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El tsunami que liberó una energía equivalente a miles de bombas atómicas

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En la ciudad indonesia de Banda Aceh, la Gran Mezquita de Baiturrahman se erigió el jueves como un símbolo de resiliencia durante la conmemoración del trágico aniversario del tsunami de 2004. En un acto solemne, una sirena resonó durante tres minutos, evocando el instante devastador en que un terremoto de magnitud 9.1 en la escala de Richter sacudió las profundidades del océano Índico, a unos 30 kilómetros bajo el lecho marino, cerca de la costa de Sumatra. Este cataclismo no sólo devastó Indonesia, sino que también desencadenó una serie de olas titánicas que arrasaron países vecinos, desde Sri Lanka hasta la lejana Somalia.

Las conmemoraciones en Banda Aceh se entrelazaron con las de Tailandia, donde el pequeño pueblo pesquero de Ban Nam Khem se convirtió en un símbolo del estrago. Allí, más de 8.000 vidas se apagaron, incluidas las de turistas que buscaban momentos de felicidad en un paraíso que se tornó en tragedia. Las olas que antes acariciaban las playas ahora llevaban consigo el luto de familias destrozadas y sueños truncados. En India, la tragedia tuvo eco en la costa de Chennai, donde cientos de personas se reunieron para rendir homenaje a los que ya no están. Vertieron leche y flores en el mar, un acto que simbolizaba el profundo vínculo que tienen con el océano. Las cifras oficiales revelan que 10.749 personas perdieron la vida en todo el país, casi 7.000 de ellas en Tamil Nadu.

Mientras tanto, en Sri Lanka, el pueblo costero de Pereliya se transformó en un sagrado sitio de recuerdo, donde casi 2.000 almas se perdieron en un instante, cuando el tren Queen of the Sea fue arrastrado por la fuerza implacable del agua. En total, más de 35.000 vidas se apagaron en la isla. En un gesto conmovedor de unidad, el gobierno pidió a la población que guardara dos minutos de silencio.

La magnitud del desastre de hace dos décadas fue tal, que se liberó una energía equivalente a miles de bombas atómicas, desatando un tsunami que transformaría el paisaje y la vida de millones en un abrir y cerrar de ojos. Apenas 15 minutos después del terremoto, las primeras olas comenzaron a golpear la costa, sorprendiendo a comunidades desprevenidas en el norte de Sumatra y las islas Nicobar. Aceh, la región más afectada, vio cómo olas de hasta 30 metros de altura arrasaban todo a su paso. La furia del tsunami se extendió rápidamente, llevando su devastación a Sri Lanka, India, Tailandia y más allá, alcanzando incluso las costas de África oriental. La magnitud del caos subraya la importancia de la preparación y la educación sobre desastres, lecciones que aún reverberan en las comunidades costeras que enfrentan el implacable poder de la naturaleza.

El impacto humano fue catastrófico, con estimaciones que sugieren que alrededor de 230.000 personas perdieron la vida en catorce países, aunque algunas fuentes advierten que la cifra podría alcanzar hasta 275.000. Este desgarrador saldo de muertes se acompañó de miles de desplazados y comunidades enteras reducidas a escombros.

Más allá de la devastación inmediata de las olas, la crisis se vio agravada por una alarmante escasez de alimentos, agua potable y atención médica. Los trabajadores humanitarios se enfrentaron a enormes obstáculos para proporcionar ayuda a áreas remotas, donde las infraestructuras habían sido arrasadas o donde el conflicto civil complicaba el acceso. Las condiciones de vida se deterioraron rápidamente, convirtiendo la emergencia en una catástrofe humanitaria. El daño ambiental fue igualmente devastador y de largo alcance. Aldeas, complejos turísticos, tierras agrícolas y zonas de pesca quedaron sumergidos en escombros, cuerpos en descomposición y agua salada, lo que hizo imposible la supervivencia de los cultivos. Esta crisis ecológica no solo afectó la biodiversidad local, sino que también comprometió los medios de vida de comunidades que dependían de la agricultura y la pesca, dejando un legado de sufrimiento que perdura hasta hoy.

La tragedia dejó una marca indeleble en la economía de las naciones afectadas. En Maldivas, las pérdidas se estimaron en un asombroso 45 por ciento de su Producto Interno Bruto, un golpe devastador para una nación insular cuya economía depende en gran medida del turismo. Indonesia, por su parte, enfrentó un impacto económico de 4.5 mil millones de dólares, una cifra que equivalía al PIB total de la provincia de Aceh, la más afectada por el desastre. El maremoto no solo transformó el paisaje físico de estas regiones, sino que también alteró las proyecciones de crecimiento económico en Indonesia, que se revisaron a la baja en un 0.2 por ciento para el año siguiente. Este cambio refleja no solo la destrucción de infraestructuras, también la pérdida de confianza en la estabilidad económica y la capacidad de recuperación comunitaria.

Estos complejos fenómenos naturales se generan cuando un desplazamiento geológico interrumpe la columna de agua en los océanos, creando una serie de ondas que se propagan hacia la costa. La mayoría de estos eventos son provocados por terremotos submarinos, aunque también pueden ser desencadenados por deslizamientos de tierra y erupciones volcánicas. La región conocida como el “Cinturón de Fuego” del Pacífico es particularmente susceptible, albergando aproximadamente el 80 por ciento de los maremotos registrados a nivel mundial, debido a su intensa actividad sísmica.

Aunque la humanidad no puede prevenir la ocurrencia de los tsunamis, es posible mitigar sus efectos devastadores mediante una preparación y detección adecuadas. El primer esfuerzo sistemático para rastrear estos fenómenos comenzó en 1941, cuando Japón estableció el Observatorio Meteorológico Local de Sendai, utilizando estaciones de radio para alertar a la población al detectar signos de actividad sísmica.

En 2004, el océano Índico, el tercero más grande del mundo, carecía de un sistema de alerta similar para proteger a sus 1.500 millones de habitantes. Históricamente, los oleajes destructivos han sido eventos poco comunes en esta región, con solo siete de los 50 registrados entre 1852 y 2002 resultando en fatalidades, acumulando menos de 50.000 muertes en un período de 150 años. Esta falta de experiencia y preparación ha llevado a que las respuestas ante los tsunamis en el océano Índico no sean tan efectivas como en Japón, donde los simulacros de evacuación son parte de la educación y los edificios están diseñados para resistir los terremotos que frecuentemente preceden a estos fenómenos. La lección es clara: la preparación y la educación son fundamentales para minimizar el impacto de estos eventos catastróficos en comunidades vulnerables.

En un esfuerzo concertado, gobiernos y socios internacionales se han unido para establecer el Sistema de Alerta y Mitigación de Tsunamis del Océano Índico (IOTWMS), una red crítica diseñada para salvaguardar a las comunidades costeras frente a la amenaza de estos fenómenos devastadores. Con Australia, Indonesia e India desempeñando roles clave como proveedores regionales de servicios, 27 centros nacionales de alerta han sido implementados, capaces de emitir notificaciones sobre amenazas de tsunami en un tiempo récord de 10 a 15 minutos tras un evento sísmico. Este avance técnico ha permitido que más del 75 % de las comunidades costeras en zonas de alto riesgo accedan a información de alerta temprana, un notable aumento desde menos del 25 % en 2004.

Iniciativas de preparación comunitaria, como el Programa Tsunami Listo de la UNESCO-IOC y el Proyecto Tsunami del PNUD, han empoderado a líderes locales, escuelas y residentes, proporcionando conocimientos vitales para la protección de vidas. Estos programas han demostrado ser esenciales en la educación sobre cómo reaccionar ante una alerta de tsunami, un aspecto crítico en un área donde el tiempo es un factor determinante.

Sin embargo, los desafíos son cada vez más complejos. El cambio climático está exacerbando la frecuencia e intensidad de desastres relacionados con el agua, interconectando sus efectos y complicando situaciones geofísicas como terremotos y erupciones volcánicas. Según un estudio de la ONU, se prevé que el número de desastres relacionados con el clima se duplique en las próximas décadas, poniendo en riesgo a millones de personas en regiones vulnerables.




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