Hablaba hace unas semanas con mis colegas sobre los grandes placeres de la vida . Así, en general. Estábamos en un bareto, La Grande, donde ponen gambitas de cortesía con la cerveza. De aquellas aún hacía sol de doblarse las mangas y uno que volvía de la barra con las manos juntas y la espuma cayendo como lava blanca y helada por sus dedos soltó: «Está el día para reventar una mesa alta» . Con reventar se refería a que estaba la cosa para atornillarse al velador, para darle envidia a los que estaban a gustito. Acogiéndose a ese pie que él mismo se había dado, comenzó a hacer una defensa cerrada del quedar tempranito, del tardeo, de la sobremesa...
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