La rebelión de la realidad, por Marisa Glave
Existe un abismo persistente entre lo que nuestros marcos normativos dicen y lo que las y los peruanos vivimos como realidad. Es persistente porque puede rastrearse desde las primigenias apuestas republicanas del Perú postcolonial y las persistentes prácticas de dominación y exclusión. No son una simple continuidad colonial, sino que son una reconfiguración, un reacomodo de prácticas adaptadas a nuevas condiciones sociales y políticas, pero que reproducen la exclusión y sobre todo la desigualdad del poder.
No quiere decir que no hayamos experimentado cambios. Claro que sí, procesos y momentos de transformación profunda se han dado, permitiendo la ampliación de derechos y la conquista de la ciudadanía. Pero estos saltos cualitativos, por ejemplo, entre la realidad de servidumbre de la primera mitad del siglo pasado y el reconocimiento de la propiedad colectiva e individual de la tierra de comunidades y campesinos que la trabajan, no se han dado fruto del diálogo democrático y tolerante, sino de la explosión disruptiva de los sujetos dominados rebelándose ante esa condición.
La historia del Perú puede leerse desde la resistencia y la lucha de diversos sectores de la población contra la afirmación permanente de la exclusión. Este desencuentro, muchas veces despótico, entre la situación vivida y el discurso normativo, abre momentos de rebelión de la realidad y nuestro país vivió uno, particularmente doloroso, hace dos años.
49 personas murieron por disparos directos de municiones por parte de agentes del Estado contra el cuerpo de manifestantes. Balas, perdigones, proyectiles y bombas lacrimógenas dirigidos al estómago, cuello y cabeza por una única razón: la rebelión de las regiones, particularmente del sur andino, frente a la imposición del poder de la capital. Esta rebelión y sus implicancias son analizadas por el antropólogo peruano Ramón Pajuelo en un comprometido ensayo – articulado en base a diversos artículos del autor – publicado recientemente por La Siniestra y que merece ser leído en este cierre de año.
De la antipolítica a la antimemoria
Para Pajuelo, vivimos hoy una crisis de la hegemonía neoliberal en el país. No quiere decir con esto que ya no tenga vigencia, pero sí que va perdiendo legitimidad social. Es, por tanto, importante entender las implicancias no sólo económicas, sino políticas y culturales del proyecto neoliberal impuesto desde la dictadura fujimorista a inicios de la década del 90.
Resalta la dimensión cultural, entendiéndola casi como una manera de ser neoliberal, un “habitus”, que se instituyó décadas atrás por medio de un dispositivo particular del gobierno de Fujimori y Montesinos: la antipolítica. Pajuelo hace así un homenaje en el libro a otro gran antropólogo peruano, Carlos Iván Degregori cuya vigencia aún se mantiene.
Desde la lógica de la antipolítica, como acción del gobierno autoritario, se pretendió imponer una suerte de memoria salvadora en torno a los años de violencia política vivida durante el conflicto armado interno. Una especie de secuestro de la memoria, para olvidar las violaciones de derechos humanos y los actos de corrupción del régimen, centrando únicamente el debate en el combate al terrorismo y la figura salvadora de Fujimori, legitimando así atrocidades que, desde esta narrativa, hay que borrar de la memoria.
Siguiendo este hilo, el autor sostiene que el efecto de esta lógica, décadas después, es la aparición de un nuevo dispositivo desde el poder: la antimemoria; el simplemente negar la importancia de la memoria en sí misma; combatir la posibilidad de construir memorias que cuestionen el ejercicio autoritario del poder. La antimemoria así entendida se orienta a defender de manera fundamentalista el orden neoliberal y el pacto de poder de quienes se benefician de él.
Es precisamente por esto que es crucial recordar la responsabilidad de Boluarte y de los grupos de poder político y económico que la sostienen en la muerte de decenas de compatriotas hace dos años. Por ejemplo, cerrar este año recordando el 14 de diciembre en Ayacucho y empezar el 2025 recordando el 9 de enero en Juliaca.
Releer lo señalado por la CIDH: “la respuesta de las fuerzas estatales no fue uniforme en todo el territorio nacional y que hubo graves episodios de uso excesivo de la fuerza en casos concretos (…) se desprende que la respuesta del Estado estuvo caracterizada por el uso desproporcionado, indiscriminado y letal de la fuerza (…) el alto número de personas fallecidas y heridas con lesiones en la parte superior del cuerpo por impactos de armas de fuego, incluyendo perdigones; así como la ubicación de un número importante de victimas que ni siquiera estaban participando de la protesta o se encontraban en las inmediaciones de los focos de conflictividad. Hechos que deben ser investigados, juzgados y sancionados”. Para la comisión, lo que se vivió en el Perú podría calificarse como una masacre.
Que no venza la antimemoria.
No son conflictos,
son luchas sociales
La Rebelión de la Realidad cierra con un texto teórico de Pajuelo, una especie de llamado a las y los científicos sociales a asumir su rol de intérpretes de la realidad desde un espíritu crítico. Denuncia por tanto la comodidad, la zona de confort desde la que solemos analizar la coyuntura social y política, aceptando de manera acrítica conceptos más bien tecnocráticos que finalmente sirven a la lógica de la antimemoria antes descrita, es decir que borran la dimensión más política de algunos fenómenos sociales.
De manera especial, el autor visibiliza el impacto del concepto “conflicto social” para referirnos a acciones colectivas disruptivas, organizadas por actores sociales en movimiento que, más que datos estadísticos agregados, son señales claras de luchas sociales, territoriales, que podrían ser el embrión de nuevos procesos de cambio, de nuevas rebeliones de la realidad.