De la nube al barro
La DANA rompió el espejismo de sociedad tecnologizada y omnipotente en que creemos vivir. El barro que hoy sigue llenando garajes y sótanos nos devuelve a la condición primigenia de humanos a merced de la meteorología y los elementos, y nos recuerda lo frágil que es nuestro bienestar
El jueves pasado varios familiares de víctimas de la DANA valenciana fueron al Congreso a entregar 65.000 firmas para pedir justicia y una investigación. Lo hicieron vestidas con los ya icónicos monos blancos manchados de barro, botas de agua igualmente embarradas, y hasta las cajas de firmas salpicadas de fango. Una forma de recordar no solo lo sucedido el 29 de octubre, sino lo que sigue sucediendo un mes y medio después: el lodo que no se ha ido.
Mes y medio después, y pese a la movilización masiva de recursos, maquinaria, personal, ejército, bomberos, forestales, empresas, voluntarios y vecinos, sigue habiendo cientos de garajes y sótanos enfangados, llenos del mismo lodo de octubre, ahora mezclado con aguas fecales y todo tipo de residuos, pudriéndose, apestando, levantando polvo, impidiendo la reconstrucción, poniendo en riesgo la salud y haciendo imposible la vuelta a la normalidad. Como una maldición bíblica o un castigo sisífico, pasan las semanas, sacan a diario paladas y carretadas, pero el fango sigue ahí, nunca se acaba por más que saquen.
Los primeros días nos emocionaban los vídeos de voluntarios empujando con escobas el agua y el barro, todos a una, limpiando deprisa las calles. El exterior se despejó con facilidad, pero millones de metros cúbicos de lodo siguen colmatando los subterráneos, y también el alcantarillado, cuya limpieza llevará meses. Los ayuntamientos se quejan de falta de recursos, las administraciones se culpan unas a otras, los vecinos recurren a empresas privadas pagando de su bolsillo, pero el barro nunca se acaba, no hay manera de retirarlo con los medios disponibles: manos, palas, capazos, carretillas, pequeña maquinaria, excavadoras, camiones que después lo lleven a donde pueda verterse. Un trabajo interminable.
Y cuando acaben con el lodo, quedarán más de 120.000 coches destrozados que se amontonan en campas o siguen donde los dejó el agua, y que hay que retirar uno a uno, llevar a desguaces y tratarlos, desbordando las capacidades logísticas existentes. Y otros cientos de miles de toneladas de residuos de todo tipo, electrodomésticos, muebles, enseres, vegetación, restos de casas derruidas, vías y elementos constructivos, que se amontonan en vertederos improvisados o quedan por recoger.
La DANA destrozó vidas, casas, infraestructuras, comercios, empresas, vehículos. Pero también rompió el espejismo de sociedad tecnologizada y omnipotente en que creemos vivir, donde todo parece fácil de resolver con apretar una tecla o hacer clic. Pensamos que nuestras vidas dependen de la nube digital, hasta que volvemos al barro. Creemos contar con recursos y tecnología para protegernos de las adversidades como no ha tenido nunca la humanidad antes, pero no somos capaces de retirar el lodo milenario. Hablamos mucho de computación cuántica y vehículos autónomos, pero dependemos de la pala y la escoba, y nos desbordan los coches amontonados. Confiamos en que la IA resuelva todo con rapidez y eficacia, pero nuestras vidas ante una catástrofe dependen de personas cuya incompetencia y negligencia causa cientos de muertos.
La DANA rompió ese espejismo, nos devolvió a la condición primigenia de humanos a merced de la meteorología y los elementos, y además nos recordó lo frágil que es nuestro bienestar, lo vulnerable que es nuestro sistema. Y la fortuna de vivir en países como el nuestro, pese a los idiotas que hablaban de “estado fallido” en las primeras horas. No olvidemos que el desastre sin fin e inmanejable de Valencia, es la normalidad en que vive una parte del planeta sin necesidad de DANA.
Y pese a todo, es la ciencia la que nos salva: el CSIC está probando estos días un espesante para absorber el agua y que el lodo sea más manejable y fácil de retirar de los garajes. La ciencia, y en este caso además la ciencia pública, la que pagamos entre todos. Ánimo.