Hace veinte años cada piso de un bloque se pagaba a precio de oro, aunque todavía no había terminado de subir, y en los bajos nunca faltaba una inmobiliaria que conectase al comprador con el vendedor ni un banco que facilitase la hipoteca . El apartamento más viejo y más oscuro duraba en los carteles un suspiro y en las reuniones sociales había que presumir de las cifras astronómicas que se habían pagado por él y de cuánto se había multiplicado en apenas tres meses. Los barrios históricos se llenaban de solares ociosos y de casas viejas que se caían y las familias jóvenes preferían el limpio trazado de las calles en las que no había circulación restringida y sí... Ver Más