México y Trump: la retórica extrema como estrategia de negociación
El regreso de Donald Trump a la política estadounidense está marcado por una retórica migratoria cada vez más extrema. Promesas como la “mayor deportación en la historia”, la eliminación de la ciudadanía por nacimiento y la designación de cárteles mexicanos como terroristas parecen diseñadas para consolidar su base electoral. Sin embargo, estas declaraciones no solo reflejan su estilo populista, sino una estrategia más calculada: usar el discurso extremo como herramienta de presión para forzar negociaciones favorables. México, al responder anticipadamente a estas amenazas, parece aceptar tácitamente su falta de preparación estructural para enfrentar una crisis migratoria de esta magnitud.
México reacciona, pero ¿está preparado?
Ante las promesas de Trump, el gobierno mexicano ha tomado medidas preventivas. La presidenta Claudia Sheinbaum ha anunciado su intención de negociar con la próxima administración estadounidense para que los deportados no mexicanos sean enviados directamente a sus países de origen, evitando una acumulación de retornados en territorio mexicano. Además, se han iniciado reuniones con gobernadores fronterizos y se han reforzado los consulados en Estados Unidos.
Sin embargo, estas acciones revelan más una reacción inmediata que una preparación real. México carece de una estrategia integral que le permita gestionar flujos masivos de retornados y migrantes en tránsito. La ausencia de una ley de retorno asistido, la dependencia de acuerdos bilaterales y la falta de infraestructura suficiente para atender a los migrantes deportados son síntomas de un problema estructural más amplio.
El discurso como herramienta de presión
Trump no necesita ejecutar cada una de sus promesas para obtener resultados. Su retórica extrema ya está impulsando a México a actuar. El temor a una crisis migratoria ha llevado al gobierno mexicano a reorganizar recursos y buscar acuerdos, incluso antes de que Trump asuma la presidencia. Este patrón refuerza su posición negociadora: la amenaza, más que la acción concreta, se convierte en su principal herramienta de poder.
Esto no es nuevo. Durante su primer mandato, Trump utilizó aranceles y amenazas de sanciones comerciales para presionar a México en temas como la contención migratoria. Los resultados fueron claros: México desplegó la Guardia Nacional en sus fronteras y endureció su política migratoria para evitar represalias económicas. En esta ocasión, la amenaza de deportaciones masivas y la designación de cárteles como terroristas parecen dirigidas a obtener concesiones similares.
La aceptación implícita de la vulnerabilidad
La reacción inmediata de México también refleja una aceptación implícita de su vulnerabilidad. La falta de preparación estructural para manejar retornados masivos y la dependencia de medidas de contención subrayan un problema profundo: el país no está listo para enfrentar las implicaciones de un cambio radical en la política migratoria estadounidense.
A pesar de ser un actor clave en la dinámica migratoria regional, México ha fallado en construir un sistema robusto que transforme la migración en una oportunidad económica y social. En lugar de gestionar la migración desde una posición de fortaleza, el país sigue respondiendo a presiones externas, perpetuando un ciclo de dependencia y reactividad.
Una estrategia arriesgada
Si bien el discurso extremo de Trump parece diseñado para negociar desde una posición de ventaja, no está exento de riesgos. Escalar la tensión con México, ya sea mediante sanciones comerciales o incursiones militares justificadas por la designación de cárteles como terroristas, podría fracturar la relación bilateral en un momento crítico para ambos países. Con un comercio bilateral que alcanzó 798 mil millones de dólares en 2023, la estabilidad de esta relación es esencial para ambas economías.
Antes del fin
El discurso extremo de Trump no es solo populismo; es una estrategia calculada para forzar negociaciones desde una posición de ventaja. En este escenario, México reacciona, pero no lidera. La falta de preparación estructural del país para manejar flujos migratorios masivos no solo lo deja vulnerable, sino que refuerza el poder de la retórica como herramienta de presión.
Más allá de responder a las amenazas externas, México debe asumir su papel como un actor clave en la región y construir una política migratoria que lo posicione desde la fortaleza, no desde la reactividad. Solo así podrá transformar el desafío migratorio en una oportunidad y salir del ciclo de dependencia que tanto lo debilita.