¿Qué esperar de los islamistas de Hayat Tahrir al Sham en la nueva Siria?
La principal incógnita por despejar en este periodo de incertidumbre en el que ahora se adentra Siria es qué tipo de transición se emprenderá y hasta qué punto las fuerzas opositoras serán integradas en las nuevas estructuras de gobierno
“Siria son muchas guerras más pequeñas”: mapa de los combates entre los diferentes grupos armados y claves para la transición
En los últimos días, hemos asistido a una ceremonia de la confusión en torno a la Organización de Liberación del Levante (Hayat Tahrir Al Sham, en árabe). Como es bien sabido, dicho grupo es el principal, aunque no el único, responsable del fulgurante avance de las fuerzas rebeldes hacia Damasco que puso fin a los 25 años de dictadura de Bashar Al Asad el 8 de diciembre.
Diversos analistas, por ignorancia o por interés, interpretan que el ideario de Hatay Tahrir al Sham (HTS) no se diferencia excesivamente del de su formación matriz –el Frente Al Nusra, la filial siria de Al Qaeda– y que el objetivo de dicho grupo es convertir a Siria en un emirato talibán similar al existente en Afganistán.
No obstante, en la última década Ahmad Al Sharaa, más conocido como Abu Muhamed Al Jolani, se ha desligado del movimiento yihadista transnacional y ha reafirmado las credenciales nacionales del movimiento que lidera. En 2013, el Frente Al Nusra rompió con el autodenominado Estado Islámico y, en 2016, hizo lo propio con Al Qaeda. Desde entonces, los choques con ambas formaciones han sido frecuentes y, de hecho, HTS las ha erradicado de los territorios bajo su control combatiendo a la yihadista Hurras Al Din y eliminado al máximo responsable del Estado Islámico: Abu Al Husein Al Qurashi.
Debe recordarse que la prioridad de dichas organizaciones yihadistas no era otra que establecer un Estado islámico regido por la sharía como paso previo a la instauración de un califato global. Para ello, no dudaron en recurrir al sectarismo para atacar a las diversas minorías confesionales (no sólo a los cristianos, sino también a drusos, alauíes e ismailíes) e imponer por la fuerza su rigorista interpretación del islam, basada en la máxima de “ordenar el bien y prohibir el mal” (al-amr bi-l-ma‘ruf wa nahi ‘an-l-munkar, en árabe), que aplicaba castigos corporales contra quienes infringiesen la ley islámica.
Aunque en el pasado el Frente Al Nusra también persiguió a dichas minorías, en la actualidad Al Jolani ha manifestado su voluntad de respetar la diversidad de la sociedad: “En la Siria del futuro, la diversidad es nuestra fortaleza y no es una debilidad”.
Desde su creación en 2017, la máxima prioridad de HTS ha sido gestionar de manera eficiente Idlib. Dicha provincia del noroeste de Siria, fronteriza con Turquía, tiene una extensión de unos 6.000 km² y acoge a más de cuatro millones de habitantes, dos terceras partes de ellos desplazados internos. Sus responsabilidades de gobierno le han obligado a alejarse de la retórica yihadista y negociar con los actores locales. Para tratar de ganar el respaldo de una población heterogénea que no comulga necesariamente con su ideario salafista, HTS ha apostado por la vía del pragmatismo mediante el diálogo con los líderes tribales, recurriendo a la conocida estrategia del palo y la zanahoria. Es decir: aplicando la coerción para perseguir a los sectores seculares críticos con su gestión, pero ofreciendo a la población servicios básicos como agua o electricidad para ganarse su apoyo.
En la última década, HTS ha impuesto en Idlib un gobierno islámico, aunque en una versión mucho más edulcorada de la que estuvo vigente en el pseudo-califato yihadista dirigido por Abu Bakr Al Bagdadi en Irak y Siria hace años. De hecho, Al Jolani ha señalado: “El gobierno debe ser coherente con la sharía, pero no de acuerdo con los estándares del Estado Islámico ni de Arabia Saudí”. Si bien es cierto que no se impone la separación de géneros en el espacio público, sí se obliga a la mujer a cubrirse con el velo. Al contrario que en el Afganistán de los talibanes, en Idlib las niñas están escolarizadas y las mujeres pueden ir a la universidad, pero en clases segregadas.
Probablemente este giro hacia el pragmatismo está forzado por las circunstancias, ya que la sociedad siria es sumamente heterogénea y uno de cada tres sirios pertenece a las minorías confesionales o étnicas. Además, debe tenerse en cuenta que, como en otros países de la región, un porcentaje significativo de la población es laica y desconfía de los intentos del HTS de imponer una lectura extremadamente rigorista del islam.
Parece evidente que no es lo mismo gobernar una pequeña provincia rural como es Idlib que dirigir un territorio tan complejo como Siria, que además está devastado tras una cruenta guerra civil, tarea hercúlea que exigirá el concurso de todos los componentes de la diversa sociedad siria.
En los últimos años, Al Jolani no ha dejado de hacer guiños a Occidente para tratar de ganarse su confianza y que deje de contemplar a HTS como una organización terrorista. En primer lugar, ha dejado claro que no permitirá que su territorio se convierta en un santuario yihadista desde el cual se lancen ataques contra Occidente. En segundo lugar, ha señalado que respetará la diversidad de la sociedad y no perseguirá a las minorías dado que, como señalara en una reciente entrevista, “estas sectas han coexistido en la región desde hace cientos de años y nadie tiene derecho a eliminarlas”. En tercer lugar, ha señalado que el final de la guerra creará las condiciones necesarias para el retorno de los refugiados acogidos tanto en los países del entorno como en el continente europeo. Todo ello ha allanado el terreno para que Estados Unidos y la Unión Europea hayan establecido contactos preliminares con HTS.
En todo caso, no debe restarse un ápice de gravedad a la crítica situación en la que se encuentra Siria tras 14 años de conflicto. Si bien es cierto que la dictadura asadista ha finalizado, también lo es que podría ser reemplazada por otra de carácter islamista. De hecho, el nombramiento de Mohamed Al Bashir como primer ministro interino no es una buena señal, ya que dicha decisión no ha sido consensuada con el resto de grupos rebeldes y fuerzas opositoras. Otro tanto puede decirse de los gobernadores de Damasco y Alepo, las dos ciudades más importantes del país, que también son dos altos cargos del HTS.
La principal incógnita por despejar en este periodo de incertidumbre en el que ahora nos adentramos es qué tipo de transición se emprenderá y hasta qué punto las fuerzas opositoras serán integradas en las nuevas estructuras de gobierno. Al Jolani, el nuevo hombre fuerte de Siria, ha señalado en una entrevista con CNN que “HTS es solamente una parte de la ecuación y puede disolverse en cualquier momento, ya que no es un fin en sí mismo”. Igualmente ha afirmado que “Siria merece un sistema de gobierno basado en las instituciones y no uno donde un único gobernante adopte decisiones de manera arbitraria”.
Hoy por hoy, está por ver que estas buenas intenciones se traduzcan en el establecimiento de una democracia plena en la que todos los ciudadanos, independientemente de su confesión o etnia, dispongan de los mismos derechos, tal y como reclamaban los manifestantes que en 2011 tomaron las calles para demandar la caída del régimen y el final de la dictadura de Al Asad.