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Por qué urge acabar con la pesca de arrastre, una de las actividades humanas más destructivas

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Es preciso subvencionar a las comunidades de pescadores para la imprescindible transición alimentaria a dietas basada en plantas

La Unión Europea se queda corta y llega tarde en su pretensión de recortar los días de pesca de arrastre en el Mediterráneo en un 80 %, a tenor de los informes que evidencian los daños que la pesca causa en las especies y ecosistemas acuáticos, así como su efecto en el cambio climático. No hay pesca “sostenible” en Europa, cualquier otra afirmación debe denunciarse como greenwashing. Es inaceptable el bloqueo del Gobierno español a esta medida, aliándose a la ultraderecha italiana, e inaceptable la concesión de la UE, neutralizando la exigencia durante al menos un año.

La pesca de arrastre destruye cada año 1.500 millones de hectáreas (o campos de fútbol) de fondos marinos, según el estudio de Watling y Norse. El equivalente a la mitad de África y 150 veces más que la superficie deforestada en tierra cada año. Al igual que la deforestación, esta práctica libera, primero al mar y luego a la atmósfera, el CO2 sedimentado en los fondos y en sus formas de vida, en cantidades equivalentes a las que emite la aviación mundial, según los estudios de Sala et al  2021 y de Atwood et al  2024. Además, se destruye masivamente y se contribuye a la extinción masiva de especies marinas, las más amenazadas, con el 85 % de poblaciones aniquiladas y con más de 3.000 especies de peces al borde de la extinción. La pesca de arrastre arrasa ecosistemas enteros, incluidos los tan amenazados corales, que alojan a su vez a miles de otras especies.

Redes del tamaño de catedrales arrasan cuanto encuentran a su paso, de lo cual al menos un 40 % es descartado ya muerto, como muerte “accidental”, con total impunidad y con un 30 % de pesca ilegal y fantasma, bajo el secreto de la distancia, inmensidad y desregulación de los océanos, algo que sería impensable en tierra. Imaginen redes como catedrales arramplando con todo lo que encuentran a su paso en la sabana de África o en cualquier parque nacional del Estado español. Porque, en efecto, se permite esta actividad de destrucción masiva en casi todas las zonas marinas protegidas.

Cada año la pesca industrial extermina a más de 3 billones de peces, seres extremadamente sintientes e inteligentes que sufren una muerte atroz: desgarrados, ahogándose, aplastados. Y en un 40 %, más de un billón, para nada, solo para ser descartados después. Equivale a exterminar a la humanidad entera, unos 8.000 millones, cada día. Todo ello a cargo de una flota ubicua de más de 4 millones de máquinas de matar (frente a los poco más de 20.000 aviones comerciales), de los que el 75 % va sin rastreador. Una flota que arrasa más del 55 % de los océanos (una superficie cuatro veces mayor que el total de la agricultura mundial), que emite grandes cantidades de CO2 y que es una de las mayores fuentes de esclavitud humana y crimen organizado del mundo.

La pesca de arrastre afecta de forma especial a los muy sensibles ecosistemas costeros, que son fundamentales para regular el clima terrestre y que albergan una densidad de vida marina más alta que los de alta mar, siendo a su vez el lugar de reproducción de miles de especies. Según el estudio de McLeod et al  2011, las praderas marinas, así como otros ecosistemas costeros como marismas y manglares, absorben tres veces más CO2 que los bosques tropicales y albergan a cientos de miles de especies. Técnicas como el arrastre arrasan los fondos marinos, destruyendo el frágil ecosistema integrado por corales y anémonas. El arrastre es una de las causas de regresión de las praderas submarinas del alga Posidonia oceánica, hábitat de muchos animales y que protegen la integridad de las playas.

Además, como afirman los estudios de Lebreton et al de 2022, hasta un 86 % de los plásticos en los océanos proceden de la pesca y acaban en el torrente sanguíneo humano, tras pasar por el de toda la cadena trófica marina, a lo que se añaden los cientos de miles de muertes de grandes tortugas, delfines, ballenas, tiburones y otros animales que los aparejos de pesca descartados causan cada año.

Por todo ello, se puede afirmar, sin ningún género de dudas, que la pesca, en especial la industrial, y en especial la de arrastre, es la industria más devastadora que los humanos han desarrollado jamás. Como decíamos y como mostramos en el informe Los Océanos se Salvan en tu Plato, se permite esta devastadora actividad en la casi totalidad de las zonas protegidas de la Unión Europea, incluida España.

Se nos olvida demasiado a menudo que, a su vez, todo ello acontece en medio de la aceleración exponencial de una crisis ecológico-climática y de superación de límites planetarios que representa una amenaza de extinción de la especie humana y de millones de otras especies, en este siglo, tal como reconocen innumerables informes institucionales. La pesca industrial es un motor fundamental de esa amenaza, sobre la que hay cada vez más estudios alertando de tener océanos muertos a mediados de siglo y, con ello, un planeta sin vida, pues los océanos son los pulmones del planeta y la principal solución al cambio climático junto a los bosques, amenazados por la misma cuestión: la industria alimentaria de explotación animal.

Por ello, la regulación europea que limita los días de pesca de arrastre en el Mediterráneo, desde luego muy bienvenida, llega tarde y se queda corta: por un lado, no se impide practicarla en numerosas zonas protegidas, demostrando el doble rasero y falacia de la Europa Verde, y la farsa de la “explotación sostenible”, cuyo único interés es sostener actividades económicas devastadoras, poder seguir aniquilando masivamente vida marina; por otro, y debido a todo lo expuesto, urge parar dicha actividad en su conjunto, al igual que la ganadería, la avicultura y la acuicultura. En concreto, la acuicultura consume gran parte de la pesca, por lo que, lejos de resolver los problemas de esta, los agrava y añade devastadores impactos en los ecosistemas y en la salud humana, así como el abuso extremo de más de un billón de seres sintientes por año, como recogemos también en el mencionado informe.

Y por último, se elude, como siempre, el tema fundamental: la urgente transición a dietas vegetales, que es defendida por la ciencia de consenso como la más urgente de las medidas ante la crisis climático-ecológica, según afirmaba recientemente el célebre científico Johan Rockström; como han reiterado recientemente los diez científicos climáticos más prestigiosos en las conclusiones de su informe sobre El Estado del Clima en 2024, y como también afirma el IPCC, planteando la dieta vegana como de tres veces más impacto que la mediterránea para atajar la crisis.

Sí, hay que ayudar a las comunidades de pescadores y subvencionarlas, pero no para continuar con esta actividad devastadora, sino para la urgente e inapelable, pero criminalmente silenciada, transición alimentaria a dietas vegetales.

Es por ello muy grave que, en todo lo que tiene que ver con la alimentación, el supuesto Gobierno de izquierdas del Estado español, uno de los pocos que quedan en su género, se comporte como uno de ultraderecha, y que se haya aliado con dicha ultraderecha en Italia, junto a quien ha logrado bloquear la aplicación de la normativa europea durante al menos un año, lo que demuestra a su vez lo poco en serio que la UE se toma la protección del mar.

Según se publica en diversos medios de comunicación, “los pescadores españoles, italianos y franceses que faenan en el Mediterráneo califican como ”una declaración de guerra“ la propuesta de la Comisión Europea (CE) de recortar los días de pesca de cara a la reunión del Consejo de Totales Admisibles de Capturas (TAC) y cuotas que se celebrará en Bruselas a partir del próximo lunes 9 de diciembre. 

En el caso de España, la propuesta pretende que en el Mediterráneo se reduzca el 79 % los días de pesca de la flota de arrastre, lo que supondría rebajar la media actual de 130 días al año hasta tan sólo 27 días. Además, también pretenden reducir el 30 % de los límites de captura para la gamba roja hasta 551 toneladas año. Unas medidas que, para el sector “supondría la desaparición de los 556 barcos de la flota de arrastre del litoral mediterráneo y la destrucción de 17.000 puestos de trabajo”.

En el mismo artículo se puede leer la siguiente frase: “Los pescadores son grandes protectores del equilibrio ambiental”. Tan peregrina afirmación solo puede calificarse como un ejercicio de cinismo intolerable y de greenwashing criminal. En ese sentido es preciso aclarar que toda la pesca es destructiva, no solo la de arrastre, no solo la industrial. No hay pesca sostenible en Europa e insistimos en que cualquier otra afirmación debe denunciarse como un acto de greenwashing.

Tradicionalmente, la gestión pesquera ha ignorado los fatídicos efectos de sus prácticas sobre los ecosistemas marinos, lo que, si bien es aberrante, responde a su lógica, pues se trata de defender un lucrativo negocio de acuerdo con la, tristemente tan de moda, práctica del greenwashing, que consiste en encajar cualquier actividad, por destructiva que sea, en lo “sostenible”, sobre base falaz de que se trata de algo imprescindible.

Al mismo tiempo que el Gobierno se rebela contra todo límite ambiental a la pesca en el Mediterráneo, se anuncia triunfalmente que va a recuperarse una pesca, devastadora en el Atlántico, que llevaba 32 años interrumpida: la del bacalao en Terranova. Desde 1500, a partir de la expansión colonial, y durante cinco siglos de explotación, históricamente vinculada a España, el bacalao fue llevado al borde de la extinción, hasta la moratoria de 1992 que acaba de ser levantada por el Gobierno canadiense.

Además, el mar Mediterráneo sufre desde hace años alteraciones derivadas de actividades humanas tales como la contaminación y la destrucción del ecosistema, alteraciones que están teniendo efectos devastadores sobre su flora y su fauna. Considerado como el mar interior más grande del mundo, con 2,5 millones de kilómetros cuadrados de superficie, es el hogar de aproximadamente 17 mil especies de seres vivos. Precisamente por su condición de mar cerrado, con solo una salida al océano Atlántico por el estrecho de Gibraltar, es un medio particularmente sensible a las perturbaciones.

Se calcula que cada año se vierten más de medio millón de toneladas de petróleo, residuos oleosos y sustancias de diferente grado de toxicidad procedentes de buques y barcos, gran parte de ellos pertenecientes a las flotas pesqueras que navegan por sus aguas; residuos de las industrias químicas situadas a lo largo de sus costas; residuos de la agricultura, especialmente plaguicidas; residuos de la ganadería, sobre todo sustancias orgánicas tóxicas, que son arrastradas por los vientos y cursos fluviales; residuos de la actividad urbana, como detergentes y aguas residuales: la mayor parte de las aguas de alcantarillado de ciudades y pueblos llega al mar sin ser sometida a un tratamiento de depuración.

En el mar, los contaminantes se dispersan y sus consecuencias sobre los organismos marinos no son inmediatas, sino que la vegetación y la fauna mueren poco a poco, a lo largo del tiempo, debido al efecto acumulativo de estas sustancias. Por otra parte, del total de las muestras de basura analizadas en aguas del Mediterráneo, el 96 % son plásticos. Los sedales y redes de pesca abandonadas, al igual que los anillos y envoltorios de los paquetes de latas, enredan y apresan a los animales, causándoles graves lesiones e, incluso, la muerte.

Por otra parte, las embarcaciones que faenan practicando la pesca de arrastre provocan daños derivados del propio hecho de navegar: combustible, plásticos y residuos orgánicos vertidos al mar sin ningún tipo de depuración, así como colisiones con cetáceos. Son perjuicios que hay que sumar a los derivados del ejercicio de arrastre.

Por todo ello, desde Rebeldes Indignadas exigimos al Gobierno de España que cese en su intolerable defensa de esta industria, y al de la Unión Europea, que se mantenga firme en la medida, que solo debe verse como un primer paso, que subvencione la inapelable transición a dietas vegetales, y que cesen de inmediato el negacionismo y el silenciamiento en torno a esta medida, que es la más urgente ante la mayor crisis de la historia.




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