El peligro de perdernos
Este año comienza lentamente a dejar sentir sus últimos aires. Luego de un noviembre absolutamente ejemplarizante en los efectos devastadores del cambio climático en nuestro país, el cierre del calendario presenta, sin lugar a duda, muchas cosas preocupantes.
No son solo los vientos alisios de estas tardes soleadas lo que da un golpe contundente en la cara. Ya quisiéramos volver a aquellas apacibles épocas de luz y entendimiento. Nos buscábamos sin saberlo y nos encontrábamos —resumiendo las palabras de Julio Cortázar en su emblemática Rayuela— en una polis revestida de comunidad, de un horizontal lazo extendido. El golpe proviene de la constatación de que estamos a punto de perder esa comunidad que fuimos.
Al bajar las aguas de las inundaciones y los eventos experimentados con las últimas lluvias, fue posible notar la permanencia como sedimento de otras acciones, otros eventos, igual o más devastadores que los experimentados en el último mes, por los motivos socio ambientales ya señalados.
Violencia y narco-familias
En la continuación de una escalada de violencia que inició su frenético andar en el 2023, la actual cifra de homicidios que, aunque menor a ese mismo año, no deja de llamar la atención.
La media anunciada de 77 asesinatos por mes se cumplió de forma parcial y el país cerrará con un número superior a los 830 homicidios que, aunque muestra una baja en comparación con la misma temporada tras anterior, señala niveles históricos que parecieran haber llegado para quedarse, si no se revierten sus causas estructurales.
Un fenómeno de creciente y preocupante factura es el desarrollo del negocio de la venta y distribución de drogas por parte de familias enteras.
El flagelo no solo es notable porque abarca estructuras filiales completas, en las que hombres y mujeres se reparten las tareas en la distribución y comercialización al menudeo, también porque deja al descubierto la participación naturalizada de niños y niñas como agentes distribuidores y topadores al servicio de un verdadero emprendimiento familiar.
¿En qué momento detonamos esta laceración generacional, que nos ubica a la par de escenarios regionales de los cuales creíamos estar lejos?
Esto se debe a la ausencia de una estrategia educativa a largo plazo, combinada con los yerros coyunturales de las últimas autoridades del sector, que han demostrado su incapacidad para conducir con acierto los derroteros de una acción inclusiva y formativa, pensada por visionarios y visionarias en los albores de la constitución del Estado costarricense al promediar el Siglo XIX.
A esta realidad se suma el desprecio por la formación humanista y artística, que está generando cohortes completas de personas sin sensibilidad y sin motor emocional para responder a los desafíos de esa posmodernidad que empieza a falsear los cimientos de una estabilidad civilizatoria.
Convivencia estancada
A estos preocupantes escenarios debe añadirse una peligrosa pérdida del algoritmo social para relacionarnos. Vivimos en medio de prácticas comunicativas distorsionadas, que no permiten, por ejemplo, construir relacionales en espacios públicos comunes y, entonces, inician las discusiones, las disputas y las agresiones que ya forman parte de la cotidianidad nuestra.
Como si hubiese sido un mandato permanente de la época pandémica, nos quedaron grabados aquellos rasgos separadores: burbuja, confinamiento y distancia social. Pareciera que estas orientaciones se instalaron en un ADN colectivo, que produce hoy en día una convivencia estancada, débil y errática.
El peligro de una situación así es que las personas llamadas a conducir, recomponer esa polis colectiva, no asuman la tarea. O peor aún, la realicen desde un inadecuado enfoque en el que sobresale una férrea narrativa desde el enfrentamiento, el conflicto y la disputa.
Si aquellos que hoy dirigen los destinos de nuestro país no reparan en estas problemáticas y más bien las generan con su actuar y su estilo de conducción, estaremos en la antesala de un mal resultado sin retorno. Nos habremos perdido como sociedad y sabemos que ocurre cuando a la pérdida le sucede la desaparición: un país sin memoria, sin recuerdo, sin futuro. Destinado al olvido.
Conviene entonces el balance a esta hora del cierre de un 2024 complejo y difícil. La tarea está en que luego de conocer el diagnóstico, tracemos la ruta de regreso para no perdernos. La estrategia: dejar en el camino de vuelta migajas de solidaridad, comunicación y construcción colectiva; fragmentos de acuerdos nacionales que nos devuelvan a esa comunidad no solo imaginada, sino vivida que fuimos alguna vez. Esa acción afirmativa que nos permita de nuevo, encontrarnos.
Que estos vientos alisios que dan directo en la cara nos traigan de vuelta ese contrato social que tanto nos hace falta.
El autor es vicedecano de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad Nacional.