¿Con qué me quedo?

Fueron días muy difíciles e intensos los que se vivieron en Cuba en el año que terminó. Días de incertidumbres, en que no sabíamos cuándo veríamos al fin la luz, y con esto no me refiero solamente a la necesaria luz que proviene de la electricidad.

En tiempos de crisis emanan las actitudes más atroces, pero también las más bellas y genuinas acciones. Yo, optimista a toda costa ―o resiliente, como ahora se dice―, prefiero quedarme con estas últimas, que son las que en situaciones difíciles te conmueven, te motivan y te recuerdan que no todo está perdido.

Me quedo con el vecino que te ofreció su refrigerador o nevera para guardar tus alimentos porque, no obstante vivir en el mismo barrio, a él le pusieron la energía eléctrica primero que a ti. Me quedo con quien le preparó café a los electricistas que fueron a arreglar la avería que impedía que al edificio llegara la luz. Me quedo con quien, en los primeros días del apagón, en las noches, ponía música para aligerar el ambiente y esparcir algo de alegría.

Me quedo con el que, ante las afectaciones que perduran con el abasto de agua, te brindó un poco del preciado líquido para tus necesidades vitales. Me quedo con el joven que, ante el evidente envejecimiento de la sociedad, se brindó para cargarle el cubo de agua a varios vecinos del edificio que pudieron acceder a esta, gracias a otro que compartió con todos la que pudo resolver.

Me quedo con los niños jugando en plena calle porque no podían acceder a las pantallas por falta de electricidad. Me quedo con la familia reunida alrededor de la luz de una vela, una linterna, una lámpara o bajo la luna, hablando, riendo, haciendo cuentos, soñando.

Me quedo con la calma, con el tiempo dedicado a los más pequeños de la casa, con ver la vida casi en pausa y no con la premura cotidiana que, lejos de darte más tiempo, te roba, sin que te des cuenta, los momentos que de verdad importan.

Lo expuesto hasta aquí son apenas algunas muestras de lo vivido en estos días. Por ello, elijo quedarme con la solidaridad a prueba de todo, con la mano extendida al más necesitado. Me quedo con el dolor compartido, con la luz en vez de con las sombras. Elijo la magia de florecer, crecernos, reinventarnos y nunca desistir. Elijo que nos sigamos teniendo los unos a los otros. Y me aferro a ese rayito de luz que deja entrever a la esperanza.