¡Qué desparpajo!
A fines de los años 50 era muy popular un programa de sátira político-social transmitido por CMQ-Televisión. Su protagonista era Tito Hernández, un excelente actor cómico que fue considerado uno de los grandes imitadores latinoamericanos. No había dicho o hecho de aquellos días que aquel programa no le pasara la cuenta. Entre sus personajes había uno que era un testigo mudo del suceso que se llevaba a escena. Observaba en silencio y al final emitía su sentencia, que sintetizaba en pocas, poquísimas palabras. Decía: «¡Qué desparpajo, señores, que desparpajo!». Hoy el escribidor trae a cuento dichos y hechos de la vida republicana que harán que el lector haga suya la recordada frase de aquel personaje.
Tome su peso y déjeme en paz
Había muerto un hermano del actor cubano Guillermo Álvarez Guedes, y coincidieron, en la entrada de la funeraria Caballero, de Miami, Antonio Prío, que fue ministro de Hacienda en el gabinete de su hermano Carlos, y Max Lesnik, que dirigía en esos días su excelente revista Réplica.
Conversaban animadamente cuando una transeúnte los interrumpió de manera intempestiva.
—Parece mentira, Max Lesnik, que tú, seguidor de la doctrina de Eduardo Chibás y presidente que fuiste de la Juventud Ortodoxa, estés aquí, en Miami, conversando tranquilamente con ese ladrón…
—¿Ladrón yo? —inquirió Antonio Prío llevándose las manos al pecho.
—Sí, ladrón tú… ¿Es que acaso no recuerdas lo de la incineración de los billetes? Te robaste los siete millones de pesos que debiste incinerar.
—Señora, no fue tanto.
—Bueno, cuatro, cinco millones, lo que fuera.
—Señora, ¿cuántos habitantes tenía Cuba entonces? —preguntó Antonio y la interrogante dejó muda a la mujer. No tenía respuesta para ella.
—Cuatro o cinco millones de personas —se respondió Antonio Prío a sí mismo.
—Puede ser, cuatro o cinco millones de habitantes —comentó ella, insegura—. Pero el dinero…
—Pues sí, es así, de aquellos billetes tocaba a los cubanos un peso por cabeza —dijo Antonio mientras sacaba del bolsillo un dólar que extendió a la mujer. Un peso por cabeza —repitió.
—Entonces, señora —concluyó—, tome su peso y déjeme en paz.
Problema generacional
En una entrevista informal, Luis Aguilar León, autor del libro Cuba 1933, preguntó al expresidente Carlos Prío a qué atribuía él la deshonestidad de los Gobiernos auténticos (1944-1952).
Con su habitual desenfado, Prío respondió que la causa, en lo esencial, era una cuestión generacional. Añadió:
—Como Machado era déspota y proyanqui, nosotros aprendimos a enaltecer la libertad y el nacionalismo. Pero siendo Machado honesto, nosotros no aprendimos a considerar la honestidad como uno de nuestros objetivos.
El desayuno escolar
Blas Roca, secretario general del Partido Socialista Popular (comunista) y representante a la Cámara, visita al presidente Ramón Grau San Martín.
—Doctor, lo del ministro Alemán es ya intolerable —le dijo.
—¿Qué ha hecho ahora José Manuel? —inquirió el mandatario.
—Se apropia del dinero del desayuno escolar…
—¿En qué se basa usted para semejante acusación?
—Muy sencillo, doctor, ha suspendido el desayuno en nuestras escuelas públicas… ¿Quiere más prueba que esa?
—Bueno, ha suspendido el desayuno escolar porque prepara un magnífico plan dietético para la niñez cubana.
—Pero, doctor, mientras el plan dietético llega, por lo menos podía repartir pan con guayaba…
—Eso no tiene proteínas, amigo.
Pero no aran
Grau tenía una forma peculiar de remover a sus ministros y colaboradores principales. Jamás les hacía un conteo de protección ni una advertencia, pero tampoco les anunciaba de sopetón que cesaban en el cargo, sino que se los insinuaba como quien no quiere las cosas. A algunos, el cambio los cogía de sorpresa. No habían sabido leerlo en la chispa maliciosa de los ojos del «Viejo» ni supieron derivarlo de su lenguaje epigramático.
A Alejo Cossío del Pino lo designó ministro de Gobernación (Interior), pero el titular, que lo fue por menos de seis meses, no tuvo nunca el favor presidencial. Una mañana en que examinaban cuestiones de rutina de la cartera de Cossío, el mandatario cambió el curso de la charla.
—¿Qué le parece a usted, Cossío, la entrada de Núñez Carballo al gabinete?
Dio Cossío una opinión positiva. Precisó que le parecía un acierto la entrada al Consejo de Ministros de un hombre proveniente del movimiento obrero (gubernamental). Ingenuo que era Cossío del Pino. No le cabía un alpiste porque pensaba que el Presidente tomaba en cuenta su opinión y Grau lo que hacía era anunciarle su desgracia.
—¿Y conoce personalmente a Núñez Carballo?
—No, doctor, no lo conozco, pero me gustaría.
—Claro que le gustará conocerlo, y apresúrese porque es él quien lo va a sustituir.
Grau cesanteó en Educación al pedagogo Luis Pérez Espinó, titular de esa cartera; despido injusto luego de que desplegara una labor ingente al frente de dicho departamento en una época en que la educación no era prioridad para los gobernantes.
No todos los cambios en los gabinetes grausistas eran para empeorar. Un acierto fue sin duda la sustitución en la cartera de Obras Públicas del ingeniero Gustavo Moreno Lastres por el también ingeniero José San Martín Odría, que se reveló como un funcionario eficiente y cuyas realizaciones reconocieron simpatizantes y opositores, pese al remoquete de «Pepe plazoleta» con que se le ninguneó.
Grau quiso llevar a cabo un vasto plan de obras públicas que acometió en buena medida antes de su salida del poder. Moreno no era el hombre para llevarlo a cabo. Llovían las quejas contra Moreno. La prensa lo acusaba de dirigir la política del ministerio con el fin de conseguir un acta de Representante a la Cámara para su hijo Néstor, alto cargo, por otra parte, de esa dependencia. Grau actuó y lo hizo en pleno Consejo de Ministros.
—Moreno, parece que muchos de sus colaboradores no tienen deseos de trabajar. Si esto se lo manifiesto como Presidente, como médico le digo que no lo veo a usted nada bien… Luce agotado. Por qué no se toma un descanso. No se sienta atado por los compromisos. Descanse, la salud es lo primero…
Moreno, sintiéndose blanco de todas las miradas, enrojeció de vergüenza y musitó que lo pensaría. Renunció poco después.
Un día Grau se quejaba con un colaborador de la ineficacia y lentitud de algunos de sus ministros.
—Es que, doctor, con esos bueyes hay que arar…
—Sí —ripostó el mandatario—, pero no aran.
Batista, inmutable
El 17 de enero de 1957 la guerrilla toma el pequeño cuartel de la Marina de Guerra ubicado en la desembocadura del río La Plata —primera victoria del Ejército Rebelde. Cinco días después, la vanguardia de un batallón de paracaidistas cae, en Llanos del Infierno, en una emboscada preparada por los rebeldes. Aun así, el régimen batistiano sigue negando la existencia del grupo guerrillero. Es entonces cuando Fidel planifica, para el 17 de enero, la primera reunión nacional del Movimiento 26 de Julio y, para el mismo día, una entrevista con Herbert
Matthews, el influyente editorialista de The New York Times, un periodista que había entrevistado a Churchill, Roosevelt y Stalin, entre otros líderes mundiales.
Matthews sube a la Sierra y entrevista durante tres horas al jefe rebelde. La entrevista que, en tres partes, aparece a partir del día 24, pone en ridículo a la dictadura, que niega la veracidad del encuentro pese a la foto en la que se aprecia al guerrillero mientras conversa con el periodista.
Era ciertamente una foto poco nítida, y Batista convocó a Rafael Díaz Balart, líder de la juventud batistiana en el Congreso, para que corroborara o desmintiera si el personaje que acompañaba a Matthews era su excuñado. «No, Presidente, ese no es Fidel. Fidel es lampiño; este tiene barbas».
Jubiloso por la «revelación», Batista redactó una declaración y llamó a Santiago Verdeja, su ministro de Defensa, para que la suscribiera y entregara a la prensa. El ridículo fue mayúsculo. Lo curioso es que Batista, inmutable, no se cansaba de repetir después a sus íntimos: «Este Verdeja es un irresponsable».