¿Lectura como evasión?
Los clásicos consideraban la literatura como un medio para educar deleitando. Pero la lectura puede ser también un buen apoyo para descansar, para desconectar un poco de las tensiones y fatigas del día a día. No siempre se está en condiciones para leer textos profundos, complejos, que requieren mucha clarividencia, se trate de obras filosóficas, de ensayos, de libros científicos o de textos de creación.
Conocí a un catedrático de metafísica que, los fines de semana, descansaba de los escritos filosóficos leyendo novelas de intriga de autores de moda (Clancy, Follet, Grisham y compañía); y a un historiador, que lo hacía con aquellas novelas del oeste de Marcial Lafuente Estefanía (1903-1984), en ediciones baratas de Bruguera, que podían comprarse en los kioscos. En mi caso, de vez en cuando, me sienta muy bien una comedia del Siglo de Oro o releer alguna de las aventuras de Tintín y disfrutar con las viñetas y diálogos, o volver a alguno de los grandes autores de la infancia (Féval, Dumas, Stevenson...).
Este tipo de libros, más o menos evasivos, suelen estar relacionados con el suspense, la aventura o con el humor. Hoy quizá ocupen su lugar el cine y las series televisivas, para muchas personas, pero la literatura nos ha dejado también textos magníficos y lo seguirá haciendo –así lo espero–, como vemos en las novelas de Agatha Christie o de Wilkie Collins, en el teatro de Oscar Wilde, de Jardiel Poncela o en Mis memorias de Mihura, uno de los textos con los que más me he reído, o en alguna de sus comedias, o en El camino de Delibes, Industrias y andanzas de Alfanhuí de Sánchez Ferlosio, Memorias de una vaca de Bernardo Atxaga o en El libro de la señorita Buncle de Dorothy Emily Stevenson, por poner algunos ejemplos de libros de gratísima lectura. Cada lector podrá añadir los suyos. Un amigo mío afirma que peor que leer un libro de escasa calidad es no leer ninguno.