Hoy asistimos a la rebelión de los elefantes. No hablo de esas maravillosas criaturas en peligro de extinción que cazan algunos reyes, hoy eméritos, sino de otros animales mucho más peligrosos que tienen el colmillo retorcido. Hablo de gigantes tecnológicos como Meta, cuyo sumo pontífice, Mark Zuckerberg , ha decidido que sus redes sociales abandonen los sistemas de verificación para alinearse con la política de Donald Trump, en nombre, según asegura, de la «libertad de expresión», anunciando al mismo tiempo aportaciones económicas al fondo de investidura del gran mastodonte de pelo pajizo. Bienvenidos, por tanto, al imperio del bulo y la desinformación. Y no sólo Meta. Google ha anunciado también una generosa donación de un millón de dólares para la investidura de Donald Trump (además de retrasmitirla en directo a través de YouTube), igualando así la donación de Open AI o de la mismísima Apple, otra de las apisonadoras tecnológicas, que no para de subir en bolsa, pues Wall Street confía en que el presidente electo de los Estados Unidos la exima de aranceles para proteger así a la compañía norteamericana frente a Samsung, que fabrica en Corea del Sur. Y eso sin hablar del acercamiento al trumpismo de Jeff Bezos, dueño de Amazon, lo que ha disparado las alarmas en el Washington Post, propiedad del magnate. Pero no para aquí el desfile de paquidermos que rinden pleitesía al macho alfa de la manada. A los gigantes tecnológicos les siguen los gigantes financieros como BlackRock , el mayor fondo de inversión del planeta, que gestiona los activos de todo el mundo (la gestora ha alcanzado 11,47 billones de dólares en activos), que para no disgustar a la administración Trump ha abandonado su compromiso con la política verde. También los grandes bancos estadounidenses como JP Morgan, Morgan Stanley, Bank of America, Wells Fargo o Goldman Sachs, entre otros, se han plegado al líder republicano y han dejado de lado las alianzas climáticas para reducir emisiones. Malos tiempos, por consiguiente, para la sostenibilidad de nuestro maltrecho planeta. Mención aparte merece el paquidermo más rico del mundo, Elon Musk , el hombre fuerte del gobierno de Trump, dueño de los coches eléctricos más eficientes y silenciosos del mundo, de X -antigua Twitter- (y pronto tal vez de TikTok), de una completa red de satélites, y del resentimiento hacia la humanidad que arrastra desde que sus compañeros le pegaban en el colegio cuando era niño. Ahora considera que es muy bueno para sus negocios la injerencia en las políticas europeas, por ejemplo, apoyando al partido neonazi Alternativa para Alemania. Pero que no se preocupen los admiradores de semejante individuo, pues su padre, el sudafricano Errol Musk, está considerando donar su esperma a mujeres blancas de clase alta, de modo que dentro de unos años es posible que tengamos a muchos Elon circulando por ahí. Pero hay otro elefante, mucho más peligroso pese a su aparente docilidad. Es precisamente éste el que ha encumbrado a Donald Trump y el que hace que la extrema derecha en Europa goce de tan buena salud. El Reagrupamiento Nacional en Francia, el triunfo de la Meloni, lideresa del partido neofascista Hermanos de Italia , los llamados Demócratas en Suecia, Basta en Portugal, Vox en España, el Partido por la Libertad en Países Bajos; en fin, los partidos ultra en Austria, Estonia, Croacia, Hungría, Rumanía, etc., cada uno de estos movimientos políticos explotan todas las formas de frustración y de ira de las clases medias y trabajadoras empobrecidas por la crisis financiera de 2008, con un mensaje populista fácil de manipular, basado en el odio al inmigrante, especialmente al musulmán, y en la identidad nacional. Populismo viene de populus , pueblo. Con una claridad visionaria, en su Disparate de bestia (uno de los aguafuertes de su enigmática serie de los Disparates), Francisco de Goya convierte a ese ente que llamamos pueblo en una masa ignorante y amorfa, en una muchedumbre irracional y violenta, en una bestia lucífuga inmune a toda instrucción o ilustración. He aquí al que está llamado a ser el sujeto de la historia, representado como un descomunal elefante. Pero la fuerza de este gigante del reino animal es más torpe que inteligente, más potencialmente peligrosa que bondadosa. Una fuerza enorme aunque manejable, pues podemos ver cómo unos extraños personajes, en los que se pueden reconocer a las élites más reaccionarias de la sociedad, tratan de atraerlo para ponerle cascabeles, sacándolo de la luz para conducirlo de nuevo al oscurantismo. Adelantándose a las criminales demagogias del siglo XX, Goya no identifica al pueblo con un elefante manso e indefenso de inocentes instintos. Que sea manipulable y fácil de engañar no lo vuelve menos peligroso; antes bien, su presencia sombría e imponente no recuerda tanto a una víctima como a una cierta clase de pesado verdugo, un inmenso rodillo que anticipa terribles atrocidades futuras. Hoy se ha convertido en carnaza fácil pera esa suerte de autocracia que nace de la alianza entre la política más involucionista y el totalitarismo tecnológico, dispuesto a invadir todas las esferas de la vida humana. Pero ¡que tengan cuidado esos multimillonarios de Silicon Valley llamados a sustituir, con la inapreciable ayuda de la IA, a los gerontócratas escleróticos como Biden o, muy pronto, el propio Trump! Ese elefante que llamamos pueblo es tan sugestionable como imprevisible. En fin, todos estos paquidermos están dispuestos a entrar, no en una cacharrería (ojalá fuera la cacharrería tecnológica), sino en esa casa de fina y frágil porcelana que es la democracia. Si nadie lo remedia, se nos avecinan tiempos difíciles de desastres climáticos y políticos, pero también morales, pues, como ya decía Juan de Mairena, maestro de retórica y alter ego de Antonio Machado , «estamos abocados a una catástrofe moral de proporciones gigantescas, en la cual sólo quedarán en pie las virtudes cínicas».