La batalla de América
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“El día 9 amaneció hermosísimo”, describe el general Guillermo Miller la tensa antesala de la batalla de Ayacucho. “Al principio el aire era muy fresco y parecía influir en el ánimo de las tropas”, narra el británico tramontana. Era el 9 de diciembre de 1824. Al promediar ese mediodía, en la pampa y quebradas aledañas, yacían al menos más de 2000 soldados muertos, otro millar de soldados heridos, el propio virrey La Serna baleado y acuchillado, y miles de soldados realistas capturados.
Imperturbable a la masacre, el Sol siguió brillando. El lector marcha con las tropas, jornadas a pie extenuantes por una cordillera implacable, rumbo a la gloria – y la debacle– con la lectura fascinante, agónica –y divertida – de las memorias de Miller y de su némesis, el general realista Andrés García Camba, disponibles en Internet. Esa misma noche, España capituló y 300 años de sometimiento colonial llegaron a su fin. ¡América libre! Aunque la historia enseña a no cantar victoria antes de tiempo.
Escribe: Patricio Alvarado (*)
El 6 de diciembre los independentistas permanecieron en el pueblo de Quinua en Ayacucho y los realistas se colocaron a su espalda en las alturas de Pacaycasa, marchando el 7 por la quebrada de Huamanguilla y al día siguiente por los elevados cerros de la derecha independentista. Para el 8 por la tarde, el ejército realista quedó situado a las alturas del Condorcunca a tiro de cañón. Los independentistas, por su parte, comenzaron a ubicarse en una pampa a los pies del cerro, ubicada a 40 kilómetros de la ciudad de Ayacucho, con cierta pendiente y a unos 3 275 m.s.n.m. Un terreno árido y flanqueado por las pendientes del Condorcunca y por el barranco Jatunhuayco.
La aurora del 9 de diciembre vio a ambos ejércitos disponerse para decidir el futuro del territorio americano. Se dice que las tropas de Sucre sumaban unos 5780 hombres con Gamarra como jefe del Estado Mayor, La Mar al mando de la división peruana, Córdoba al mando de la división colombiana, Lara al mando de los regimientos que se encontraban en la reserva, mientras que Miller al mando de la caballería.
De los realistas se sostiene que hay a unos 6906, aunque Sucre llegó a estimar unos 9000. Al mando del mismo virrey La Serna y con Canterac como jefe del Estado Mayor, se encontraban también Carratalá, Valdés Monet, Prado, Villalobos, Ramírez, Gómez de Bedoya y García Camba.
El inicio de la batalla
Pocos minutos después de las 8 de la mañana, fueron llamados los generales realistas para oír las disposiciones de Canterac. Sucre arengó a los diferentes cuerpos que componían su ejército: “De los esfuerzos de hoy, pende la suerte de la América del Sur”, y señalando a las columnas enemigas que bajaban, les aseguró: “Otro día de gloria va a coronar vuestra admirable constancia”. A la Legión Peruana le aseguró el triunfo, mientras que al Pichincha le auguró que “esta tarde podréis llamaros Ayacucho”, a la vez que el ejército comenzaba a formarse en un ángulo: la derecha, compuesta por los batallones Bogotá, Voltijeros, Pichincha y Caracas de la 1ª división de Colombia; la izquierda de los batallones 1°, 2 y 3 y la Legión Peruana de los Húsares de Junín; al centro, los Granaderos y Húsares de Colombia, y en la reserva los batallones Rifles, Vencedor y Vargas de la 1ª división de Colombia.
La mayor parte de la mañana fue empleada solo con fuegos de artillería y de los cazadores. Alrededor de las 10, los realistas situaron al pie de la altura cinco piezas de batalla. Probablemente fue el anhelo de culminar la contienda, así como su superioridad numérica, lo que llevó a los realistas a iniciar el ataque y descender del cerro de manera apresurada: el caos comenzó a reinar una vez que la izquierda realista se lanzó al ataque. Al observar esta situación, Sucre dio la orden de colocar la artillería en posición de combate.
Este inicio caótico para los realistas generó que Canterac envíe a Monet a tomar la vanguardia central; sin embargo, este último no logró hacerlo debido a la carga de la caballería independentista. Los batallones de la derecha independentista fueron decisivos en la victoria. En un último intento, los realistas se lanzaron con tres escuadrones del centro; sin embargo, fueron recibidos por las lanzas colombianas.
La izquierda y el centro realistas fueron abatidos totalmente. El caos comenzó a reinar en el campo de batalla. La captura del virrey La Serna En un momento de desesperación y angustia, y buscando mantener el orden y restablecer el ánimo de la tropa, el propio virrey La Serna se lanzó al combate. No obstante, pese a estos esfuerzos, que muchos realistas han catalogado de nobles, el virrey se vio arrollado y recibió seis heridas de bala y arma blanca. El virrey cayó de su caballo y quedó prisionero de las fuerzas independentistas al mando del general Córdova.
El general La Mar continuó con la persecución del resto del ejército realista por los altos de Tambo, donde se tomaron varios prisioneros. Según se conoce, los caídos en combate ascendieron a unos 1 800 entre los realistas y unos 500 entre los independentistas, mientras que los heridos 700 y 609 correspondiente. Sin embargo, el mismo Sucre estimó unos 3 609 muertos entre ambos bandos y otros incluso llegan a sostener 4 770 entre muertos y heridos La noticia de la captura del virrey se divulgó con rapidez. El mando del ejército realista recayó sobe Canterac, Monet, Villalobos, Carratalá y Valdés. ¿Qué opción se podía tomar? Algunos mandos consideraron la opción de retirarse hacia el Alto Perú a fin de resguardarse. La confusión y la incertidumbre reinaban sobre ellos y sobre la tropa, quien, como sostiene García Camba, se negaba a obedecer. A la caída de la tarde, Canterac no vio otra alternativa: la capitulación era inminente, por lo que, acompañado por Carratalá y luego por el general La Mar, se presentó ante Sucre para solicitarla. La campaña del Perú había concluido y con ésta, su independencia y la del resto de la América española.
(*) Doctor en Historia Ibero-latinoamericana. Docente de la sección de Historia del Departamento de Humanidades de la PUCP. Especialista en el proceso de independencia y la formación de los estados en el temprano siglo XIX. Su última publicación (2024) es La contrarrevolución desde los Andes: el gobierno virreinal de la Serna y la resistencia realista en el Perú, 1821-1824. Almanack, y su libro Virreyes en armas. Abascal, Pezuela y La Serna: la lucha contrarrevolucionaria desde el virreinato del Perú, (1808-1826) (2020).