«Me críe entre virutas y serrín», dice Fran Millán. «Yo soy carpintero de siempre», explica. Millán es el responsable de Frouma, una empresa de mobiliario que busca su materia prima en un lugar que, a primera vista, parece insospechado: el mar. Antes de montar Frouma, Millán trabajaba para empresas de mobiliario y se recorría diferentes países montando muebles. «Fue una etapa muy enriquecedora», señala, que le permitió ver tanto lo que se está haciendo a nivel mundial como lo que ocurre en la industria. Pero también fue una etapa muy dura, explica, porque le obligaba a estar muchos días fuera de casa y a una elevada movilidad. «Estás siempre disponible», cuenta, con un ritmo muy alto de trabajo. «Quería un cambio», reflexiona. De la necesidad de ese cambio nació una idea en la que el punto de anclaje debía ser la sostenibilidad, entendida a varios niveles. Millán apunta que quería sostenibilidad con el amplío sentido de la palabra: en el del modo de trabajo, de la producción, comerciales o del uso de materiales. Millán quería igualmente «reivindicar el valor del tiempo», el hecho de que las cosas pueden tener una vida muy larga y trascender al paso de los años. Es algo que, en realidad, antes se conectaba poderosamente con la idea de cómo debía ser un mueble, pero que se ha ido perdiendo en los últimos años. Sería un poco como el clásico mueble que sigue estando en casa de la abuela después de muchísimos años, ese que sobrevive a todos los cambios de modas y de tendencias, pero continúa casi como cuando se compró décadas atrás. Para ello, Frouma apuesta también por la economía circular. La madera que usan era una que, hasta ese momento, que no tenía un aprovechamiento más allá de algunos usos residuales. Así, sus muebles están hechos con madera de bateas. Las bateas salpican las rías gallegas, donde sirven de criadero para los mejillones. Una vez que los travesaños de madera que las forman dejaban de tener uso en el agua de las rías no tenían una nueva identidad potencial. Había quienes las aprovechaba para hacer leña y para alguna cosa especial, pero era una madera que no tenía un uso más allá de esa primera vida útil. Pero ¿qué aporta una madera rescatada del océano para hacer muebles? «Lo primero es su aspecto», apunta Millán. «Tiene una identidad muy marcada», cuenta. Estas maderas están expuestas al Atlántico, lo que hace que ganan en salinidad y así consigan un elemento de protección distinto al de otras maderas. Las materias primas acaban de pasar más de un cuarto de siglo en el mar. Esta vida marítima también les da un acabado distinto. Gracias al océano ganan arrugas y grietas. El mar les da una personalidad propia. El hecho de que se use madera que viene de un uso en el océano implica también que la cantidad de muebles que se pueden producir es restringida. No se trata de hacerlos de forma industrial, sino de un modo –algo que conecta de nuevo con la idea de una producción sostenible– limitado. «La materia prima nos limita», indica Millán. El carpintero apunta que no son una fábrica, que los muebles requieren un proceso más artesanal para salir al mundo. Son piezas únicas y con tiradas muy pequeñas. En Frouma, trabajan desde Ribeira (A Coruña). Este municipio marinero es el punto de origen del creador de la marca, pero es también el lugar donde pueden acceder de forma fácil y simple a sus materiales. Aunque la madera para sus muebles podría venir de cualquier batea y por tanto de cualquier zona en la que se empleen para producir estos tipos de herramientas, lo cierto es que las bateas se sitúan principalmente en las rías gallegas. La de Arousa (en la que se sitúa Ribeira) es, por la propia naturaleza de sus aguas, la más productiva en bateas, lo que también lleva a que la rotación de sus maderas sea ligeramente más alta que las de otras rías. Por ello, para producir muebles con esa materia prima recuperada de las aguas del mar, una localidad como Ribeira permite trabajar en «kilómetro cero».