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Calas en la estupidez

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Carlo Cipolla es un mago de la economía, y no es solamente la economía como objeto de estudio sino su rara capacidad de entregar obras claras, necesarias y suficientes, en unas cuantas páginas. Su Historia económica de la población mundial tiene menos de 200 páginas. Pero se hizo mucho más famoso por un juguete teórico, que pareciera inocuo, pero pronto se vuelve aterrador. Su “Teoría de la estupidez” (en Allegro ma non troppo). Se trata de una matriz en cuadrantes. Hay cuatro clases de personas: los inteligentes (benefician a los demás y a sí mismos); los incautos (benefician a los demás y se perjudican a sí mismos); los malvados (perjudican a los demás y se benefician a sí mismos), y los estúpidos, que perjudican a los demás y a sí mismos. Éstos son los más peligrosos, porque “siempre son más de los que uno cree” (y uno mismo siempre está en riesgo de habitar en este escaque) y, sobre todo, porque “el estúpido es el tipo de persona más peligrosa que existe”. Pero la matriz de Cipolla es una exposición abstracta de la mecánica de la estupidez. No era su asunto dar razón del modo en que cualquiera, listo o tonto, culto o ignorante, está siempre a un paso de ser estúpido.Ese territorio es el de Ortega y Gasset o Dietrich Bonhoeffer. Pero va primero Ortega, porque fue capaz de aislar el virus desde 1930, en La rebelión de las masas. Conste: antes de que cundiera la peste nazi. Y no la llamó “estupidez”, sino “obliteración” del “hombre masa”, pero su descripción no deja lugar a dudas: es (o somos) ese sujeto moderno que encuentra dentro de sí un repertorio de ideas, que no se ha puesto a pensar, y decide que está completo. Así, completo, “el hombre-masa se siente perfecto”, dice Ortega, y a este “nuevo Adán, no se le ocurre dudar de su propia plenitud. Su confianza en sí es, como de Adán, paradisiaca”, y entonces “nos encontramos con la misma diferencia que eternamente existe entre el tonto y el perspicaz. Éste se sorprende a sí mismo siempre a dos dedos de ser tonto; por ello hace un esfuerzo para escapar a la inminente tontería, y en ese esfuerzo consiste la inteligencia. El tonto, en cambio, no se sospecha a sí mismo: se parece discretísimo, y de ahí la envidiable tranquilidad con que el necio se asienta e instala en su propia torpeza”.La modernidad que comenzó con la duda metódica también trajo el antídoto contra la inteligencia: esta suerte de confirmación que ata a las masas a su necedad y las confirma con los recursos cada vez más intensos de la comunicación. Primero, con los periódicos, se trataba de la información; pero dio un salto: las redes dan acceso irrestricto a la opinión. Y este era el objetivo democrático, porque los ilustrados simplemente no podían imaginar otro sujeto que no fuera el filosófico: libre y capaz de pensar por sí mismo. Pero si bien ésa es una definición perfecta en su abstracción, poco a poco la historia ha venido mostrando que no es el caso. Las herramientas requeridas para el ejercicio de la libertad y el pensamiento se usan poco y se desechan o se venden a precio de bagatelas, y más se emplean en reforzar el coro de las ideas recibidas, donde el sujeto se halla en comunión con muchos otros, aunque el precio haya sido la propia inteligencia.“Contra la estupidez estamos indefensos”, dice Bonhoeffer (Traduzco de Letters & Papers From Prison, Simon & Schuster) . “Ni las protestas ni el uso de la fuerza logran nada aquí; las razones caen en oídos sordos; los hechos que contradicen el prejuicio de uno simplemente no necesitan ser creídos —en esos momentos la persona estúpida incluso se vuelve crítica— y cuando los hechos son irrefutables simplemente se los deja de lado como intrascendentes, como incidentales. En todo esto, la persona estúpida, en contraste con la maliciosa, está completamente satisfecha de sí misma y, al irritarse fácilmente, se vuelve peligrosa”.Es peligrosa porque sus opiniones ocupan el lugar de una moral presentada con dilemas: los españoles son malos, los indios, buenos; los ricos son malos, los pobres, buenos…etcétera. Y, como no cuestionan ningún aserto de su tribu, acaban convencidos: todo mundo sabe que la violencia es menor cuando aumentan los muertos y que la gasolina es más barata cuando sube de precio; que Cuba tiene un gobierno progresista, que Maduro ganó las elecciones…Y pensar que Bouvard y Pécuchet eran todavía solitarios. Ahora gobiernan, y su Constitución es el Diccionario de las ideas recibidas.AQ



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