Crítica cultural, una labor imprescindible
Teorías estéticas hay muchas: desde aquellas que cifran el valor de una obra en su supuesta belleza objetiva a las que entienden que lo determinante es el contexto. ¿Acaso no puede decirse que es arte también todo lo que toca un artista?
No hay nada más que consultar las últimas noticias para darse cuenta de que en el campo estético nuestra época está exenta de crisis o problemas. Hace muy poco se vendió por una millonada un plátano pegado a la pared con cinta aislante.
La cosa no era muy allá: de hecho, ni siquiera era una cinta especial, sino de esas grises, de las que se ponen en el coche para sujetar el guardabarros. Al parecer, en la subasta lo adquirió un asiático, a quien se le explicó que debía asegurarse de cambiar el plátano cuando madurara.
Si volvemos la vista a un clásico, Gombrich, y releemos su maravilloso y extenso recorrido por la historia del arte, nos daremos cuenta de que este no tiene tanto que ver con las ocurrencias como con los descubrimientos. O sea, necesitamos el arte porque es preciso que, como sugería Nietzsche, aprendamos a ver. Y debemos educar nuestra mirada.
“Al vivir en un gran bazar, lleno de posibilidades, con tantas diversiones, no encontramos de ningún modo orientación en el mundo cultural”
Hay, sin embargo, un inconveniente: al vivir en un gran bazar, lleno de posibilidades, con tantas diversiones, no encontramos de ningún modo orientación en el mundo cultural. De ahí la indiferencia y que valga lo mismo la danza clásica que el más vulgar perreo.
El indiferentismo no tiene solo que ver con la insensibilidad artística o el poco interés que despierta la cultura. Es sobre todo con la incapacidad contemporánea de aceptar un juicio de autoridad, el criterio ofrecido por los expertos. A juicio de William Deresiewicz, la causa de todo ello reside en que la crítica cultural ha perdido su función.
Deresiewicz es profesor y ensayista; de él, hace unos años la editorial Rialp publicó un libro imprescindible para ver la devastación de los campus universitarios y la erosión de la calidad académica: El rebaño excelente. Además, es autor de obras sobre historia y arte.
En un artículo reciente, el pensador americano expone su propia experiencia, relatando cómo su gusto estético fue decantándose gracias a la calidad de los críticos que publicaban sus opiniones en prensa. De forma explícita, señala cómo se ha transformado la sección de cultura en los periódicos, que ha pasado de ser un lugar de alta divulgación a una especie de escaparate para estimular las ventas de determinados productos.
O aún peor: también la crítica ha sucumbido a los virus ideológicos, de modo que se enaltece lo propio, lo que apoya el discurso dominante, y se menosprecia -o silencia- todo aquello que no guarda relación con los valores que la empresa defiende.
Muchos periodistas culturales han perdido la honestidad. A la crítica frívola, consumista, Deresiewicz opone la que desempeña su trabajo con probidad, consciente de su importancia y consiente, asimismo, de su finalidad. Explica: “Una de las funciones de la crítica es la de conducir al público a obras nuevas y estimulantes, obras que chocan o suscitan confusión, que violan las convenciones (…) No por casualidad, la crítica surgió durante el Romanticismo, en los albores del mundo moderno y la época de las revoluciones, cuando, por primera vez, los artistas no buscaron situarse en el marco de la tradición, sino romper con ella”.
“William Deresiewicz explica que su gusto estético fue decantándose gracias a la calidad de los críticos que publicaban sus opiniones en prensa”
Los críticos, los auténticos, poseen varios rasgos: el primero, es un saber profundo, una erudición que llega a la obsesión; en segundo lugar, son valientes y no temen equivocarse; además, defienden su independencia y no se casan ni con las modas, ni con los sentimientos dominantes, ni con el poder, ni con el dinero.
Críticos con esas cualidades hay pocos. Los que existían han ido siendo apartados y sustituidos por los “opinadores”, los “partidistas” o los “entusiastas”. Y no se piense que me refiero solo al periodismo cultural: lo que pasa en la esfera del arte, se trasplanta al resto.
No hay duda de que sigue habiendo artistas importantes, escritores con obras que merecen la pena y representaciones teatrales que conmocionan como una gran tragedia griega. Pero al faltar los críticos, ni su nombre ni su onda espiritual se expanden más allá de un círculo restringido.
Deresiewicz vincula esta pérdida, que nos desarraiga, con otras dos. Por un lado, la universidad, que ha cesado de ser un lugar donde se aspira al conocimiento y se promueve el espíritu crítico. Por otro lado, la pérdida de la ciudad. Se refiere con ello a que la diversión y el entretenimiento cada vez con más frecuencia se cultiva en soledad, entre las paredes de casa, con un móvil o con un ordenador. De ahí que la experiencia cultural haya perdido su dimensión comunitaria.
Hay que aprender a ver, aprender a escuchar. Y a ello contribuye la alta cultura. Como los maestros, también los críticos entrenaban nuestro gusto. Por eso, hoy estamos huérfanos y requerimos tanto de unos como de otros.