Las fechas de nacimiento y muerte de una persona destacada en cualquier campo proporcionan motivos para que sean recordados y plantearnos si su figura y obra pueden proyectarse en algún aspecto sobre los tiempos que corren. Juan Valera y Alcalá-Galiano nace en Cabra el 18 de octubre de 1824, hijo de la marquesa de la Paniega y de un marino de guerra, y muere en Madrid el 18 de abril de 1905 en su vivienda de la Cuesta de Santo Domingo número 3. Acaba de hacer, pues, doscientos años desde que nació y pronto hará ciento veinte de su fallecimiento. Con ocasión del bicentenario de su nacimiento, han aparecido en la prensa artículos centrados principalmente en su vertiente política e ideológica, que coexistió con la muy conocida literaria y la quizá menos diplomática en una persona de vida tan ubérrima como la del egabrense. Pero con esto no se agotan todas las facetas de alguien tan extraordinario. Hay una que, aunque en cierto modo secundaria con respecto a la literaria y diplomática, merece recordar. Me refiero a la parlamentaria. Los antecedentes familiares, los ambientes que frecuenta en Granada y Madrid mientras que cursa estudios para llegar a ser «bachiller de jurisprudencia», y su inquietud intelectual (su padre José Valera y Viaña le costea su juvenil obra 'Ensayos políticos', de la que se venden ¡tres ejemplares!) nutren su deseo de ser diputado. Ya en 1851 aspira a serlo ayudado por su hermano José y fracasa. Sigue en su empeño y obtiene acta de diputado en las elecciones del 31 de octubre de 1858 por el distrito de Archidona, que repite en las del 11 de octubre de 1863; en las de 22 de noviembre de 1864 gana escaño tanto por el distrito de Castellón de la Plana como por el de Priego (Córdoba), por el que finalmente es proclamado parlamentario; por el de Montilla en las de 15 de enero de 1869; por el de La Laguna en las que tuvieron lugar el 8 de marzo de 1871; y, por fin, por el distrito de Quebradillas (Puerto Rico) en las celebradas el 20 de enero de 1876. También fue elegido senador por Córdoba en las elecciones de 1872. Aunque Valera fue reiteradamente diputado, no fue de los miembros de la Cámara que participaron más en iniciativas y debates. Además de cuestiones protocolarias y de corrección de estilo y de variados discursos de enjundia política, su no muy abundante labor parlamentaria se centró principalmente en materias relacionadas con su condición de diplomático. Por ejemplo, en el tratado con el Japón en las legislaturas de 1864 y 1869, en los de comercio con tres potencias en la de 1871 y en el debate sobre el vigésimo quinto aniversario de Pío IX en la legislatura de 1871, sin olvidar sus intervenciones con relación a proyectos constitucionales en la de 1864 y de 1869. En suma, aunque no fue un diputado muy activo, como ha escrito Isabel Burdiel «brilla con una luz propia, divertida y melancólica a la vez, siempre inteligente», también en el campo parlamentario, añado yo. La huella que el diputado Valera y Alcalá-Galiano dejó en la Cámara llega más allá de la fecha de su muerte, aunque sea de forma muy singular y haya quedado plasmada a la altura aproximada del número 37 del paseo de Recoletos madrileño. El 5 de diciembre de 1914, el marqués de Lema, a la sazón ministro de Estado, dirige carta al presidente del Congreso de los Diputados, Augusto González Besada, en solicitud de que esta Cámara «coadyuve a la suscripción abierta para ese objeto –monumento a Valera– en la misma forma que lo ha hecho ya el Senado que ha concedido 5.000 pesetas para ese fin». Obra del escultor Lorenzo Coullaut, por cierto, sobrino de Valera, hubo que esperar a 1928 para que se inaugurara el conjunto escultórico rematado por la cabeza patricia y de frente despejada de un Valera metido en años con su 'Pepita Jiménez' acompañándole en una recatada y graciosa postura. A estas alturas, las preguntas que me asaltan son varias. ¿Hay hoy en nuestro Congreso de los Diputados parlamentarios de la altura de Juan Valera?, y, si la respuesta es negativa, ¿es un mal para el sistema democrático que no ocupen escaños personas de esta entidad? La respuesta es que apenas hay o simplemente que no hay diputados como Valera. Me ahorro argumentar sobre el empobrecimiento personal, profesional y político que, salvo excepciones, azota a nuestro actual Congreso, me limito a constatarlo y hablo con conocimiento directo de causa después de casi cuarenta y cinco años de servicio ininterrumpido a esta institución. Las causas son variadas. Si prescindimos de las derivadas de un sistema electoral muy mejorable, entre las más sobresalientes si no la que más se encuentran las consecuencias a las que conduce el férreo e inexorable sistema de partidos que atenaza cada vez más la vida institucional española, y que se ha hecho muy fuerte en las Cortes Generales. En su virtud, lo que prima por encima de todo es la lealtad y la obediencia ciegas a la disciplina partidista, que, en su máxima expresión, encarna el líder del partido, y que ve con tan malos ojos a quien tiene peso y criterio propio que lo excluye desde un principio o, si hay alguna excepción inicial, tarda poco en hacerlo. Pero personas de la talla de Valera son necesarias en un sistema parlamentario sano. Aportan autoridad y respeto, moderación y templanza , sirven de ejemplo para la ciudadanía, y contribuyen al prestigio de la Cámara y a poner límites a la dominante inercia del sectarismo. Escuchaba hace unas semanas en la tertulia sabatina a la que asisto al prestigioso periodista Adam Michnik, director del influyente periódico polaco 'Gazeta Wyborcza', luchador por las libertades democráticas y premio Princesa de Asturias en 2022, que la más crucial división política que hoy se va extendiendo como mancha de aceite por el mundo no es entre derecha e izquierda, es entre defensores del sistema de libertades basado en el Estado de Derecho y en la democracia parlamentaria representativa y los que, por el contrario, propugnan fórmulas autoritarias con recorte de libertades más o menos veladas y arrumbamiento en lo sustancial del Estado de derecho. La escasez o ausencia hoy del Congreso de los Diputados de personalidades como don Juan Valera debilita a los primeros y favorece a los segundos. Estamos ante uno de los muchos males que aquejan hoy a nuestro sistema parlamentario y no tiene, como por desgracia otros muchos, fácil arreglo. Lo tiene muy difícil, aunque nunca haya que darse por vencido en la lucha en favor de un sistema parlamentario que me atrevo a llamar sano y un vigoroso y sustancial Estado de Derecho con el que no comulga precisamente el sistema parlamentario partidista que tanto prevalece en España en estas fechas.