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Durruti y el gran misterio de la Guerra Civil todavía no resuelto

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Abc.es 
La muerte de Buenaventura Durruti sigue siendo un misterio en la actualidad, con toda probabilidad el mayor de todos los vinculados a la Guerra Civil. Desde que el líder anarquista fue abatido en el frente de la Ciudad Universitaria, el 19 de noviembre de 1936, ninguna de las hipótesis que se han barajado sobre la procedencia del disparo ha sido confirmada: ni la versión oficial de los republicanos, que señalaron que el autor fue un franquista al que jamás pudieron identificar, ni la que sugirió que fue ejecutado por compañeros anarquistas, defendida por su propia familia durante muchos años, ni la rocambolesca e inexplicable teoría de que la víctima sufrió un accidente con su propia arma. Conocemos mejor lo que ocurrió en las horas transcurridas desde que fue trasladado a toda velocidad a las dependencias del hotel Ritz, transformado en el hospital de las Milicias Confederadas de Cataluña, hasta que se le dio por muerto a las cuatro de la mañana del día siguiente. Durruti tenía solo cuarenta años y su figura había alcanzado tanta relevancia que dejó huérfano al anarquismo español y conmocionó al país entero. No hay más que ver las imágenes de su entierro en Barcelona , al que asistieron más de medio millón de personas desde todos los rincones de Cataluña, según contaba la prensa de la época. La poca convicción con que se explicó el suceso y la escueta información que se dio a la opinión pública acerca de su muerte dieron lugar a todo tipo de recelos e interpretaciones. El incidente se envolvió en una atmósfera de confusión que creció aún más con los detalles contradictorios que salieron a la luz. La versión más extendida en aquellos años fue la del escritor y dirigente anarquista Ricardo Sanz, quien aseguró que Durruti había sido alcanzado por una ametralladora ubicada en el hospital Clínico, ocupado por los nacionales; una versión que, desde todos los puntos de vista, parecía razonable y no se contradecía con las investigaciones publicadas por los periódicos. En su biografía del líder anarquista, el historiador Abel Paz argumentaba que las versiones sobre su muerte pueden agruparse en tres direcciones: la primera, que falleció, como muchos otros combatientes, en un enfrentamiento con los fascistas; la segunda, que fue víctima de uno de sus compañeros, porque sus posturas habían evolucionado hacia posiciones más comunistas que consideraban peligrosas, y la tercera, que fue asesinado por la GPU, la policía secreta soviética, llamada entonces NKVD. «A estos tres grupos podemos sumar un cuarto, el de la 'vox-populi', que decía que Durruti fue ejecutado por la contrarrevolución, es decir, por el conjunto de fuerzas políticas que se esforzaban por que España volviera al punto de partida del 18 de julio de 1936», añadía. Según la visión de Paz, no se puede hacer un análisis de las diversas versiones sin tener en cuenta el clima político que se vivía en el momento. En esa situación conflictiva, una teoría oficial de la muerte de Durruti que no fuese categórica, como la que afirmaba que fue abatido «por una bala enemiga», podía ser el detonante del enfrentamiento armado en el interior del campo antifascista. Y quizá fuera esta la principal razón por la que se dio esa versión que, no siendo posiblemente la real, daba pie a contradicciones y abría el abanico de interrogantes que jamás aclararon del todo lo que este historiador califica como el «mayor enigma psicológico de la revolución española». No hay que olvidar que la lucha en Madrid había alcanzado tintes épicos por ambas partes y que se habían producido una gran cantidad de víctimas. El 9 de noviembre, diez días antes de la muerte de Durruti, los franquistas habían llegado a orillas del Manzanares comandados por el general Carlos Asensio, que trataba de entrar en la capital. Tuvo que detenerse porque los tanques no podían ascender por las empinadas márgenes del río. La defensa republicana, por su parte, contaba con doce mil voluntarios de las Brigadas Internacionales y otros doce mil españoles. El 11, una compañía de Regulares de Tetuán enviada por Franco intentó penetrar en la Ciudad Universitaria, mientras se desarrollaban durísimos combates en el parque del Oeste y el puente de los Franceses, a menos de un kilómetro. La situación era crítica. El historiador Joan Llarch contaba así su versión del incidente en 'La muerte de Durruti', un libro publicado dos años antes de la muerte de Franco: «Eran las 4 de la tarde y el nutrido tiroteo acabó por callarse. No sonaba ni un disparo. Poblaba el aire una oquedad llena de silencio muy propia de las tardes de noviembre. Ni un hombre visible. Nadie. Todos escondidos con las armas empuñadas. De pronto, a lo lejos, saliendo del cercano Madrid en guerra, apareció un automóvil oscuro y grande. Cuando estaba llegando al pabellón de Odontología de Ciudad Universitaria, se detuvo totalmente al descubierto, ofreciéndose como una diana. En una de las ventanas del Hospital Clínico, una ametralladora de las tropas nacionales había movido su cañón siguiendo al auto. Se abrieron las puertas del coche. Se apearon siete hombres y se reunieron fuera del vehículo. ¿Con qué objetivo se detuvieron en un lugar tan visible y peligroso? Quien manejaba la ametralladora no esperó más. Su dedo presionó el gatillo y disparó una breve ráfaga de plomo. Una de las figuras de aquel grupo se desplomó». La confusión se desencadenó casi desde ese mismo instante, cuando fue trasladado al hotel Ritz, en el que los cirujanos se veían obligados a trabajar las veinticuatro horas del día sin moverse de la sala de operaciones. El que atendió a Durruti se llamaba Manuel Bastos Ansart, que contó lo ocurrido en sus memorias, publicadas en 1969, sin citar a la víctima, quizá por miedo a revelar que había sido él quien intentó salvar la vida al famoso anarquista: «Los que rodeaban a la víctima no tuvieron el más mínimo reparo en darme a entender que habían sido sus propios compañeros los causantes de la herida. Esta atravesaba horizontalmente la parte alta del abdomen y lesionaba importantes vísceras. Nada podía hacerse por el paciente, que estaba en su último aliento. Aún pude oírle las que seguramente fueron sus palabras postreras, «¡ya se alejan!», en referencia posiblemente a los aviones atacantes». El escritor José María Zavala, por su parte, manifestaba en 'Los expedientes secretos de la Guerra Civil' (Espasa, 2016) que este cirujano debía de sospechar que el asesino de Durruti era un miliciano que se encontraba a sus órdenes. Cuenta que así se lo insinuó al médico alguno de los que acechaban al moribundo en aquellos últimos momentos de vida, lo que dejaba en evidencia la falsa teoría de la bala fascista. Esta versión, sin embargo, fue alimentada en todo momento por la propaganda comunista para jalear los ánimos de sus desmoralizados combatientes en el frente de la Ciudad Universitaria, que estaban siendo bombardeados sin cesar por las tropas franquistas en su intento desesperado de penetrar lo antes posible en la capital. El mismísimo Pío Baroja apoyó la teoría de la traición por parte de sus compañeros; al igual que la nieta del líder anarquista, Marta, que siempre señaló como autor al sargento José Manzana, tal y como explicó al periódico catalán 'La Directa' en 2015: «Mi abuelo se encontraba en Barcelona y le pidieron que fuera a Madrid, puesto que la capital estaba recibiendo mucha presión del ejército de Franco. Él no quería, pero al final accedió. Poco después se vio en el frente universitario dentro de un coche con un comunista, el sargento Manzana, y varias personas más. En un momento dado, cuando le informaron de que la columna estaba retrocediendo, él salió del vehículo y Manzana le disparó por la espalda. Lo sabemos porque vimos la chaqueta con el agujero detrás y los bordes llenos de quemaduras. Estaba claro que le habían disparado a quemarropa. La cazadora la guardó Mimí [Emilienne Morin, su mujer]. Él murió en el acto, pero lo llevaron al hospital para que la gente no lo supiera y sus tropas no se sublevaran». Zavala subrayaba también el extraño cambio de planes de Durruti que le llevó hasta su fatal destino. En lugar de asistir a una reunión de militantes de la CNT, como tenía previsto, decidió en el último momento acercarse en su propio coche al hospital Clínico. Uno de sus subordinados, Antonio Bonilla, influyó en ello tras informarle de la vergonzosa retirada de los miembros de su columna en aquel lugar. Llama la atención lo contado por este testigo en 1976, cuando aseguró que la zona donde se apeó el líder anarquista estaba libre de fuego, por lo que no tendría que haber corrido peligro, y que él mismo no oyó ningún disparo a pesar de encontrarse en otro coche «a solo veinte metros de distancia». Los testimonios posteriores de los acompañantes de Durruti incurrieron en varias contradicciones. Bonilla declaró que se habían dirigido a la Ciudad Universitaria después de comer y que habían llegado allí a las 17.00, mientras que Julio Graves manifestó que eran las 14.30. El conductor, Clemente Cuyás, comentó que «la lluvia de balas arreciaba cada vez más», hasta el punto de que un grupo de milicianos comenzó a huir cuando Durruti les ordenó que volviesen al frente. «¿Qué tenía eso que ver con la pasmosa tranquilidad descrita por Bonilla, según el cual no había el menor indicio de tiroteos en la zona?», se preguntaba Zavala. Hoy en día no son muchos los historiadores que defienden la autoría de alguno de sus propios subordinados, pero no faltan otras teorías de lo más dispares, desde que pudo matarlo algún agente de Stalin, para quien los anarquistas eran tan odiosos como los fascistas, hasta el mencionado accidente. Esta última versión la sostuvo el chófer en 1993, aunque dijo que él y otros siete testigos del suceso juraron mantenerlo en secreto. No quisieron desmerecer el mito de uno de los líderes más carismáticos de la CNT: «Durruti estaba muy enojado con su centurión Bonilla por los destrozos en las vías, ya que creía que se cometía un sabotaje inútil a nuestros propios intereses. A media mañana, en Ciudad Universitaria, en un momento de la discusión, Bonilla alzó el fusil y golpeó la culata contra el estribo de nuestro coche. Entonces sonó un tiro y Durruti cayó redondo al suelo, herido mortalmente». La viuda del líder anarquista siempre echó en falta una investigación exhaustiva por parte de la CNT. Estaba convencida de que no fue un accidente, sino que alguien lo asesinó. La cazadora de cuero de la víctima evidenciaba, según ella, que el disparo se produjo a unos veinte centímetros de distancia. «Por eso nunca creí que fuese fortuito, aunque nunca tuve otra versión que la oficial de la CNT», respondió ya en 1936 a las preguntas de un reportero. Cuando Joan Llarch entrevistó al responsable médico de la Columna Durruti, el doctor Santamaría, este también afirmó que «el proyectil fue disparado a menos de 50 centímetros de distancia, probablemente a unos 35, según el cálculo deducido por la intensidad de la impregnación de pólvora en la prenda». Antes de morir, el mismo Bonilla acusó al sargento José Manzana del accidente. «La bala que hirió a Durruti salió del naranjero que portaba Manzana en su hombro. Tras salir del coche para hablar con los cinco jóvenes, este abrió la portezuela del Packard para que Durruti volviera a entrar en el automóvil. Cuando este se encorvó para entrar, a Manzana se le deslizó el naranjero desde el hombro, dando en el estribo del vehículo y disparándose. De ahí que el chaquetón de Durruti resultara chamuscado por el fogonazo a corta distancia, entrándole la bala por debajo de la tetilla y rozándole el corazón». Nunca desde entonces se ha podido confirmar al cien por cien cuál de estas versiones es cierta. «Durruti, aunque era de León, era como un Dios en Barcelona. Allí lo adoraban. Supongo que porque le pegaron un tiro en la espalda al ir a ayudar al frente de Madrid, casi sin entrar en batalla. Esa era la percepción que había y por eso sentó fatal. Fue un entierro multitudinario que afectó a la población de verdad, no era un sentimiento fingido», recordaba a ABC, en 2017, Juan Mariné , director de fotografía fichado por Laya Films en 1936, que fue el encargado de rodar el entierro en Barcelona dos días de después de la muerte de Durruti.



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