Vivimos en una ciudad cada vez más quemada, a la que le están achicharrando el sentido y abrasando la gracia, a la que le están desfigurando la hermosura y la personalidad a fuerza de alimentar una enorme hoguera de vanidades que oficialmente se ha ido de madre. Sevilla es más chimenea que pira, más lumbre que rescoldo, pero eso parecen no entenderlo los que están ocupados en incendiar la magia de nuestra llama, aquellos a los que parece que les da lo mismo que vayamos camino de convertirnos en las cenizas de la luz, en las brasas de la alquimia, en la pavesa de lo distinto. Quizás lo ocurrido el pasado fin de semana en el Auditorio Rocío Jurado sea...
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