Por el censo irrefragable de sus victorias y derrotas, la Infantería de la España de los Austrias mayores fue estimada en su época como la mejor del mundo. Basada esencialmente sobre la acción táctica de una de las tres formaciones castrenses más reputadas de la historia junto con la falange macedonia y la legión romana: el Tercio inspirado en el pensamiento bélico de uno de los caudillos más alzaprimado de la historia, el Gran Capitá n, su prestigio de invencibilidad lo acompañó durante doscientos años en todos los campos de batalla europeos y, a las veces, norteafricanos. Y asimismo e igualmente a la justicia impartida en los tiempos de los Reyes Católicos e inmediatos sucesores se la consideró en el Viejo Continente la más excelsa y eficaz. Bella y acertadamente, el gran cronista de los tiempos iniciales de la conquista y descubrimiento del nuevo mundo, el madrileño de ascendencia asturiana Gonzalo Fernández de Oviedo, calificó la etapa de la monarquía dual de Isabel y Fernando como «un reinado de justicia; y al que la tenía, valíale…». Nada más ni nada menos que un humilde arriero de las recién reconquistadas Alpujarras se lo diría al César Carlos en una de sus solitarias jornadas cinegéticas en la esplendorosa Granada de la tercera década del Quinientos. Medio milenio más tarde, un vehemente y muy acreditado modernista, Manuel Alvar Ezquerra, atribuiría los recios fundamentos de la España imperial al esplendor de la Justicia: «(hubo) un gran acierto político también frente a otras monarquías: nunca vendió oficio de justicia. Es decir, al desempeño de la administración de la justicia se llegaba por méritos emanados de los estudios, no del dinero o de la cuna (aunque estos ayudaran). Por tanto, todo el mundo vinculado las leyes, a su definición, recopilación y estudio, transmisión aplicación se hizo con universitarios». El esquematismo obligado de un artículo periodístico no puede, sin embargo, dar venia al olvido del elevado, sumo valor concedido en la literatura de los Siglos de Oro al concepto y vigencia de la Justicia como eslabón sustancial del organigrama social. A escasos kilómetros de donde se emborronan estos renglones se escenificó uno de los momentos estelares del apego íntimo e indestructible del pueblo soberano por el concepto y ejercicio de la Justicia. En su insobornable aplicación las autoridades temporales se legitimaban y enaltecían. No sería precisamente casualidad que el autor acaso más genuino del espíritu de las letras del Siglo de Oro, Lope de Vega, diera a la estampa con fulminante y sostenido éxito el drama 'Fuenteobejuna', destinado a una fortuna literaria sin igual como reflejo de la idiosincrasia más honda y singular de una nación en vigilia de Imperio. A lo largo de toda la trayectoria ulterior del pueblo español, entre fastigios y nadires, tan profundo apego a la Justicia como basamento de la convivencia social permanecería intacto en los comportamientos individuales y colectivos de las clases populares, considerando siempre a sus impartidores con respeto casi idolátrico, a manera de postrer y seguro refugio frente a injusticias y agravios de cualquier índole. En todo momento y lugar de la contemporaneidad nacional –atravesada por duelos y crisis escruciantes, desde guerras civiles a persecuciones 'ad hominem'– el valor y arraigo de la Justicia y sus principales dispensadores –jueces de primera Instancia, magistrados del Supremo– nunca se cuestionaron. Hodierno, en una coyuntura tan grave como la ofrecida por la España democrática, ¿podremos, sin peligro mortal de lesa patria, echar por la borda una de las mayores y más luminosas tradiciones del buen pueblo español ? «Ai posteri, l'ardua sentenza», conforme escribiera un alma poética estremecida por la actuación del gran Juez del Tiempo…