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Un hombre del partido. Cuento de Año Nuevo

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Abc.es 
Se renueva el ciclo. Hemos celebrado la muerte del año viejo y el nacimiento del nuevo. Unas fechas propicias para dejar atrás las lamentaciones, las añoranzas y los arrepentimientos y mirar hacia el futuro con la voluntad cargada de esperanza y buenos propósitos. Por nuestra parte, nos gustaría comenzar este 2025 que ahora arranca con un cuento. No un cuento de Navidad sino de Año Nuevo. Érase que se era una remota isla en la que existían unos hombres abnegados y extraños a los que llamaban hombres del partido. Éstos no respondían a los estereotipos y a los prejuicios que todos conocemos, es decir, esos «políticos obedientes al aparato y al líder de turno, que no se salen del guion marcado, que no provocan conflictos internos y que aceptan el destino que le fija la dirección». No, no eran como esos cómodos comodines que se acomodan al lugar que el partido disponga para ellos, pero que siempre perciben un sueldo público al final de mes. Eran unos individuos que no se peleaban por cuestiones como las cuotas territoriales o su posición en las listas electorales, pues su dignidad sólo era equiparable a su vocación de servicio público. En nuestro cuento un hombre del partido es alguien que liga temporalmente su destino profesional e incluso personal a unas siglas, no sin antes meditar detenidamente sobre el significado de estas siglas: recuerda que éstas forman parte de lo que Marcuse denominaba pensamiento unidimensional , pues a la mayoría de la gente se le escapa el significado de estas abreviaciones gráficas, formadas por el conjunto de iniciales de una expresión compleja, lo que simplifica enormemente el trabajo de pensar. Nuestro hombre puede adaptarse al ritmo y a la rima de otros hombres de su partido, pero, llegado el caso, también puede convertirse en un «verso libre» que aporte frescura, espontaneidad e ideas críticas y renovadoras a su grupo político. Un hombre del partido en esta isla ficticia es un hombre libre con voz propia que, si sus convicciones se lo exigen, no tendrá ningún problema en ofrecer resistencia a las directrices de su partido, llegando incluso a poner en peligro la estabilidad y el equilibrio de su grupo parlamentario, pues no representa los intereses de éste sino los de los ciudadanos que lo han votado. Para estos hombres del país de Nunca Jamás el partido no es un reducto o un refugio de los mediocres que buscan vivir de la política para toda la vida sino una asociación (muy parecida a lo que por estos lares llamaríamos movimiento asambleario) que responde a la sana aspiración de personas competentes y preparadas que interrumpen durante unos años sus carreras profesionales para dedicarse al servicio de los demás, al precio incluso de reducir considerablemente sus honorarios desempeñando un cargo público, si los comparamos con los que percibirían en sus respectivos trabajos. Opinan lo que Aristóteles : que sólo aquellos ciudadanos que tienen cubiertas sus necesidades pueden consagrarse a la política con la independencia, la dedicación y el tiempo que se requiere para los asuntos de la polis. Lo más sagrado para un hombre del partido que ocupa un cargo público es el presupuesto que tiene que gestionar, es decir, el dinero de los impuestos que pagan los ciudadanos. El respeto a los contribuyentes pasa por ser la regla de oro de estas personas generosas. A muchos de estos hombres y mujeres del partido les quitan el sueño los problemas reales de la gente o cuestiones tan peliagudas como la deuda pública. Su código del honor es muy estricto y están dispuestos a presentar su dimisión si piensan que por acción u omisión no han cumplido con eficiencia lo que se espera de ellos. La transparencia de su gestión puede llegar a obsesionarles. Por las necesidades de su trabajo y por las grandes responsabilidades que asumen, apenas paran quietos, por lo que no tienen tiempo para calentar las sillas o los sillones de sus despachos, modestos por otra parte, pues son personas frugales educadas en la austeridad (se echarían las manos a la cabeza si en algún momento alguien les planteara la posibilidad de un coche oficial). Estos hombres honestos e inteligentes son capaces no sólo de defender programas políticos sino también de argumentarlos, en el convencimiento de que la práctica política no exige enfrentamientos ni insultos con aquellos que defienden ideologías contrarias; antes bien, se impone entre ellos una actitud no beligerante sino dialogante, esto es, racional y razonable: racional porque son capaces de aportar razones a favor de sus propuestas políticas, y razonable porque no sólo escuchan los argumentos de sus adversarios políticos sino que están dispuestos a aceptarlos si son mejores que los suyos. Parten del principio de que la discrepancia y el disenso son buenos para estimular el debate político y la renovación de ideas, pero a todos les mueve el deseo sincero de llegar a acuerdos de colaboración. Por supuesto, aborrecen en este debate de ideas los argumentos «ad hominem» o las falacias del tipo «tú más» o «tú también», pues no denotan sino zafiedad e indigencia mental. Como su meta no es conseguir y mantenerse en el poder a toda costa, si en su camino se encuentran con actitudes intransigentes, o con facciones e intereses personales dentro de su partido que le impiden hacer su trabajo con dignidad, no tienen ningún problema en renunciar a su cargo y volver a su trabajo habitual. Si estos hombres tuvieran dentro del partido o de la administración algún puesto de responsabilidad, abominarían de la idea de tener a familiares o amigos a sueldo. Por otra parte, la demagogia, como la forma más baja de propaganda, jamás la tendrán en cuenta para manipular a la opinión pública. La verdad es sagrada para ellos, pues de sobra saben que de una mentira se hace ciento. Los más ambiciosos de estos hombres del partido aspiran a distinguirse en su servicio público por los hechos o las aportaciones al interés general que resulten memorables y por los que serán honrados y respetados por las generaciones futuras. Hasta aquí la primera entrega de algunos de los extravagantes habitantes de la isla fantástica de Nunca Jamás ( Neverland en inglés), una isla en la que los niños se niegan a crecer porque saben en qué se convertirían si se hiciesen adultos.



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