En un rincón del despacho de Joaquín Pérez Hernández (Córdoba, 1955) en la parroquia de la Consolación , en Arroyo del Moro, hay una bicicleta de carreras, amarilla, con un chaleco reflectante y un casco listos para salir a dar un paseo. «Me la regaló mi hermano cuando me ordené en 1987: la mantengo a punto y cuando puedo la cojo», comenta el sacerdote. El religioso descubrió su vocación al estar en los últimos años de la titulación de Agrónomos en la Universidad de Córdoba (UCO) a través de un cura de Málaga que llegó a la ciudad para montar el movimiento Misioneros de la Esperanza, una asociación de fieles con el carisma de la evangelización de niños y jóvenes, y a la que Pérez sigue perteneciendo. Tras graduarse y hacer sus pinitos profesionales como becario en la institución universitaria y en un estudio de proyectos, ingresó en el seminario en 1980: su primer destino fue Priego de Córdoba, donde permaneció once años, y de ahí volvió a la capital para poner en marcha la Pastoral Universitaria y la Peregrinación a Guadalupe. Desde 1999 es el párroco de la Consolación, creada por la Diócesis para atender los servicios religiosos del entonces incipiente barrio de Arroyo del Moro. Así que Joaquín Pérez acaba de cumplir un cuarto de siglo en su puesto y para celebrarlo reunió a la feligresía el jueves de la semana pasada en una misa en la que no se cabía en la iglesia, la única por cierto de la ciudad que tiene una capilla de adoración eucarística perpetua. El encuentro con ABC se produjo al día siguiente. -En la homilía de ayer [por el jueves día 14] dijo que «la Iglesia es una maravilla por mucho que la critiquen, pero no podemos cerrar los ojos a sus fallos». ¿Cuáles son esos fallos? -La Iglesia es una maravilla porque recoge el legado de Jesucristo. Creemos que Jesucristo es Dios y nos sentimos impulsados por el Espíritu Santo que él prometió y que derramó en el día de Pentecostés. Ese proyecto ideal pero posible con la ayuda del Espíritu Santo se realiza aquí. Lo que hace maravillosa a la Iglesia es que hace una oferta real a todos los hombres, y cuando una persona la descubre comprueba en su vida la transformación que suponen la Iglesia y la vida del Evangelio de manera comunitaria, porque otros cristianos la acogen y la acompañan. El hombre va buscando en todas partes la felicidad verdadera, y cada uno la encuentra donde puede. Nosotros podemos ofrecerla de una manera fiable, en continuidad con una tradición de hombres grandes en la empresa que han vivido el Evangelio a fondo y que han hecho mucho bien a la Humanidad, y hablo de intelectuales, de gente comprometida con los pobres o con los enfermos. Esto es una cosa grande. Los fallos los aportamos nosotros: y mientras más responsabilidad tienes en la Iglesia tus fallos son más grandes y se notan más. Precisamente Pablo VI enunció y lanzó a la Iglesia el mensaje de que siempre tiene que estar reformándose: 'Semper reformanda'. Los hombres caen muchas veces en rutinas, las instituciones y el pensamiento se anquilosan y hay que ponerlos al día. Hay problemas de la Iglesia que la misma sociedad los denuncia. -A qué problemas se refiere. -El Papa ha lanzado la idea de la sinodalidad. Algo que se critica desde dentro y también desde fuera es el clericalismo, que el seglar no tenga casi ni voz ni voto. El Papa, con el Sínodo, quiere promover una Iglesia que ya se enunció en el Vaticano II: la Iglesia pueblo de Dios, todos tenemos la misma dignidad por el bautismo; aquí no es más el Papa que el último bautizado, en dignidad somos iguales. La Iglesia tiene que abrirse a los nuevos ministerios de los seglares, de manera que se tuteen con los sacerdotes. Luego está el tema de la economía, en la que la Iglesia ha estado opaca: en la gestión económica ha habido de todo. La Iglesia está perdiendo ahora mucho poder fáctico para aparecer como la esencia de lo que es: un servicio a la sociedad; hacia eso hay que caminar. Ya lo sabemos: el que quiera ser el primero que se ponga el último y sea el servidor de todos. En ese sentido la Iglesia se va purificando. Y luego están los pecados personales de cada uno de nosotros: se ha exagerado muchísimo, pero no podemos negar que ha habido miembros de la Iglesia pederastas. Eso está ahí, aunque es cierto que la reacción de la Iglesia ha sido muy fuerte y está a la cabeza del cese de sacerdotes que caigan en esto y en la puesta en marcha de protocolos para evitar estas situaciones. -Para la celebración de la misa conmemorativa eligió el Evangelio del Buen Pastor de San Juan. Y en la homilía insistió en lo siguiente: «Yo conozco a mis ovejas». -Esa tarea de conocer está abierta siempre: cuando una persona llega aquí hay que sentarse a hablar con ella, ver de dónde viene, seguirla. El conocimiento no se consigue en una entrevista: tiene que ser viviendo con ella, pensando en ella, viendo cómo reacciona ante los problemas, cuáles son sus capacidades, cómo se compromete. El mensaje fundamental que tienen que dar un párroco, y la Iglesia en general, a quien llega es que se convenza de que se la quiere; darle motivos a esa persona para que piense: 'Aquí me quieren y me aceptan tal y como soy', y así esa persona despliega lo que quiera o pueda aportar. -Porque la sociedad no está montada para darle cariño a la gente, ¿no? -No… Las relaciones laborales… Pues mucha gente se siente explotada y tiene una relación con los compañeros en la que hay envidias, esto o lo otro. Todos tenemos nuestro círculo de amigos íntimo en el que nos sentimos protegidos, pero es cariño verdadero, ese no pedirle nada a la persona nada más que ofrecerle cariño, es clave, y claro que se puede encontrar en otros sitios, pero la Iglesia lo tiene por obligación. -¿En estos veinticinco años como párroco de la Consolación le han llegado muchas personas con la vida destrozada que usted ha ayudado a remontar? -Nosotros nos hemos enriquecido por todo el que ha venido. Algunas personas han venido con todo tipo de problemática, y siguen viniendo: con padecimientos de seres queridos, con familias necesitadas… Y cuando están aquí sienten un alivio y una alegría por las que nos dan gracias. Una parroquia, también es verdad, no es especialista en problemas concretos, y yo he derivado a mucha gente a especialistas. -Sobre el papel de los seglares: en su parroquia hay una comunidad de Emaús y otra de Effetá. ¿Qué papel cree que juegan estos movimientos? -Bueno… Creo que Emaús es un don del Espíritu Santo a la Iglesia grande. Lo que hace Dios lo hace bien, y cuando lo tocamos los hombres o vamos en sintonía con su voluntad o lo malogramos. Estamos en un momento de la Iglesia que nos exige ir a lo esencial del Evangelio y hacer que las personas puedan experimentar el encuentro con Dios, que siempre es sanador. Eso lo tenemos en el Evangelio: Zaqueo, la adúltera, la samaritana, Pedro… Ese encuentro estaba un poco perdido y Emaús viene a ayudar y a propiciar el impacto primero, el kerigma. Otra cosa estupenda de Emaús es que lo llevan seglares y por lo tanto está en sintonía con todo este espíritu del Concilio Vaticano II. Emaús tiene un líder que organiza todo, en especial los retiros, y los sacerdotes estamos para la Eucaristía, la confesión y el testimonio de los sacramentos, además también tenemos la responsabilidad de que Emaús no se desvíe. Más que un movimiento es una acción catequética: surge en la Iglesia con esa vocación, la de ser un instrumento de las parroquias, porque luego hay otros movimientos que son supra parroquiales, como los Cursillos de Cristiandad. Emaús no tiene una entidad jurídica, porque se la da una parroquia. Lo que ocurre es que el retiro de Emaús impacta tanto que quien lo hace se siente miembro de eso, de Emaús, pero hay que mantener un equilibrio, porque depende de una parroquia. -¿Cuál era su situación personal cuando descubrió su vocación? -Bueno. Llevaba dos años de relación con una chica... -Y cómo es ese momento de sentar a tu novia y decirle que te vas a meter a cura. -Realmente yo no la senté. (Risas). -De cualquier manera se lo tuvo que decir… -Sí, sí. Se lo comenté dando un paseo. Entonces no salíamos todos los días ni mucho menos, sino los fines de semana. Un día, paseando… Ella sabía lo que yo tenía en la cabeza. Y ese día... La despedí en la esquina de su casa. Era domingo. El miércoles antes había tomado la decisión en un rato de oración en la capilla del Corpus Christi, en la calle Ambrosio de Morales, donde entonces estaba una comunidad de dominicas contemplativas, que ahora está detrás del Hospital Provincial: en ese momento, orando, vi con la claridad y con una fuerza grande que éste era mi camino. Y se lo dije a ella, que respondió de una manera que a mí me pareció muy edificante: me dijo que para ella era más grande la alegría que la pena. Esas palabras que me dijo no las puedo olvidar, porque ponían de manifiesto un alma grande, porque ponía por delante de su felicidad la mía. Fue algo hermoso. -¿Volvió a saber de ella? -Sí… Claro. Al tiempo ella encontró a otro muchacho y cuando quisieron hacerse matrimonio me pidieron que yo les casara. -¿Ah, sí? -Sí. Es así: yo casé a mi novia. Incluso estuve en su primer parto. Fue un gran regalo. Seguimos teniendo una amistad grande.