El club de los optimistas
Tiene que haber, en cualquier parte y ante cualquier circunstancia. Aquellas personas que tienden a observar los hechos y su entorno inmediato con una dosis de esperanza, de optimismo, de ánimo alegre.
Hay otros que suelen ser más negativos; se autodefinen como objetivos, incapaces de separarse de los hechos o de la realidad aplastante. Que siempre, hay que decirlo, es demoledora y supera con creces los pronósticos.
Doy lectura en estos días a balances de colegas y periodistas, unos amigos y otros no, que ven otro país y a otra presidenta. Que si ha logrado establecer un balance en el arranque de su administración, que si tan pronto ha construido una distancia clara de su antecesor.
Existen muchos analistas sumados al corifeo de los aplaudidores. O con mayor sensatez, de los optimistas. Todo va bien, todo está bien.
Los que afirman que, a pesar de que los números duros de la economía, de la salud y de la educación no arrojan un buen balance del gobierno anterior, fue, cito textual, “con muy buena voluntad”.
Bajo el argumento del “cambio de régimen” se justifica el desmantelamiento del Poder Judicial Federal, de la opereta vulgar de la elección de los “jueces del pueblo” y, peor aún, de la destrucción –a días de consumarse– de los órganos autónomos del país.
Mire usted, lástima que los medios independientes –ya muy pocos en estos tiempos arrolladores del segundo piso– cada vez cuenten con menos recursos para hacer periodismo de investigación. Pero sería de enorme valía escarbar en los archivos de las cámaras del Congreso (diputados y senadores) para demostrarle al estimable público y lector la forma en que votaron hace años legisladoras y legisladores hoy orgullosamente de Morena.
Los ‘Quijotes’ Pablos Gómez o las Dolores Padierna y tantos otros que han vivido con holgura y dignidad gracias al voto de sus grupos políticos.
Esos, hoy abanderados de la 4T, fueron precursores y constructores del INAI, de la Cofece, del Coneval y de tantos otros a cuyo funeral asistiremos en breves días. La congruencia no ha sido –casi nunca– un valor de los políticos.
Así es que, a diferencia de colegas simpatizantes abiertos y transparentes, mi visión es más bien de desaliento, de desesperanza, de seria preocupación.
Porque estos valedores de la 4T, bajo el manoseado argumento de que tendremos un mejor Poder Judicial, mejores jueces, tribunales y juzgados, esconden la cara porque no pueden negar el retroceso democrático. Es un capricho del caudillo para eliminar los contrapesos de la República, que una colección de irresponsables, sumisos y abyectos (Monreal, Noroña, Corral –ahora tan amigos–, Padierna, Mier, Adán y tantos otros impresentables), quienes se sienten orgullosos y soberbios de destruir la independencia y la institucionalidad del Estado. Todo al servicio supremo del Ejecutivo. Ya verán, ellos o sus hijos, los excesos sembrados con estos desatinos.
Y la presidenta ha sido una fiel seguidora y continuadora de todas estas calamidades nacionales.
Así que al club de los optimistas, a los aplaudidores de primera instancia, pues no hay ni balance, ni independencia, ni visión de Estado como afirman de forma primaria y simplista.
Vea usted el mismo tono de descrédito mañanero, de diatriba permanente, de responder a los expresidentes, a los extranjeros, a todos quienes extiendan opiniones diferentes. Por ahí decía una de estas voces incondicionales, pagadas y subsidiadas: “ni una pizca de autocrítica” en referencia a los mismos fantasmas del pasado.
Pues le tengo noticias: AMLO ya es uno de esos fantasmas del pasado, que a pesar de los altares y las alabanzas se fue dejando 201 mil muertos, un endeudamiento del 6 por ciento del PIB, un gasto social que no se sostiene con ningún ingreso, la debacle de Pemex que nadie detiene y las obras faraónicas que serán la ruina de las finanzas públicas. Un tren que no camina, ni es rentable, una refinería que se inunda y no produce nada, y un aeropuerto tan bonito como ineficiente. Y si quieren, hay más: la desgracia farmacéutica, el desabasto absoluto, el estrangulamiento presupuestal de todo (cultura, educación, salud, aduanas, etcétera).
No pertenezco al club sofisticado de los optimistas. Veo la realidad todos los días, la caída de la inversión, la incapacidad frente a Canadá y Estados Unidos que nos dan una patada cada semana, mientras que aquí se responde con cartas y con el Himno Nacional.
Vamos a enfrentar un muy complejo 2025; ya aparecen signos diarios de deterioro en la vida pública, en un presupuesto que no alcanza, en más cierres y cancelaciones de oficinas y dependencias porque hay que sacar dinero de las piedras para seguir pagando programas absurdos no auditados (Sembrando Vida, Jóvenes Construyendo el Futuro. Lo que sea).
No veo razones reales y sustentadas para el aplauso y la lisonja.