Que el miedo nos tenga miedo
El miedo siempre ha sido un compañero inseparable, testarudo y decidido. Moldea civilizaciones, impulsa beligerancias y, paradójicamente, es raíz de grandes avances. Sin embargo, ¿qué sucedería si alteráramos, y en lugar de temerle fuera él quien sintiera temor?
Parece absurdo, pero cuestionemos el límite de lo posible. Es una emoción que surge ante lo desconocido. Un mecanismo de defensa que evoluciona para preservar. Pero, y si cuestiona su razón de ser al contemplar la resiliencia, creatividad y capacidad de adaptación humana, se vería superado por un sentimiento de insignificancia.
Se ha consagrado como el tirano de nuestra era. Vivimos bajo su sombra, se filtra en la sobremesa, es tertulia de bares y botiquines, titulares alarmistas y notificaciones de emergencia que llegan como recado de un oráculo apocalíptico. ¿Y si esa criatura voraz, adictiva, comenzara a temernos?, ¿qué pasa si cambiamos el guion?, ¿o como sociedad, desarrollamos un antídoto? No es optimismo ciego y cursi, sino audaz rebelión contra quien se alimenta de conformismo e inacción. Esta inversión de la dinámica no es una utopía. Al reconocer que es un constructo mental, podemos despojarlo de su poder. Elegir enfrentarlo con valor y certeza de que la capacidad para amar, crear y trascender supera cualquier obstáculo que se interponga.
“Que el miedo nos tenga miedo” significa recordarle que no es invencible ni eterno. Que está diseñado para protegernos de peligros reales, no para esclavizarnos ante los ficticios. Es encontrar el coraje que palpita en medio de la crisis y usarlo para encender el fuego del cambio. Imaginemos un mundo donde el miedo, en lugar de paralizar, impulse hacia adelante, la incertidumbre sea vista como una oportunidad para crecer y evolucionar. Un ambiente que, al comprender la extensión del espíritu humano, se retraiga ante la determinación.
La historia indica que quienes han vencido sus miedos han dejado huella imborrable. Desde los exploradores que se aventuraron en lo inexplorado hasta los activistas que lucharon por la justicia, todos compartieron una cualidad: la capacidad de trascender el miedo.
Pero el viejo conocido, se ha reinventado. Antes acechaba en las penumbras del bosque o en el rugido de una tormenta; ahora se recuesta con pantuflas en la sala, susurrando que todo se desmorona mientras boquiabiertos examinamos las redes sociales. Paraliza con la catástrofe del cambio climático, amenazas de guerra, desgracias e infortunios, o un futuro automatizado donde los humanos seremos obsoletos.
Teme al pensamiento crítico como el vampiro al ajo. Preguntarse, investigar, analizar son actos subversivos en una cultura de pánico instantáneo. Se indigesta con los que desafían narrativas preenvasadas, desprecia a quienes se atreven mirar más allá del titular y poner en duda al «experto» de turno. Por eso, resistir es más que un acto de valentía individual, es un movimiento colectivo.
Aborrece la acción, especialista en atarnos de manos y convencer de que nada puede cambiar. Sin embargo, cuando nos levantamos, nos organizamos y actuamos, ese monstruo enorme se achica, balbucea y finaliza encerrado. Martin Luther King Jr. enfrentó a un miedo sistémico y, sin embargo, marchó. Las mujeres que lucharon por el sufragio enfrentaron uno ridículamente patriarcal y, sin embargo, votaron.
Al afirmar “que el miedo nos tenga miedo» se reta un relato milenario, y propone un paradigma donde el miedo no es el amo, sino el sirviente. ¿Estamos dispuestos a ser dueños de nuestro destino y liberar el potencial infinito que yace dentro de nosotros? Al responder afirmativamente, daremos un paso hacia un futuro donde el miedo ya no domine, sino que seamos nosotros quienes subyuguemos al miedo.
Entonces, cuando vuelva a llamarnos con su voz seductora, cargada de intimidaciones y profecías, respondamos con autoridad y la frente en alto: «Gracias por preocuparte, pero esta vez el que debería tener miedo eres tú».
Y quizás, solo quizás, ese día dejemos de sobrevivir para empezar a vivir.
@ArmandoMartini
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