos dedicamos a esto, y es ese poder de devolver la existencia a personas o historias que no existen si no se nombran. Traer a Agustín Gómez Arcos a nuestro tiempo, darle un lugar, es poder hacer que exista de nuevo. Y, como dice Alberto Conejero en el documental, que sea nuestro compañero en el mundo de los vivos. Con eso me doy por satisfecha”.