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'Todos pájaros', Mario Gas desaprovecha una gran obra sobre el conflicto árabe-israelí

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El director de escena estrena y no acierta con la última obra del autor libanés Wajdi Mouawad -creador de 'Incendies'- en un montaje con Vicky Peña y Pere Ponce.

Después de los éxitos de Luces de Bohemia en el Teatro Español y de 1936 en el Centro Dramático Nacional, llegaba la gran apuesta de los Teatros del Canal, Todos Pájaros, una de las obras más esperadas de la temporada con uno de los directores más afamados del panorama patrio, Mario Gas, que estrenaba al gran autor de la intelectualidad teatral, el libanés Wajdi Mouawad. No pudo ser. Al final, y pese a un buen texto, el resultado fue un montaje decepcionante. 

Wajdi Mouawad (1968, Líbano) es actor y director de teatro, pero sobre todo es autor. Emigró a Francia con ocho años en mitad de la Guerra del Líbano, para luego instalarse en la canadiense Quebec con 13 años, ciudad donde estudió y comenzó la carrera teatral. Su teatro es un teatro de la palabra que bebe en la tradición más clásica, como el teatro griego, para poder afrontar aquello que le desgarra: la situación política y humana en Oriente Medio que el libanés aborda desde lo cotidiano, auscultando cómo operan en las vidas de los ciudadanos la injusticia, la ira, el horror y el desarraigo.

Su carrera eclosionó en 2003 con Incendios, obra que a España llegó en 2006 y que Mario Gas montó en 2016 con un potente reparto encabezado por Núria Espert -que luego se convertiría en película de la mano de Denis Villeneuve-. Hoy, sus obras se representan en todo el mundo y desde hace 8 años Mouawad dirige el Teatro Nacional de la Colline, uno de los grandes teatros de Francia situado en el distrito 20 de París. Fue allí donde Mouawad, como carta de presentación, estrenó esta obra, montaje que lleva más 150 funciones en aquel país. 

Todos pájaros cuenta la historia de dos jóvenes (Aleix Peña y Candela Serrat) que se enamoran en Nueva York, él de origen judío, ella de origen árabe. Será en un viaje a Israel donde ambos personajes se enfrentarán a un pasado y sus orígenes. La estructura es la misma que Incendios, la misma de la tragedia griega donde el héroe ha de enfrentarse con la verdad y su destino. Pero el texto, más que ser deudor de Incendios, es la otra cara de la moneda. Si en aquella obra el autor afrontaba la historia de una familia árabe, en este caso Mouawad se centrará en la de una familia judía. 

El autor entrelaza con maestría la historia de esa familia con los acontecimientos históricos que la atraviesan. La obra se desarrolla entre dos franjas temporales, el presente y los años que antecedieron a la Guerra del Líbano que tuvo lugar entre 1975 y 1990. Concretamente, se retrotrae a 1967, año en que Israel desplaza a más de 100.000 palestinos a aquel país desestabilizando el equilibrio de una sociedad donde convivían cristianos, judíos y musulmanes. 

El autor plantea un recorrido de más de cincuenta años de masacre y dolor para profundizar en un conflicto que no parece tener solución. Nos muestra unos personajes que se agarran a supuestas identidades y convicciones que durante la obra irán deshaciéndose. Cada uno se enfrentará, finalmente, a su verdad, la de haber ocultado el horror, la de creer en identidades nacionales o raciales construidas en el odio al otro, o la de una juventud desarraigada que descubre que lleva años rechazando sus raíces para poder encajar en una sociedad de consumo que se autoproclama como la única garante de la libertad. Un proceso coral en el que veremos a Pere Ponce interpretar a un verdadero Edipo que acabará siendo el símbolo trágico de estos dos pueblos tan entrelazados como enfrentados. 

Pero lamentablemente Gas, en este primer montaje en español que se hace de la obra, desaprovecha tanto los juegos dramáticos planteados en el texto como su capacidad poética y trágica. El director soluciona los diferentes tiempos y la sucesión de escenas superpuestas en la obra, verdadera proposición de juego teatral del autor, con convencionales oscuros o cambios de luz evidentes. Tampoco acompaña el uso indiscriminado de la pantalla como adorno que se quiere pasar por ejercicio conceptual o poético y que no aporta gran cosa, más bien acartona. Una conjunción de trabas que hacen que esta propuesta con tintes de “gran producción” se vea lastrada en ritmo y carácter. 

Pero el gran escollo del montaje reside en cómo está dicho e interpretado el texto. La obra iba a estrenarse con Nuria Espert como la abuela de la familia judía, Leah. Por problemas de salud la actriz tuvo que abandonar el proyecto. La interpreta otra reconocidísima actriz, Vicky Peña, compañera de muchas aventuras teatrales del director. Y lo hace con solvencia, ahí no hay problema. Es la dirección de actores la que lastra de organicidad y dramatismo a ciertos textos. Algo que se hace patente en los grandes parlamentos de la obra donde se junta la reflexión política, filosófica y lo poética con una gran carga de emoción que conmociona al personaje que los dice. 

La mayoría de ellos Gas decide que se digan frontalmente, a público. Decírselos al mundo imponiendo así lo discursivo frente a lo teatral. El gran ejemplo de este problema es la escena de la ruptura de la joven pareja. Wahida, la novia de origen árabe interpretada por Candela Serrat, descubre a su pueblo en su viaje a Israel cuando cruza el muro a Cisjordania y encuentra sus raíces. Es un texto de conversión hermoso, lleno de dolor porque ese descubrimiento le lleva al mismo tiempo a separarse de quien ama. 

Esta obra, de manera un tanto simplista, se ha presentado en numerosas ocasiones como un Romeo y Julieta donde los Capuleto y los Montesco son judíos y árabes. Pero sí es cierto que esa temática en una de sus subtramas más relevantes. Por eso es incomprensible que esa escena de ruptura se realice con ambos actores mirando a público, hieráticos y sin que las palabras incidan en el otro.

Cabe destacar, eso sí, el respeto por la palabra de la propuesta, tanto en la gran traducción de Coto Adánez, publicada por La Uña Rota, como en el propio montaje que no corta ni selecciona. El público puede así acercarse al universo de Mouawad. Unas palabras que hoy son inseparables de un presente acuciante en el que Israel lleva más de un año en guerra permanente con Gaza en un conflicto que no para de extenderse y que hoy vive una más que frágil tregua, precisamente, otra vez, con Líbano. Es imposible al ver la obra no pensar en cuántas vidas quedan aún por ser cercenadas en esta espiral de una rabia a la que se alimenta cada día y no para de provocar horror, muerte, injusticia y humillación.

Por eso, poder asistir a las reflexiones de este pensador árabe, a su mirada desesperanzada, que sabe que hoy no hay reconciliación posible, es de una gran valía. La humanidad de su mirada sobre el pueblo judío es ya en sí mismo lo más esperanzador de la propuesta. Otras reflexiones como el necesario cuidado de las palabras y del concepto de verdad son otro. Edipo se arrancó los ojos no por la verdad, sino por la velocidad a la que la recibió, “lo que mata al piloto de Fórmula 1 no es el muro, sino la velocidad a la que se estrella”, dice el personaje de Norah (Anabel Moreno) en la obra. La voluntad de indagar en el pasado para encontrar la verdad es uno de los valores de esta obra, pero la reflexión de qué hacer con esa verdad, si arrojarla sobre el otro o cuidar cada palabra para que con tiempo sea comprendida, es quizá donde reside el corazón de esta pieza. 

Todos pájaros es quizá una de las obras de mayor peso del libanés del último decenio. Es una pena que no se haya podido ver fuera de Cataluña el montaje de esta misma obra que la compañía La Perla 29 de Oriol Broggi ha estrenado este año y que ha suscitado grandes críticas donde se destacaba su propuesta espacial y estética. Aunque no es de extrañar. Los otros cinco montajes que esta compañía ha realizado sobre este autor tampoco han podido verse fuera del circuito catalán.

El dramaturgo Sanchis Sinisterra defendía en este periódico la necesidad de ver con normalidad obras en catalán, euskera o gallego subtituladas en la cartelera madrileña. Si el público asiste sin problemas a una obra de Mouawad subtitulada en francés (algo que se pudo comprobar precisamente en esta última edición del Festival de Otoño en una obra menor del libanés, Journée de noces chez les Cromagnons), parece factible que ocurra lo mismo con un montaje en catalán. La densidad y riqueza de esta obra y su relevancia política y ética en estos complicados momentos bien lo merecen.




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