En España la Constitución sólo es un puente, no entre la dictadura y la democracia, esa tontería de la propaganda, sino entre Madrid y cualquier casa de huéspedes en la costa, donde el ministro de Información y Turismo, Grande-Marlaska (tuneado con 'k' y guioncito para sugerir una alcurnia, o sea, Big-Marlaska) tiene al recepcionista haciendo de Saturnino Yagüe, mítico jefe de la Social, para recabar datos 'constitucionales' del viajero (el 'huésped de cristal', llámanlo los alemanes). «Los pueblos que no saben honrar las hazañas de sus antepasados no harán nada que sea digno de ser honrado por sus descendientes», me dice mi recepcionista para invitarme a celebrar la Constitución (para el ministro, 'Konstitución', con 'k', modesta letra griega que, ninguneada...
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