Si los Reyes Magos no existieran –porque existen, y lo sabes, y lo recuerdas año tras año– habría que inventarlos. No para que los niños tengan sus regalos sino para que los adultos podamos soñar , al menos una noche, con una victoria sobre la desesperanza y el fracaso. Porque de eso va este bello relato, esta delicada metáfora de un viaje sagrado, de una misteriosa peregrinación en busca de un símbolo de inocencia nacido para redimir al género humano. Y ésa es la razón de su persistencia universal más allá de la fiesta infantil con que acostumbramos a celebrar un acontecimiento tan abstracto como el retorno al paraíso perdido en que alguna vez creímos en un mundo perfecto, invulnerable,...
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